viernes, 31 de diciembre de 2010

Adios 2010

Bueno… otro año que se termina; y con él también terminan algunas actitudes y aptitudes mías.
Ya basta de confiar tanto en la gente, de ser tan desinteresado, de ser tan PENDEJO en pocas palabras.
Es tiempo de enfocar mi mente en cosas más importantes que divagar sobre los posibles finales de los cuentos de hadas. Tiempo de tratar de resolver los problemas tangibles y no los imaginarios. Tiempo de perdonar, pero también de ser más culero… porque sólo así lo respetan a uno.

El 2010 no fue un muy buen año para mí, quizás lo mejor que pudo haberme pasado fue que por fin logre entrar al gimnasio de la escuela, cosa que quise hacer desde primero jaja, que conocí muchas buenas personas, pase muchos buenos ratos y trate de llevármela en paz. Pero esa constante, esa terrible constante en mi vida que hace que las personas en quiénes mas confío terminen volviéndose traicioneras serpientes con ponzoñosos colmillos. Si, aprendí que por mas simpática que pueda parecer, por mas amable, por más romántica, por más maravillosa… la gente no deja de ser gente, y ése simple hecho ya es motivo de desconfianza. Pero uno no aprende hasta que experimenta el chingadazo en carne propia.
Aprendí una frase a finales de éste año:
“¡A chingar a su madre!”
Si, mandar a la chingada me parecía una solución un tanto ruda, algo así como tener una uña enterrada y cortarse el dedo con un machete, así sin dedo no hay uña que se entierre.
Así es, no dar la oportunidad a que reincida el dolor significa erradicar lo que lo causa desde la raíz, sin importar si se podía curar o no.
A veces el egoísmo es una buena forma de sobrevivir. Qué triste.
Pero bueno, fueron más las cosas ogetes que me trajo el 2010 que las cosas bonitas, así que con gusto grito a los cuatro vientos:
“¡Vete mucho a la chingada, pinche año culero!”
Y humildemente recibo al 2011, que espero sea mucho mejor que su antecesor.
Sólo me resta desearles una feliz celebración de año nuevo a todos y que el siguiente se la pasen muy chido! Gracias a todos por su maravillosa amistad, por las lecciones de vida, los consejos y las risas. Gracias por todo y que venga más!

viernes, 24 de diciembre de 2010

Odiosa Navidad

Caminaba en la calle de esta ciudad
Bajo la tutela del oscuro cielo
Mirando a todos felices con la Navidad
Quienes brindaban y comían con sosiego

Y sin pensar, que allá en el frío
Un corazón se congelaba, como el mío
Que había perdido su calor en el invierno
Sometido a la frialdad de este infierno

Aterido por el frío continué con mi camino
Y al pasar por las casas miré a todos sonreír
Tan juntos, tan felices, tan risueños de estar ahí
Con sus familias y amigos, compartiendo su destino

Una carcajada había salido de mi boca
Pues gracia me provocó, por un momento,
Ver a todos tan unidos y contentos
Me burlé de la simpleza que su alegría provoca

Estar juntos y cenando, con amigos y conocidos
A pesar de ser los pobres, marginados, derrotados…
Todos ellos eran felices en esa gran concilia
Porque tenían alguien a quien llamar… Familia

Reí de nuevo, al pensar, que era eso suficiente
El gran motivo para festejar era ser siempre sonriente
Jovial y educado, agradecido y ameno
Como si eso pudiese darles todo el dinero

Y después pensé, mientras caminaba
Que a pesar de ello, ellos se amaban
Y mire dentro de mí, la cuestión que me preocupaba
¡Yo no tenía familia, ni amigos, ni nada!

Maldecía con mil demonios las familias
Y a todos ellos con envidia miraba
Y al pasar un rato, cegado por la ira,
Comprendí que nada de eso mi tristeza mellaría

¿Pero qué hacer esta noche? Yo solo y olvidado
En compañía de mi sombra y el fantasma de mi pasado
Y recordé que alguna vez… en algún lado
Yo tuve unos amigos y un ser amado

Llegué a casa acongojado, comprendiendo este cruel juego
Encendí la chimenea y saque mi caja de recuerdos
Y mire dentro de ella, frente al fuego,
Los hermosos y cálidos, pero distantes momentos

Recordé aquél amigo y aquél beso inolvidable,
Mi niñez y adolescencia y mi verdadera esencia
Mi familia, mis amigos… todos ya distantes
Sin poder disfrutar de su hermosísima presencia

Recordé a Lucero, mi amada de toda la vida
Y recordé, también, su funeral y su despedida
Recordé a Ulises, mi viejo y amado amigo
Y recordé el frío de sus manos, que la muerte trajo consigo

Recordé el último beso de mi difunta esposa
Y el último abrazo de mi ausente mejor amigo
Recordé las últimas palabras que me dijo al oído
Y las últimas palabras de mi amada, que hoy reposa

Y después, tras mucho tiempo llorar
Recordé por qué aborrecía la Navidad
Todos se habían ido y yo no tenía a quien dar
Mis buenos deseos ni compartir mi felicidad

Y los odié a todos, de nuevo, por brindar
En esta maldita y aborrecible Navidad
Todos juntos, y contentos, con sus familias comiendo
¿Y yo? Solo, en esta gran soledad, muriendo

El espíritu de la Navidad tocó sus corazones
Pero solo porque ellos tienen a quien dar
El amor a manos llenas y a montones
En esta triste y odiosa Navidad

¿Feliz Navidad?...
No lo creo, no existe la navidad para los corazones muertos




*****




Pues bueno, un poema navideño que escribí hace tiempo, ya saben, muy a mi estilo amargo jejeje
Cuidence y feliz navidad.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Recuerdos de un lindo noviazgo

Hoy cumplo 24 años, y aún no he podido olvidar mi cumpleaños número 20. Recuerdo tan bien la forma en que llegaste, con tu cajita en las manos… bueno, mi cajita. Recuerdo que venías a prisa porque tenías que irte a la escuela y yo también. De haber sabido que era la última vez que estaría contigo, jamás hubiera llegado a clases ese día; hubiera preferido reprobar antes de no poder darte bien el último beso. Bien dicen que las cosas pasan por algo… Bien dicen que el hubiera no existe.
Hoy es un cumpleaños gris, sin vida, como los 3 anteriores; apenas vi hace un momento tu número en mi agenda, tenía tantas ganas de llamarte, tantas…
Supongo que cuando se me hiso el nudo en la garganta no me quedaron ánimos de hacerlo. Fui cobarde como en los últimos cuatro años, pero… ¿a qué le tengo miedo?

¿Recuerdas? Creo que no. Yo si recuerdo, pero no muy bien.
Recuerdo aquélla vez cuando nos conocimos. Es impresionante lo que puede hacer un click, ¿no?
¿Cuántas horas me reí como tonto frente al monitor? No recuerdo. ¿Cuánto tiempo me desvelé contigo sin saber siquiera si estabas ahí? No recuerdo… Hay muchas cosas que no recuerdo con gran detalle, pero si recuerdo lo pequeños detallitos.
Recuerdo la foto que me mandaste, aquélla donde, aunque sea por foto, miré tus ojos por primera vez. Esos ojitos de grandes pestañas que desde ése momento me tenían cautivado. Era más lindo que mirar el protector de pantalla de las burbujitas jeje, aún recuerdo lo mucho que te reíste cuando te lo dije la primera vez… o bueno, eso decía el monitor.

Recuerdo también la primera vez que escuche tu voz… Cuando por fin me atreví a darte mi número. La desesperante y dulce agonía que fue para mi esperar a altas horas de la noche el timbrar de mi teléfono. Y al contestar, el silencio… hasta que por fin te dije “Hola” y me respondiste… Recuerdo muy bien el timbre de tu voz, tan dulce, tan inocente… Y las horas que nos pasamos platicando, diablos… ése día tenía que estar en mi trabajo a las 7 y sólo tenía dos horas para arreglarme después de colgar contigo. No me importó…

Recuerdo cuando te conocí en persona… qué día tan maravilloso fue.
Estabas ahí, esperándome, buscando a tu alrededor con esos hermosos ojos que tanto me cautivaban. Te miré, me miraste, te saludé… y fuimos a caminar un rato, a platicar de tantas cosas… tantas. Y por fin se dio, el primer beso. Lo había soñado tantas veces… tantas, pero nunca te dije nada. Sólo esperé y esperé… y mi espera dio frutos al fin. Fue tan lindo…

Recuerdo la dicha que sentí cuando escuche de tu voz las palabras: “quiero intentar algo contigo”. Estaba feliz, melancólico, agradecido… Al fin, después de tantas historias repetidas, de tantos humillantes fracasos, tú me mostraste una historia diferente.

Y se dio…
Pasó un mes…
Y fuimos a la feria a divertirnos solos. No te veía muy seguido, la escuela siempre me absorbió… pero cada que podía, te llamaba, cada que tenía saldo te mandaba un mensaje.
“¿Sabes por qué amaneció despejado el día de hoy? Muy sencillo, el cielo te miró a los ojos mientras despertabas. ¡Que tengas un hermoso día!”.
“Estaba camino a la escuela, mi única limitante para poder estar a tu lado, y por accidente miré mi reflejo en el vidrio del vagón. ¿Sabes que vi? Te miré a ti… en el brillo de mis, antes, ojos tristes. ¡Te adoro!”.
“Asómate a ver la luna, mira qué hermosa está. Y pensar que ante mis ojos tu belleza eclipsaría fácilmente su brillo. Que tengas una linda noche. Te adoro.”.
Así es… Aún guardo muchos de esos mensajes en mi bandeja de salida.

Pasaron 6 meses…
Y conocía ya a tus amigos y tú a los míos, la escuela ahora ya no era una gran limitante, sino tu trabajo.
Me comprabas cosas que yo siempre quise comprar para ti, pero nunca pude. Me sentía mal, a veces, pero cuando me mirabas a los ojos y me decías que no importaba… A mi tampoco me importaba. Sigo conservando el reloj que me diste en navidad, a pesar de que ya no funciona, lo conservo en su caja original, junto a todas las cartitas que me dabas.
Recuerdo tan bien la vez que nos fuimos de viaje y por fin pude dormir a tu lado…

Pasó un año…
Yo me encontraba con tus amigos, a quienes yo consideraba los más allegados, y les pedí que no revelaran mi secreto. Habíamos acordado festejar en casa de uno de ellos tu cumpleaños. Yo compre el pastel. Le pedí a los de la pastelería que escribieran en él “Nada tan dulce como tu amor” Y en el centro había un corazón hecho de frutas exóticas. Nadie dijo nada, y todo salió de acuerdo al plan. Entraste, esperando escuchar ruido y entrar en un cuarto inundado por humo de cigarro, como en una típica fiesta. Después, en medio del silencio, se encendieron las luces y todos gritamos “¡Sorpresa!”. Jamás olvidaré la expresión de tu cara. Ese día nos tomamos fotos, muchísimas y en todas te veías feliz.


Y después… pasó un año y medio.

Yo había preparado ese día unos sándwiches. Tomé la cobijita en la que mi madre me envolvía y preparé una mochila con bocadillos para acampar. Te había prometido ir al cine, pero un problema me arrebató el dinero de las manos. Supuse que sería lindo salir contigo a un lugar desconocido y después comer a la sombra de un árbol. Nada era para mi más placentero que mirarte. Llegaste… estabas irascible, irritable… Te pregunté qué había pasado y siempre respondiste “nada”. Por primera vez en tanto tiempo, evitabas mirarme a los ojos. Ese día la comida me supo amarga.
Después, cierto día, me salí de la escuela porque no habría clases. Decidí visitarte en la tuya. No te avisé porque no tenía cómo. De cierta manera, creí que sería buena idea darte la sorpresa. Cuando llegué me regañaste. Me dijiste que no volviera a visitarte sin avisar. Antes me abrazabas y me decías que te daba gusto verme, no querías que me apartara de tu lado. Yo creí que habías tenido un mal día… y decidí dejarte en paz.
Y los roces continuaban.
Yo seguía mandándote mensajes, que ya nunca respondías. Yo seguía llamándote y ya no me contestabas. Seguía buscándote y ya no te encontraba. A pesar de que ya no trabajabas y yo tenía un horario más accesible, te veía menos que las primeras veces. Me dolía tanto… Pero estaba seguro de que seguías pensando en mí, que me querías como yo a ti.
La última vez que te vi, fue el día de mi cumpleaños, precisamente hoy hace 4 años. Estaba esperándote en los torniquetes del metro, llegaste tarde, con una cajita en las manos. Me la entregaste y me abrazaste, y te di un beso que me supo a miel. Hacía tanto que no te besaba… Me dijiste que se te hacia tarde para ir a la escuela. Yo comprendí que desde siempre habías sido responsable, y te deje.
Decían cosas de ti, cosas que yo no me creía, cosas que, según yo, la gente decía por pura envidia.
Las fotos… esas fotos que tanto daño me causaban. Yo estaba seguro de que era tu amigo, un muy, muy buen amigo. Tu rostro en las fotos a su lado era casi idéntico al que tenías en las fotos que nos tomamos en tu cumpleaños. Un rostro que hacía tanto tiempo no miraba.
Y ése día… Salí a tomar con mis amigos de la escuela para festejar mi cumpleaños, ellos se quedaron de ver con otros más, fuimos a un bar que yo nunca había visitado. Al entrar, buscamos mesa lo mas alejado posible de la entrada. Pedimos lo que íbamos a consumir, la noche pintaba bien. Luego llegaste tú, de la mano de él. Te veías tan feliz… una sonrisa tan hermosa que desde hace mucho no miraba. Lo abrazaste, lo besaste y se sentaron juntos en una mesa al otro lado del bar. En ese momento yo sabía que hacer… Te leí los labios. Me pareció haber visto que le dijiste que lo amabas. Apuré me cerveza de un sorbo y le dije a mis amigos que me iría. Cuando llegue a casa, miré el reloj del celular. Tenía un mensaje, un mensaje tuyo. Rogué, supliqué… quería que el mensaje dijera que acababas de salir de la escuela, que me querías y que querías volver a verme como antes… Quería que todo lo que había visto fuera una mala ilusión; pero no lo era. Tu mensaje decía “Lo siento, no podemos continuar así, gracias por todos estos momentos, te mereces a alguien mejor. Suerte”.
Y lloré…
Llore durante mucho tiempo. No traté de buscarte.
Me desbaraté en un torbellino de pensamientos erróneos. Lo odié a él por haberse cruzado en tu camino, me odié a mí por no haberte dado lo suficiente. Pero nunca, nunca pude dejar de amarte.
Siempre he querido llamarte, mandarte algún mensaje, volverte a ver. Creo que ya se a qué le temo. Le tengo miedo al hecho de verificar, de constatar, que ya no estarás a mi lado nunca más.
Aún conservo el collarcito que me diste ése día, y en la cajita guardo ésa tonta esperanza de volver a estar contigo.
Quiero volver a ver la luna tan hermosa como antes, el cielo despejado, el brillo en mis ojos.
Ya no existen, no, ya no.
Después de 4 años… no he vuelto a esperar nada de nadie, porque toda mi fe, mis esperanzas, mis sueños… están en la cajita que un día me regalaste, una cajita que solo tú puedes abrir de nuevo.
A veces siento que se mueren ahí adentro, de tristeza, de miedo, de soledad. Como yo me muero aquí si tú no estás. Qué más da… sigo caminando, sin dirección y sin alzar la vista, pero sigo adelante.
Hoy cumplo 24 años y aún no he podido olvidar mi cumpleaños número veinte. Tenía 20 años cuando me morí y llevo 4 años pudriéndome.
Donde quiera que estés… Espero que estés bien. Por favor… vuelve pronto…
Dicen que la esperanza muere al último. ¿Qué pasa después de que muere?... La resignación toma su lugar. Qué triste palabra y sin embargo es mi único refugio.




*******

Bueno, lo escribí en un momento de ociosidad jejeje.
Espero les guste. Sinceramente no me gustó mucho el final, pero bueno... digamos que es lo que se me da jajaja ¬_¬

No, en realidad no es gracioso u_u
Pero bueno, resignación...

sábado, 9 de octubre de 2010

Epifanía

Caminando yo iba, por un bosque de ensueño
Y el sol, en lo alto, sobre mi se alzaba
Cielo azul, hermoso como el agua clara
Sol brillante, cálido como el amor de un niño

Sin rumbo y perdido, caminando por doquier
Guiado por el vaivén de un viento perfumado
De pronto, me encontré frente a un hermoso lago
Y a la orilla, bajo la sombra de un árbol, me desplomé

Tirado… respirando la humedad, sintiendo mi corazón latir
Y de la tierra su rugir, del agua su rumor y del viento su fragancia
Miraba el cielo con melancolía y las hojas secas caer con gracia
Cuando escuche mi nombre, que al lago le oí decir

Como un susurro me llamaba, tan suave y tan hermoso
Y yo, hipnotizado, a la orilla me postré, contemplando su brillo
Era como un espejo que reflejaba al sol, al cielo y a mi rostro
Miré al cielo, sobre el claro, y el sol en lo alto también se asomó

Arrodillado a la orilla del lago, mi reflejo contemplaba
Y en el fondo yo miraba que algo se movía
“Buenos días”, dije sin cobardía, pero nadie replicaba
“Buenos días”, repetí, y de pronto alguien me hablaba

“Buenos días joven, ¿qué quieres tu de mí?” la voz decía
Pero estaba tan perplejo que yo no le respondía
¿Era un pez, un sapo, una rana? No sabía y adivinar no podía
“¿Quién eres?”, Pregunté, pero de nuevo nada se oía

Y cuando estuve dispuesto a levantarme
La voz misteriosa volvió a llamarme
“No te vayas”, me decía, “ven a hablarme”
“Hace tiempo que nadie viene a buscarme”

Y me senté…

“Te comprendo”, le decía, “Yo también me siento solo”
Pero antes de terminar, la voz extraña me interrumpió
“Yo no dije que me siento solo”, replicó, “Solo dije que quería platicar”
Y entonces, intrigado, pregunté “¿De qué quieres hablar?”

Por un momento hubo un silencio acogedor
Y después de un rato, el lago interrumpió
“¿Por qué te sientes sólo?”, preguntó
A lo cuál le respondí “No lo sé… sólo lo estoy”

Y de pronto sentí algo que al fondo me jaló
Una fuerza que de la nada provenía
Y al caer en sus aguas, cálidas como mi corazón
No sentí miedo, y mi soledad se desvanecía

Los peces, las plantas, los tesoros… Todo lo veía
Y en cada uno de ellos, reflejada, una virtud
Me sentí tan bien, sin ganas de salir, de respirar
Que, sin darme cuenta, lentamente me disolvía

Y cuando ocurrió, cuando rastro de mi ya no quedaba
Me vi formando parte de todo lo que el agua era
Y no sólo eso, El Lago, la Tierra, el Bosque, El cielo, el Sol
Todo en perfecta armonía formaba parte de mí ahora

Y, de nuevo, escuché la voz que me decía “¿Aún estás sólo?”
“No, ya no” le respondí, pues ahora comprendía
Y es que en esa extraña alegoría pude ver con claridad
Que estando tan cerca de todo no hay espacio para la soledad

Y desperté…

Me encontraba recostado, bajo la sombra del árbol y su grandeza
Con la tierra bajo mi cuerpo, el viento perfumado, y el sol de atardecer
Y después vi, sobre mi pierna, una linda mariposa que descansaba
“Qué hermosa eres”, le dije, y la miré mientras volaba

Y mientras se alejaba comprendía la epifanía
Pues la verdad ya revelada no podía ser más clara:
Estando rodeado de cosas hermosas no hay motivo para sentirme solo
Mucho menos sabiendo que yo también soy un milagro después de todo




*****

Un pequeño poema que acabo de escribir, como no llegué a mi trabajo por levantarme tarde, decidí ponerme a escribir un rato.

¡Cuídense! Ojalá les guste.

domingo, 29 de agosto de 2010

Decepción

Después de mucho haber luchado, comprendo que perdí
No se trata de haberme retirado, sino de no poder seguir…
No me rendí, mucho menos desistí, simplemente ya estoy agotado
Y por más que resistí, hoy me doy cuenta ya muy tarde, de que he sido vencido.

He perdido mucho tiempo tratando de convencerme
De algo que simplemente no puede satisfacerme
“Las personas pueden cambiar, son buenas” me repetía incesantemente
Hasta que me di cuenta de que estaba equivocado, tristemente

Humillado me levanto y me sacudo las heridas, me es difícil sostenerme
Lastimado me retiro sin decir palabra alguna, para así no arrepentirme
Afligido miro el cielo, las estrellas y la luna; se burlan de mí malignamente
Derrotado me pierdo lentamente en las tinieblas; me retiro, pero no cobardemente

Confiar, para mí, no fue más que un grave error; imperdonable
Y es que hoy me siento responsable del dolor que existe en mí
Porque yo fui quién confió, quien tubo fe… a pesar de lo que vi
Yo mismo me arrojé a los leones, no hay otro más que yo que sea culpable

Y en el seno de las sombras me resguardo, cobijado por el manto del odio
En ésta hibernación sentimental, me entrego a los brazos de la amargura
Comienzo a dormirme, reclinado sobre el hombro del rencor, que me murmura
Y la soledad, con gran ternura, me susurra una canción de cuna en el oído

Y al despertar como siempre entumecido, la historia comenzará a repetirse
Salgo de mi exilio en la penumbra, a buscar el calor del afecto o la chispa del amor
Y justo cuando creo haberlo encontrado, la luz, el calor, el bienestar… se desvanece
Y nunca aprendo a pesar de saber lo que sucede pues siempre cometo el mismo error

Creer en el amor

Yo sé que existe pues lo he sentido y confío en que volveré a encontrarlo, pero ¿Cuándo?
La espera me está matando, me consume por dentro la angustia y mi sufrir
Aún confío, aunque cada vez menos, en la gente con quién estoy condenado a vivir
Pero llegará un día en que todo se termine, en que mi fuerza por fin se haya extinguido

Mi fe es ciega e idiota pero llega a tambalearse, mi esperanza es inmortal pero está enferma
Mi corazón no es ciego ni inmortal, es tonto, frágil, maltrecho y está desfigurado
Recuerda muy bien todo lo que ha sufrido, pero sigue palpitando sin merma
Y es que no hay problema para él, pues a sentir lo siguiente ya está acostumbrado:

Una aplastante derrota, tras otra, tras otra, tras otra, tras otra…




*****

Espero les guste el poema, lo escribí con hambre y un poco de tristeza jajaja, y eso que no es de noche, porque saben que de noche la inspiración me llega mucho mejor.

domingo, 15 de agosto de 2010

Te quiero en parte a pesar de que estés torcido.

La entrada de hoy está dedicada a un viejo y gran amigo que el día de ayer (14 de agosto del 2010) me mandó un mensaje.


Lo conocí hace algunos años, compartiendo un trabajo. Él es una de esas personas que a simple vista se ven hostiles pero a la gente como yo les llama la atención. Un día, mientras almorzábamos en el trabajo, se sentó a mi lado y se presentó con la pregunta "¿Y tu qué? ¿Qué es de tu vida?" (o algo así, no recuerdo muy bien). Comenzamos a platicar un rato mientras almorzábamos y seguimos la charla mientras "trabajábamos".
Él, una persona agresiva. Yo, una persona circunspecta.

Pero había algo que teníamos en común: La oscuridad.
Hablábamos de cosas que no todos en ese lugar podrían haber entendido (o apreciado): libros apócrifos, sectas ocultas, rituales salvajes, dioses desconocidos, artes prohibidas, locura, muerte...

Al cabo de algunos días me propuso ir a su casa, lo cuál me pareció una buena idea pero al mismo tiempo me asustaba. No sabía qué clase de persona era él, pero mi curiosidad, mi siempre exagerada curiosidad, me llevó a aceptar su invitación a pesar de la desconfianza que tenía. Simplemente no podía dejar pasar una oportunidad así.

Me mostró sus CUADERNOS, de los cuales había escuchado hablar, pero no me dejó leer ninguno. Le pisé la cola a timón, su gatito, pero me pasé un rato agradable.
Al día siguiente seguimos platicando y poco a poco la desconfianza y el miedo fueron desapareciendo. El empleo terminó... Y con él, el contacto con mi nuevo amigo.

Me dejó su correo y lo agregué a mi cuenta, pero nunca se conectaba. Debo admitir que sentí cierta desilusión y al mismo tiempo alegría por haberme separado de una persona como él, que nada tenía que ver conmigo.

Las cosas cambiaron cuando un día, inesperadamente después de varios meses, se conectó.
A partir de ahí charlábamos vía msn todas las noches, eran buenos tiempos. Escribía poemas y él opinaba, él escribía lo suyo y yo daba mi opinión. Compartíamos ideas y formas de pensar, aunque no siempre estuviésemos de acuerdo.

Un día, mientras platicábamos, me dijo que si de matar a algún enemigo se trataba, preferiría hacerlo de forma rápida y eficiente. Yo, por mi parte, elegí la tortura, una muerte lenta y dolorosa. Con frecuencia le ponía encrucijadas, del tipo "qué prefieres? morir congelado en un mar de agua gélida o quemado?". Varias veces, a pesar de compartir algunos ideales conmigo, me llamó enfermo. De hecho dice que por el bien de la humanidad debe matarme antes de que mi mente se torne mas enloquecida y me haga mas "ingenioso" (no recuerdo muy bien que palabra utilizó).

Recuerdo bien una cierta etapa de nuestra amistad... Una donde el desvelo era prácticamente una tradición. Compartíamos secretos profundos y filosofábamos sobre muchas cosas. Nos enriquecíamos y nuestra amistad se hizo mas entrañable.

Después, sin mas ni menos, dejó de conectarse.

Y así otros muchos (o pocos) meses me la pasé descubriéndome a mi mismo sin él como testigo (pero si con otros como testigos). Hasta que otra vez, de repente, se volvió a conectar. Y en ese entonces lo que habíamos logrado, la situación entrañable, se había "enfriado" (pero estoy seguro de que no ha desaparecido). No platicábamos tan "profundo" como solíamos hacerlo pero disfrutábamos (o por lo menos yo lo hacía) el hecho de conversar. Me había enamorado para ese entonces y había sufrido por amor (típico...) y mis escritos no eran lo mismo. Recuerdo que me dijo que el también estaba en una "depresión literaria" pero que lo mío era grabe, pues había perdido mi talento y si regresaba sólo sería para burlarse de mi. Reí mucho cuando leí eso jejeje.

Recuerdo también la primera vez que fui a su casa después del empleo. Bebimos mucho y obviamente yo terminé borracho, durmiendo en su cama. Filosofamos esa vez como hacía mucho tiempo que no. Al día siguiente la cruda me despertó aunado a su comentario "Demonios... mientras duermes te tiras unos pedos horribles". Jajaja

Y así han pasado los años, pocas veces lo he visto en persona y él a mi, pero tengo toda la seguridad de que es mi amigo. Su naturaleza de hacer "actos de presencia cíclicos", como conectarse una semana y de pronto desaparecer tres meses, no ayuda mucho a que nuestra amistad siga creciendo. Por mi parte... pienso que la amistad se sigue fortaleciendo, algo así como "fraguar" o "añejarse".

Estoy seguro de que la próxima vez que nos reunamos lo disfrutaré.

Hace poco le presenté a un amigo mío (mi actual mejor amigo) ya que nos considero un grupo de personas fuera de lo común, dignos de estar unos con otros, lejos de los "plebeyos" como diría mi amigo de quién hablo en ésta entrada. Es algo quizás difícil de entender, pero todos, en algún aspecto u otro, compartimos alguna clase de genio.

Me dijo hace algún tiempo que mientras leía le vino a la mente un personaje que asoció conmigo (lo cual yo consideré un gran gran honor), este personaje es Gilles de Rais. Normalmente me dice cosas que yo tomo como halagos cuando la intención no es precisamente esa jajaja.

Él es una persona extraña, como yo. La única diferencia es que yo soy más cobarde (jajaja lo admito), alto, moreno y (en ciertos aspectos) enfermo que él.

Éste amigo de quien me expreso con tanto cariño y respeto tiene un nombre, pero haciéndole honor a su megalomanía me referiré a él simplemente como VAMPIRE LORD.


El mensaje que me mandó decía lo siguiente:

"Mmmm..... En mi actual estado etílico vienes a mi mente, por un lado porque se que debo asesinarte por el bien de la humanidad "¿para qué son los amigos?", no me agradezcas, y por otro por que me caes bien aunque estés jodido siempre y nunca escribas nada imponente sobre mí ya que soy inmortal, pero en fin, recuerda Eduardo, hemos pasado algunos buenos ratos, te quiero en parte a pesar de que estés torcido.".

Vaya forma de demostrar afecto jeje.

*****

Amigo mío, si estás leyendo esto, quiero que sepas que yo también te quiero. Espero que reparen pronto tu compu o lo que sea jajaja. Estoy acostumbrado a tratarte por "etapas", pero no chingues, te extraño jejeje. Cuídate mucho y recuerda: No eres inmortal.

(Y si... tenía que publicarlo jajaja, cosas así no suceden a menudo! xD )

lunes, 26 de julio de 2010

Malos Recuerdos

Cierto día de julio, una tarde, para ser exactos, caminaba por la acera un joven de 20 años, de estatura media. Al parecer llevaba algo de prisa y le urgía entregar alguna especie de mercancía o encargo que llevaba en un morral de color café, el cual colgaba de su hombro derecho. Caminaba con premura en una de las calles mas transitadas del centro de la Ciudad de México. Dirigiéndose al zócalo, miraba los edificios enormes y las tiendas que se veían más llamativas, algunos bares y restaurantes del lugar y uno que otro ambulante, de esos que piden limosna por algún espectáculo callejero.

De pronto, mientras caminaba, observó a una muchacha que vestía de dorado, simulando ser una especie de hada. Estaba inmóvil, esperando a que alguno de los transeúntes le arrojara una moneda a la cajita que tenía puesta en el suelo. Portaba una mascara con diamantina y llevaba una varita con una estrella en la punta. Por alguna extraña razón, nuestro personaje tomó una moneda de dos pesos de su bolsillo y la arrojó en el interior de la cajita que estaba en el suelo. Al caer en la caja y hacer ruido, la muchacha se movió congracia, haciendo ademanes con las manos y moviendo su cuerpo lentamente y con finura. Le extendió una bolsita de color negro, para que él tomara algo de adentro. El chico extendió la mano y hurgó dentro de la bolsa.

Al sacar su premio, que era una cápsula como esas de medicina pero con un papelito enrollado adentro, le dio las gracias a la chica y se fue. La muchacha volvió a moverse con gracia y adoptó otra posición de inmovilidad, simulando ser una especie de escultura.

El chico retomó su caminata y, mientras caminaba, abrió la cápsula para ver qué contenía. Era un papelito finamente enrollado. Tomó el papelito y lo desenrolló. El papelito tenía una frase que decía lo siguiente: “Ni siquiera Dios puede cambiar el pasado. Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse; antes al contrario, la hacen más profunda. Los hombres pasan, los recuerdos quedan, como quedan las obras de los que algo hacen”.

Después de leer esta frase, el muchacho se quedó pensativo. Se detuvo un momento para mirar el cielo y después reanudó su caminata.

Mientras caminaba comenzó a pensar en el encargo que tenía: ir a entregarle a uno de los clientes de su padre un anillo antiguo. Era sencillo; conocía el punto de reunión, el precio acordado, el nombre del cliente… nada que no hubiera hecho antes. El despacho de su padre estaba ya a tan sólo unos pasos y unas cuantas escaleras. Entró en el edificio y comenzó a subir las escaleras rumbo al despacho de su padre, donde seguramente el cliente ya esperaba ansioso. Estaba cinco minutos retrasado, pero eso no era problema, además el metro había estado parándose bastante.

Al llegar al despacho estaba el hombre esperándolo, junto con un acompañante. El tipo tenía en la cara un semblante malhumorado, al parecer no había tenido un buen día. Cuando nuestro amigo se presentó ante su cliente, éste último lo reprimió con un regaño.
“La impuntualidad es una muy mala costumbre señor, he estado fuera de casa desde las 10 am, ¿usted cree que tengo mucho tiempo para perder o qué?”, le había dicho el hombre un tanto exaltado. El chico solo se defendió explicando que no tubo un buen día (en realidad estaba bastante estresado). En la mañana había peleado con su padre, salió de su casa estresado, todo el día estuvo en la calle, llovió como a eso de las 12 y se mojó. No había comido, le dolían los pies y esa herida que tenía desde hace una semana le estaba molestando. El metro se detenía constantemente y en el vagón tubo una pelea con un tipo que lo empujó violentamente. Nada que un chico normal de la ciudad de México no esté acostumbrado a padecer, pero hoy era diferente.
Algo en su cabeza se estaba retorciendo y despertando.

Cuando la transacción terminó, después de un intercambio incomodo de diálogos (en su mayor parte regaños e indirectas y expresiones de desprecio hacia el chico por parte del cliente), el chico se despidió lo mas cordial y amable posible, pero el cliente no reaccionó de la misma forma.
Éste le dijo al joven que era un incompetente, inútil y que su padre era solo un pusilánime que no sabían en realidad el importantísimo cliente que acababan de perder por la falta de puntualidad del muchacho. En realidad las palabras del cliente habían sido otras, mucho más agresivas de lo que puede imaginarse. El chico se sintió profundamente ofendido y reaccionó con violencia contestando de forma descortés e irrespetuosa los insultos de aquél que le llevara unos 20 años de edad. No se debe faltarle al respeto a los mayores pero en este caso él empezó.

De pronto el muchacho sintió algo dentro de sí, unas ansias de mirarlo fijamente a los ojos; y así lo hiso. Hubo un momento de silencio, el acompañante del cliente no hacia nada más que mirar. Cuando el lazo entre ellos dos se había roto, el cliente, de extraña manera apaciguado, pidió a su acompañante la pronta retirada. Y así, sin despedirse, el cliente y su acompañante se fueron del despacho.

Mientras el acompañante del cliente conducía la hermosa camioneta, el hombre pensaba profundamente en su pasado…
Se miró a si mismo cuando tenía 11 años, en ese departamento que tanto odiaba compartiendo la vivienda con sus 4 hermanos, su madre y su padre. Su padre… cómo lo odiaba. Recordó la vez en que lo castigó con un cable por no haber llegado a tiempo a casa, después de haber estado jugando con sus amigos en el terreno baldío donde vivía. Le había hecho algunas heridas grabes, que su madre curó con amor después del terrible castigo.

Pensaba en silencio, con la mirada perdida. El chofer del hombre anunció que habían llegado a su casa y éste sin decir palabra bajó del auto y se dirigió a la puerta. La camioneta se alejó, el hombre busco las llaves y abrió la puerta. Entro en su casa y se dirigió a la sala a prepararse un vaso de whisky, lo hiso y se sentó en el sofá, frente al televisor que estaba apagado. No había nadie en la casa, su esposa y sus dos hijos habían salido de vacaciones. Se miraba a si mismo fijamente en el espejo negro formado por la pantalla del televisor. Pensaba en su pasado, pero todo eran malos recuerdos.

Recordó cómo su padre violaba a su madre enfrente de él y su pequeño hermano, los otros dos eran bebes, estaba en la cuna, llorando, gritaban fuertemente al igual que su madre cuando la golpeaba su padre para someterla. Él y su hermano se ocultaban debajo de las cobijas, abrazados, llorando en silencio mientras escuchaban los gritos y el tumulto que se hacía dentro de la casa, a altas horas de la madrugada donde se supone todo debía ser silencio. El ruido de los gritos, los golpes y gemidos obscenos y animales de su padre no eran un sonido común sino que le destrozaban el alma. Su hermano aun era demasiado pequeño para comprender, pero él sabía lo que estaba sucediendo a todo momento. Al día siguiente parecía no haber pasado nada. Su madre, sumisa, hacía la comida con nuevos moretones en la piel y su padre, sentado y encorvado en la mesa, tragando como un cerdo, le sonreía al mirarlo entrar, le tocaba la frente con una ternura hipócrita y le sonreía para darle los buenos días.

Su mente seguía desenterrando cada vez mas y mas detalles, recordó como los bebes gemelos había muerto por negligencia de su padre, cuando los cargaba mientras lloraban y por accidente los dejó caer en la pileta de agua. De pronto sus ojos se abrieron como platos. No, no había sido negligencia, ahora recordaba bien como ése tipo había sumergido a los bebes hasta que dejaba de burbujear el agua. Su madre, al encontrar los pequeños cadáveres, lloró amargamente y creyó ciegamente la historia del perverso hombre, quien le dijo que habían muerto de frío. Él, siendo aún un chiquillo, no dijo nada presa del infinito terror que su padre le inspiraba. Creía que si decía algo, su padre lo mataría.

Se levanto del sofá, con un enorme nudo en la garganta, sin darse cuenta tiró el whisky pero no le importo, parecía estar atrapado en el pasado, subió las escaleras con los ojos inundados en lágrimas y se sentó a la orilla de la cama en su habitación, recordando todo. Recordó cómo su padre lo golpeó una vez que un abusivo en la escuela le había robado el dinero. El terrible hombre lo tomo de los cabellos y azoto su cabeza contra la pared varias veces hasta romperle un diente y la nariz, el chico suplicaba piedad, pero el hombre, encolerizado por pensar que uno de sus hijos era un “marica que no sabia defenderse” lo siguió azotando hasta hacerle perder el conocimiento.

El hombre estaba ahora acostado en la cama, mirando al techo y llorando en silencio mientras su mente descendía en una espiral infinita hacia el pasado, hacia su terrible pasado. Abrió el cajón del buró que se encontraba al lado de la cama y extrajo una hermosa pistola, tan negra y cautivadora como las ideas que ahora rondaban peligrosamente su mente, suprimiendo su sentido común.

Al tocar el arma y mirarla tuvo el peor recuerdo de todos…

Estaba el jugando en el cuarto con sus juguetes, a solas. Su madre había ido a recoger a su hermano a la primaria. Él se encontraba solo, jugando e inmerso en un mar de imaginación y lindos pensamientos. Solo, así le gustaba estar, con sus juguetes, sin pensar en las terribles cosas que taladraban su cabeza a diario. De pronto escucho el azotar de la puerta. Se estremeció horriblemente con el ruido y pregunto temeroso “¿mamá?”, pero ninguna voz le respondió del otro lado. El niño se levanto para asomarse pero antes de llegar a la puerta ésta se abrió violentamente dejando ver la silueta de su monstruoso padre que se tambaleaba. El hombre estaba ebrio y se acerco a su hijo lentamente para acariciarle la barbilla de esa forma hipócrita con la que siempre lo hacía. “Ven… siéntate conmigo hijo” le dijo su padre que se dejó caer torpemente en el piso, aplastando algunos de sus muñecos. El niño dudó un momento pero después la mirada de su padre lo hiso obedecer de inmediato. El niño se sentó, al lado de ese hombre gordo y maloliente.

Su padre lo abrazó, fue el abrazo más abominable que jamás sentiría en su vida. De pronto sintió su mano callosa en su barbilla, acariciándolo como siempre lo hacía, tratando de inspirar una confianza imposible y con la esperanza de rescatar un amor paternal que ahora estaba más que muerto, transformado en odio y aberración. Sin que el niño lo esperara, su padre lo jaló violentamente hacia su cara, dándole un horrible beso en la boca. El niño lo aventó violentamente y trató de salir corriendo pero su padre le gritó y el chico quedó paralizado. Volteó a mirar a su padre y éste cargaba una pistola de color negro en la mano. “No digas nada, o mataré a tu madre y a tu hermano, ¿entendiste?” Fueron las palabras que escucho salir de su horrible boca. El niño, sollozando, se sentó a su lado, y su padre comenzó a besarlo de una forma obscena y nauseabunda. Lo tocaba y trataba de meterle los dedos. Después de un rato lo tenía desnudo en el piso, y el chico lloraba mientras sentía la lengua de su padre dentro de sus intestinos. Al cabo de un rato el hombre horrible tenía al chico montado sobre él.

“Muévete, muévete mas fuerte y gime como la perra de tu madre, sabía que tu no eres mas que un maricón, muévete mas fuerte, ¿te gusta no?”, le gritaba mientras le apuntaba a la cabeza con el arma. El niño lloraba amargamente mientras sentía el terrible dolor de su esfínter desgarrándose. De pronto escuchó un ruido en la puerta: el sonido de las llaves. En ese momento pensó en la vergüenza que sentiría cuando su madre lo viera en esa circunstancia. Su padre quitó el arma de su cabeza y lo arrojó violentamente, después le dio un golpe con la cacha de la pistola en la quijada y le dijo que si algún día decía algo de lo que había ocurrido él lo mataría sin importar dónde y con quién estuviera. El niño sentía deseos de morir en ese instante, deseó que su padre hubiera jalado el gatillo mientras lo violaba pero tenía tanto terror de hacerlo enojar que no pudo hacer nada mas que obedecer sus horribles demandas.

Día tras día, después de ese terrible suceso, el niño buscaba desesperadamente la pistola de su padre por toda la casa con el afán de terminar con su sufrimiento y exterminar de un balazo los recuerdos que lo aquejaban, pero nunca encontró nada.

Ahora, 30 años después, con una pistola en la mano, por fin podría acabar con esos horribles recuerdos. Miraba fijamente la pistola, tan hermosa, tan sugestiva, tan prometedora. Era la solución definitiva a todo su sufrimiento, a años enteros de despertar a media noche con el eco de sus propios gemidos y los horribles sonidos que hacia su padre. Se puso el cañón de la pistola en la cien y jaló el gatillo. Un estruendo se escuchó en la casa y algunos pajarillos que estaban en los cables de alta tensión salieron volando. En ese instante pasaron dos cosas.

Una era que una mujer de 39 años había quedado viuda y un niño y una niña de 9 y 15 años respectivamente quedaron huérfanos, la otra era que en alguna parte de la ciudad un chico sonreía al tener un presentimiento satisfactorio y es que la mirada intimidatoria que le había propiciado a su cliente no había sido otra cosa mas que el despliegue de su increíble habilidad para matar a alguien resucitando sus malos recuerdos.






*****

Este es el segundo personaje de los que ya había hablado, espero les guste.

Bye!

martes, 13 de julio de 2010

El chico de negro.

Se escuchaban los pasos de una persona a lo largo de la calle oscura. El chapoteo de sus zapatos en los charcos que se habían formado en la calle hacía evidente su presencia. El alumbrado de la calle era muy pobre. La luz amarillenta y sucia de los focos apenas alcanzaba para distinguir siluetas a lo lejos, si a caso alguno que otro detalle de sus ropas. Muy por detrás de él se encontraba, agazapado en la penumbra de un puesto de revistas, un ratero, que aguardaba pacientemente la llegada de su víctima. Vio pasar, antes que él, una familia de dos adultos y dos niños, el padre llevaba a cuestas un enorme bulto. “Algo demasiado estorboso”, pensó el ladrón. Después vio pasar a dos personas, eran dos hombres maduros, casi entrados en la vejes, pero parecían no poder ofrecer un motín que valiera lo suficiente como para dejar su escondrijo. Después miró a nuestro hombre, un joven de 20 años de edad, vestía elegantemente todo de negro, con una enorme gabardina que lo protegía de la pertinaz llovizna, pero tenía un semblante profundo, triste. Un ramo de rosas era lo único que traía en la mano. “Es una buena víctima”; pensó el ratero, “Con algo de suerte traerá una cartera llena de billetes”.

Dejó que caminara una distancia razonable. Al ver que estaba lo suficientemente lejos como para no notar su presencia dejó su escondite y se acerco a él lenta pero incesantemente. Lo vio doblar a la derecha en la calle siguiente y ahí comenzó a apretar el paso. Al doblar a la derecha lo miró lejano, pero aun lo suficientemente cerca. Caminó mas de prisa, silencioso, años de práctica lo hicieron volverse hábil y caminar con sigilo, había hecho agujeros en sus zapatos para caminar sin hacer ruido. No le importaba qué tan mojados terminaran sus pies, llegando a su departamento se cambiaría las calcetas e iría a cambiar todo el dinero del prometedor motín por la droga que tanto amaba. Sus músculos se tensaron, la calle estaba completamente sola y la lluvia comenzaba a caer aún más fuerte. El muchacho seguía caminado rápidamente con la cabeza agachada, para que sus lentes no se mojaran aún más con la llovizna. El ratero metió su mano en el bolsillo izquierdo de su chaqueta, comenzó a hurgar, la navaja no le sería muy útil ya que el tipo era joven y podría ofrecer algún tipo de resistencia, decidió tomar mejor la nueve milímetros que tenía en el bolsillo derecho y le había quitado a un tipo que intento asaltarlo. Una pequeña sonrisa se figuró en su rostro, “ladrón que roba a ladrón tiene mil años de perdón”; pensó al recordar la forma en que obtuvo la pistola.

Mientras pensaba eso un gato negro maulló de entre un matorral que crecía en un enrejado de la banqueta, el ladrón se preocupó de que su victima notara su presencia por el maullido del minino, pero no fue así, el joven seguía caminando, al parecer el ruido de la lluvia impidió que el maullido, pequeño pero audible, se escuchara. De pronto, para sorpresa del ladrón, el joven dio un giro inesperado a la izquierda. “¡Bien!”; pensó el ladrón, “ahora es mío”. El joven había entrado en un callejón sin salida. El ladrón corrió velozmente para bloquear la salida del pequeño callejón que apenas medía 3 metros de ancho aproximadamente, sus paredes altísimas se alzaban siniestras hacia el cielo violáceo cubierto de furiosos nubarrones que dejaban caer el, ahora, fuerte aguacero.

El ladrón corrió velozmente y sus pisadas se hacían notorias, chapoteaban ruidosamente en los charcos de la calle, el ruido ya no importaba, su víctima no tenía escapatoria. Le apuntaría con la pistola y le quitaría el dinero para salir huyendo, si ofrecía resistencia le daría un tiro. Sonriendo, con el corazón latiéndole fuertemente empuñó su arma y la sacó de su bolsillo.

Adentro, en el callejón, el muchacho caminaba hacia enfrente. Las enormes paredes de ladrillo, llenas de tizne y musgo, tenían como único alumbrado un débil foco de la ventana más alta en la pared del edificio de la derecha, caminando hacia lo profundo del callejón. La salida, aparte de el retorno, eran unas escaleras de metal en forma de caracol que se alzaban hasta lo que parecía una salida de emergencia, casi en el ultimo piso del edificio del lado izquierdo. En lo más profundo del callejón sólo había un montón de bolsas, al parecer de basura, y algunos matorrales. Escucho a lo lejos los charcos chapoteando por los pasos de su asaltante. Sin dar la vuelta hacia atrás para mirar quién lo acechaba, sin alzar la cabeza que mantenía agachada desde hace rato, sonrío tenue y malévolamente en la penumbra de aquél callejón iluminado por un único y débil foco. Y así se hundió en la oscuridad, aparentemente para ocultarse de su victimario.

El ratero entró corriendo con la pistola apuntando hacia enfrente, pero no pudo pronunciar su amenaza. Se asombró al mirar que el muchacho ya no estaba. De pronto miró que una silueta humana se adentraba en lo más profundo del callejón, pero algo extraño sucedía. La oscuridad lo estaba absorbiendo, o el se estaba disolviendo en ella. Era algo que no pudo distinguir, pero pensó que lo único que quería era ocultarse tras el velo de las sombras para pasar desapercibido. Caminó hacia enfrente, decidido y con la pistola apuntando hacia la negrura. Dio unos cuantos pasos hacia lo profundo del callejón pero no podía distinguir aun nada. De pronto un miedo indómito se apoderó de lo más profundo de su conciencia. Apretó su arma con ambas mano y miró hacia atrás con el afán de salir corriendo de ese callejón.

Oscuridad, eso fue lo que miró a sus espaldas, donde apenas hacia unos segundos había una calle patéticamente alumbrada por la débil y sucia luz amarillenta de las lámparas. Como si alguna especie de muro hecho de sombras bloqueara la salida del callejón, se alzaba tan alto como las paredes del edificio, y las tinieblas comenzaron a reptar sobre las paredes de ladrillo tiznado, como si fuera alguna masa viviente de alquitrán. Se adentraban al callejón y él también, para evitar ser consumido por ellas, pero detrás de el ocurría lo mismo. Y ese zumbido, ese escalofriante zumbido que producía la oscuridad al abrirse paso por el aire que rodeaba el medio lo dejaba desconcertado. Las tinieblas lo estaban envolviendo.

Miró el muro de sombras y vio que de su seno emergían garras y tentáculos que se pronunciaban hacia él, de todas formas y tamaños, como si se tratase de un sinfín de criaturas impías que aguardaban deseosas en las sombras, cada vez más cerca, asomando sus miembros malignos con afán de alcanzarlo, pero la poca luz que aún existía lo protegía. Poco a poco los muros de sombras terminaron por centrarlo justo bajo el único foco que alumbraba el callejón y ahí se quedó, estático.

Pronto la débil luz del foco empezó a amainar cada vez más y más hasta dejarlo casi en la oscuridad más profunda. Escuchaba el murmullo de esas uñas afiladas sobre el piso y los ladrillos de las paredes, el rumor de aquéllos nauseabundos tentáculos que se retorcían impacientes en las tinieblas, arrastrándose cada vez más hacia él. Antes de que la luz se extinguiera por completo, el ladrón tiró su arma, víctima de un pánico de origen ignoto, no podía moverse y sus piernas no respondían a ninguna clase de estímulo. Lo único que podía pensar era que las sombras no se mueven como humo, no reptan como si fueran líquidos viscosos. “La oscuridad no puede moverse por si sola”, pensaba, con los ojos desorbitados y la boca entreabierta.

De pronto una voz, que provenía de todas partes y a la vez de ninguna, una voz cuyo impacto no se daba en los tímpanos, sino en lo más profundo del espíritu, le habló: “¿Has venido a desafiarme? ¿O a entretenerme?”. En ese momento el máximo terror se apoderó de su mente, resquebrajando todos los límites entre la cordura y la locura, sumergiendo su conciencia en el miedo más profundo e irracional. Ridículamente, lo único que pudo hacer antes de que la negrura absoluta se abalanzara sobre él, sumergiéndolo por completo en un oscuro vacío, fue sollozar un poco. Así, fue absorbido por aquélla oscuridad viviente y malévola, enloquecido por la sensación de flotar en un mar de tinieblas, horrorizado por el terrible e implacable zumbido que martillaba sus oídos, gritaba invadido por el pánico, desesperadamente.

De pronto sus gritos se apagaron. Un ruido obsceno, como el del crujir de un grillo al ser masticado, se escucho en lo profundo de ese callejón, de pronto el horrible zumbido que la oscuridad producía se detuvo, y lo único que se escuchaba era la caída de la lluvia en aquél lugar. El callejón se iluminó de nuevo, más rápidamente de lo que se había oscurecido, y de ahí salió un muchacho, de unos veinte años de edad, vestía todo de negro y llevaba un ramo de rosas, traía la cabeza agachada con un semblante profundo, como de tristeza. Dobló a la derecha y siguió su camino.

No había restos en el callejón, salvo unas gotas de sangre y una pistola tirada en el piso. El agua sanguinolenta que discurría del callejón hacia las coladeras se habría paso ávidamente por las fisuras de la banqueta y hacia un chapoteo horrendo al caer en las cloacas, como si alguna especie de malevolencia desconocida estuviese burlándose despiadadamente de aquél que fuese devorado por la oscuridad y cuya sangre ahora era lavada por la lluvia pertinaz de la ciudad de México.




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Bueno, éste es el primer mini-relato que escribo sobre una pequeña serie de personajes que he creado, esperen los demás.

Recibo comentarios y sugerencias! (Constructivos, no destructivos ¬_¬ ).

Ojalá les guste.

viernes, 2 de julio de 2010

Killer Instinct

Sonó la campana de la escuela justamente a las dos de la tarde. Había deseado escuchar ese sonido desde hacía horas que había llegado a la escuela sin muchos ánimos. Esa mañana, por alguna extraña razón, no quería salir de casa.
Recogí mis cosas y las guardé, me colgué la mochila al hombro y salí del laboratorio donde había tenido práctica de Química a la última hora.
Apenas salí del laboratorio cuando fui interceptado por mi amigo Carlos.
Conocía a Carlos desde que íbamos en primer semestre. Con el paso del tiempo se había convertido ya en mi amigo y solíamos salir todos los viernes a un bar o a un billar a festejar el inicio de fin de semana.

Ese día no tenía ánimos de ir a ningún lado, pero estaba dispuesto a salir tan solo por seguir con la tradición.
Al acercarse a mi, me pregunto que si ya nos íbamos, él, yo y otros dos compañeros (Javier y Oscar, creo) que también iban.
Como siempre, le pregunté que a dónde iríamos, al billar, al bar o a alguna casa a echarnos unos tragos.
Lo que me dijo fue que quería cambiar un poco la rutina y que mejor nos fuéramos a un club que estaba casi llegando al bosque de Aragón. Al escuchar eso, sentí una especie de mal presentimiento.
Pregunté que tipo de club era, y me dijo que era un lugar como para ir a tomar, jugar y demás, acto seguido, me dio la tarjeta del lugar.

“KILLER INSTINCT: PARA LOS QUE BUSCAN EMOCIONES FUERTES”

Miré la dirección, el nombre del club, y los costos. Después de eso accedí a ir con ellos.
En el camino avisé a mi madre que llegaría tarde sin dar una hora específica. Me sentía nervioso o incomodo o quizás angustiado, pero el horrible presentimiento no me abandonaba. Supuse que era algo normal, por el hecho de ser un lugar nuevo y salir de la rutina de todos los viernes.
Llegamos como una hora después de haber salido de la escuela. Los cuatro nos bajamos de la estación del metro, tomamos un micro que tardo 15 minutos en llegar, más que nada, por el tráfico en la avenida. Nos bajamos en la calle anotada y comenzamos a seguir el croquis de la tarjetita.

Caminamos muchísimo tiempo tratando de encontrar el maldito lugar, yo ya me había desesperado para entonces. Las callejas de esa extraña colonia estaban inusualmente intrincadas. Eran como una laberíntica maraña de callejones, vecindades y calles. La altura de dichos edificios era inusualmente lúgubre, lo suficientemente altos como para bloquear el paso del sol a las calles, dejando todo a merced de una penumbra siniestra provocada por dichos gigantes, lo suficientemente juntos como para hacer que uno se sintiese atrapado, asfixiado por ese ambiente denso e incómodo, lo suficientemente siniestros como para querer salir de ahí.

Las paredes de esos edificios tenían demasiada mugre, estaban grafiteadas con símbolos que no podía comprender, no eran tags tradicionales ni mucho menos arte, eran garabatos definidos que se repetían, como formando frases, símbolos, dibujos extraños... Y a medida que nos adentrábamos más al corazón de esa colonia, las cosas se tornaban aun más siniestras. Llegó un punto donde me pareció ver en la banqueta una silueta humana hecha de cenizas y hollín, y de inmediato imaginé que habían quemado a alguien ahí. Sentí miedo, y al dar un segundo vistazo, no se si por incredulidad o solo por coincidencia, miré un montón de cenizas sin forma (Pero yo estoy seguro de lo que vi al principio).

Uno de nosotros, mi amigo Miguel, opinó que debíamos largarnos de ahí, según él había visto cómo una persona, o lo que parecía ser una persona, nos vigilaba desde una ventana tapada con tablas y de vidrios rotos.
Al decir eso sentí un escalofrío, pues recordé que en todo el trayecto no vi a una sola persona en la calle, y todo estaba demasiado silencioso y tranquilo (fui un estúpido al no observar que no había un alma caminando por ahí salvo nosotros).

Entramos a lo que era un callejón sin salida, y al final de éste había una puerta de madera muy tosca, con el nombre del club tallado. El nombre del club era “Killer Instinct”.
Al irnos acercando miré asustadísimo las paredes de nuestros costados. Noté muchísimas manchas de color marrón, charcos y demás… “Es Sangre”, me dije a mi mismo en ese momento, mientras sudaba frío y me sentía pegajoso de sudor frío, tembloroso. Miré marcas de manos, chisguetes y demás, creí que lo mejor era retroceder, pero al querer hacerlo me di cuenta de que me perdería en ese maldito lugar, así que decidimos entrar.

“Toca tres veces”. Decía la tarjeta, al reverso. Mi amigo Carlos fue quien tocó tres veces.
Al cabo de unos segundos se escucho un forcejeo en la cerradura y acto seguido la pesada puerta comenzó a moverse, dándonos la entrada.
Un muchacho caucásico, de unos 18 años, de color de ojos claros nos recibió.
“Pasen, siéntense un rato en lo que le llamo al rata para que los deje pasar, ¿no quieren nada mientras? ¿Una chela o algo?”. El muchacho nos trató con una amabilidad reconfortante.
Pasamos a un lugar techado, había un viejo y polvoriento sillón en el cual nos sentamos, al fondo, un patio amplio, una fuente en medio y alrededor viviendas pequeñas. Deduje que era una especie de vecindad abandonada, pues todas las puertas, ventanas y demás estaban selladas con tablones.

Nunca escuche música ni vi gente en el lugar, sentía mucha desconfianza. Después de unos minutos, unos eternos minutos, nos hicieron pasar a un cuarto. El interior de éste estaba pintado de negro, y un foco en el centro del cuarto despedía una luz amarillenta y sucia, dejando al descubierto una mesa con instrumentos perturbadores. Al fondo de la pared había una puerta.
En pocos minutos todos comprendimos de alguna forma lo que sucedía.
“¡Vámonos wey! ¡Vámonos de aquí!” Gritaban todos a Carlos, como si él tuviese la forma de decidir, cuando en verdad ya no podíamos echarnos para atrás, habíamos llegado demasiado lejos.
“¡Elijan la que gusten! El juego empieza en un minuto, si no corren los veteranos los van amatar”, había dicho el chico que nos recibió.
Confundidos, asustados, con el corazón latiéndonos al mil, mi amigo Carlos eligió una barreta de metal, yo un hacha, Javier eligió un machete oxidado y Oscar eligió una cadena. Al cabo de un rato se comenzaron a escuchar tumultos en el otro cuarto, de pronto alguien gritó desde el otro lado “¡Cámara hijos de su puta madre, ya se los cargó la chingada!”. Al escuchar esto recordé en un instante la primera vez que me asaltaron… sentí un pánico abrumador que me tenso todos los músculos y de pronto la puerta fue abierta.

Tres tipos, todos encapuchados con pasamontañas, dos gordos y uno alto y flaco, y de aproximadamente 40 años de edad salieron a perseguirnos, nosotros corrimos despavoridos a la salida, al salir nos echamos a correr a la puerta principal, y pasamos por la fuente que había visto en el patio, ahí también habían manchas de sangre. El tipo que nos recibió nos apunto con una pistola. “¡De aquí no salen a menos que se lo ganen!”, nos gritó.

Rodeamos la fuente, a Oscar lo habían matado ya, le habían atravesado el pecho con una espada samurái. En ese momento empecé a llorar, de pronto me di cuenta de que tras de mi venia un tipo con una cadena, traté de esquivar el golpe que lanzo en mi contra y este acertó en la fuente, la bola de acero desprendió pedazos de roca que me lastimaron al volar y sin pensarlo traté de propinarle un hachazo, pero fallé. Al voltear vi que otro se acercaba por la espalda y eché a correr a un lado, él venía con la espada samurái ensangrentada, mis otros amigos estaban escapando del tercero que intentaba atraparlos, de pronto miré con horror que ese tenía una cierra de cadena, quizás no lo había notado por el miedo.

Me distraje un rato mirándolo cuando sentí un fuerte golpe en las costillas que me hizo dar un grito, la bola de acero me había golpeado el pecho. Tirado, logré acertar un fuerte hachazo en la espinilla de quien me había golpeado, me resulto difícil sacar el hacha de su hueso, pero al fin lo logré con un fuerte tirón. Acto seguido, como pude, me levante y corrí hacia mis otros amigos, que estaban acorralados. Sin notar mi presencia, el tipo de la cierra de cadena alzo su peligrosa arma en señal de victoria, y antes de darles el golpe a mis amigos, atiné un hachazo en su cabeza que desprendió chisguetes de sangre hacia mi rostro.

Medio paralizado, solté el hacha de inmediato, y el hombre dejo caer la cierra de cadena al piso, mutilándose un pié. Calló al suelo mientras se convulsionaba. Quedé en un estado de shock al ver esa terrible imagen mientras sentía todavía las gotas de sangre tibia de mi victima. Uno de mis amigos grito despavorido al ver que del otro lado venía el tipo de la espada, el hombre de la cadena con bola de acero yacía en el piso retorciéndose por el dolor de la pierna.
Corrimos de ese rincón y logramos evadirlo pero momentos después el hombre atinó un fuerte golpe en el costado de Javier. Carlos, envuelto en enojo y desesperación, clavó la barreta de metal en el pecho del tipo de la espada, antes de que este pudiera defenderse.

Aun en el piso, con la barreta clavada en el pecho, el tipo trato de tomar su espada samurái, pero antes de que pudiera hacerlo mutilé su brazo con el machete que tenía mi amigo. Una y otra vez golpee con el filo del machete el hombro del tipo hasta que prácticamente le arranqué el brazo. Corrimos hacia las puertas de ese lugar, y el tipo de la pistola las abrió para que pudiéramos salir. Antes de marcharnos atiné un golpe en su pecho y me disparó, por fortuna no acertó y dejo caer la pistola. Recogí el arma del suelo, sin dejar el machete atrás y salimos corriendo de ese maldito lugar.

Las heridas de mi amigo eran grabes, su pecho sangraba demasiado y no podíamos escapar a con rapidez. Javier no dejaba de quejarse en los hombros de Carlos, quien lo ayudaba a sostenerse. Nuestro horror llegó al punto máximo cuando nos dimos cuenta del ruido proveniente del club. Nos estaban persiguiendo.

En ese punto aferré con gran fuerza el machete y lamenté no traer el hacha conmigo, pero por otra parte tenía la pistola del portero. Nos escondimos detrás de unos contenedores de basura mientras vimos como dos personas corrían hacia enfrente del callejón. Rogábamos por que nada delatara nuestro paradero, por lo menos hasta que se hayan ido. De pronto un ruido provocó que nos estremeciéramos. Era un hombre casi enano, con la cierra de cadena.





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Se que le faltan muchísimos ajustes, pero me mantuvo entretenido algunas horas. No si darle continuación o dejarlo ahí jeje