lunes, 27 de octubre de 2014

El Güini en tiempos de tribulación o La loncherita vacía.



Aún me siento triste por lo de aquélla noche.

Es decir, todo iba tan bien, todo era tan bonito y después tenía que hablar…
Me arrepiento de haber dicho lo que dije en ese momento, y aunque sé que mis palabras podrían ser perdonadas, sé que no serán olvidadas. Lamento haber echado a perder todo, de nuevo.
Sólo no sé… ¿Por qué esta vez le dio tanta importancia? ¿No se supone que debía uno callarse? ¿No se supone que debía uno aguantarse lo que nos hiciera daño? Sólo restarle la importancia y no hacer drama por algo tan simple. Supongo que eso solo aplica para mí, los avionazos y los espaldazos.
Siento que esta vez mi pase a la chingada no tiene boleto de regreso. Y lo comprendo, pues muchas veces abusé del pase de regreso sin medida. Siento que cree que nunca valoré nada. Siento que cree que soy un cerdo o un mentiroso.

Después de todo, por algo pasan las cosas. Al parecer no siempre fui yo el acomplejado. Debí notar la forma en que reaccionaba a la menor insinuación de “quesadilla”. Debí decir que no le diera importancia a las cosas que decía o hacía yo en broma o publicaba en mi muro sólo porque me daban risa, y que le molestaban; y debí decir también que no era ni mi culpa, ni mi pedo que de inmediato se pusiera el saco. Nunca debí hacerme responsable de eso, ni cargar con eso porque me sentía culpable. Debí de hacerle notar su complejo de “petite putain” con el mismo énfasis con que me señalaba los míos. Debí convencerle de que jamás creí eso de su persona, de que nunca estuve ahí por la garnacha, de que siempre, incluso en nuestro estado más desnudo y pasional, siempre pensé lo mejor acerca de su persona. A diferencia suya, claro, que traía mis sombras y mis venenos a la cama con nosotros. Después de todo lo dicho, dudo realmente hasta qué punto fui importante.

Después de la excelente explicación sobre el hecho de pedirme disculpas a mí, sobre la enorme fila de muchachos que se mueren por rosar su piel morena… Creo que después de todo, no era realmente muy importante. Digo, en menos de 24 horas conseguir alguien con quién ir… Yo no podría… Yo habría esperado (y esperé, aunque mi espera duró poco), habría preguntado si había posibilidades de arreglar algo, si se podía suavizar todo con tal de estar juntos lo mejor posible para ese día que habíamos preparado. Después de todo, pasé semanas tratando de aprenderme algunas rolas. Realmente quería ir a ese concierto, a su lado. Y en menos de 24 horas me urge para darle explicaciones, “no creo que sea buena idea” –dije–­­, “deberías ir con alguien más, con quién lo disfrutes más” –dije–. Pero en verdad me moría de ganas por ir. Y ya había sustituto, ya había un buen candidato que en tres simples pasos se apoderó de mi boleto por mi propia voluntad, pero es que realmente quería que lo disfrutara. Prefiero que se divierta en compañía de alguien más, que amargárselo con mi presencia, porque ahora sé que jamás puede olvidar ni separar de mí todos mis defectos. Pero realmente –en verdad– quería ir a su lado. No se pudo. Y quizás ahora piensa que soy un maldito cerdo por cobrarle. :(


Ahora mi cerebro me atormenta de formas nuevas y malévolas. Retumban en mi memoria, como el eco de un trueno, sus palabras refiriéndose a lo insignificante que soy como para jamás pedir disculpas, tan poco único e importante, uno más entre legiones enteras que matarían por haber estado en el lugar que afortunadamente yo tuve.  Y no puedo evitar imaginar que se largan a un hotel saliendo del concierto, a revolcarse como pinches animales, pues, a fin de cuentas, gente para eso “no tiene pedos en conseguir”. ¡Odio pensar eso!, odio que su persona se halle envuelta de un halo tan siniestro. ¡No quiero creer que lo tiene! Yo vi sus ojos, y vi en su sonrisa la calidez de un espíritu libre y gentil. Sentí en sus abrazos el calor de un alma buena, oí en su risa la de un infante y yo reí al mismo tiempo. Y corrimos, y gritamos, y cantamos, y vivimos momentos alegres al son de canciones completamente nuevas para mí, envuelto por fragancias dulces que emanaban de su cabello. ¡Cómo me encanta su cabello! Cómo amaba acariciarlo y olerle la cabeza aunque se viera un poco raro. Yo quiero quedarme con eso, yo quiero seguir recordando eso… Y sin embargo los malditos relámpagos martillan mi cabeza cual badajos repicando en las campanas del infierno, acuden a mi mente de forma ocasional, azotándola sin tregua ni piedad como las olas azotan a los pobres arrecifes. ¡Ah! ¿Por qué no pude haber cerrado el pico? ¿Por qué tenía que darle tanta importancia? ¿Por qué me hizo pedazos con su lengua? Y entonces recuerdo lo dicho y lo no dicho. La vez que le traje el elefantito de Teotihuacán, esperando tres pinches horas afuera de la terminal de autobuses, llamada tras llamada, sin que hubiera respuesta alguna, y al llegar a casa ver que se había conectado a esa infernal página, hablarle por face y al ver el visto saber que estaba ahí, llamar de nuevo y que no responda, y que quizás harto de la triste y patética insistencia pendeja y desesperada, me diera la estúpida excusa de decir “el teléfono estaba en modo silencioso”. ¿Es neta? ¿El teléfono de la casa en modo silencioso? Y le creí. Y luego los plantones esperando llamadas mágicas que nunca llegan, cancelando planes, diciendo que No a todo, para que hasta las pinches nueve la respuesta sea “vine a beber con un amigo”, y eso cuando hubo respuesta… Entonces, ¿qué tanta importancia tenía? Realmente, pensándolo bien, es algo que no debería afectarme. A final de cuentas, tenía toda la libertad de estar con quien quisiera.


Me caga la forma tan cruel en que mi cerebro me castiga amargando mis buenos recuerdos. Porque realmente no sé si pienso todas esas culeradas para desencantarme o si realmente es algo que debería ver de una vez por todas. No sé si veo las cosas con los ojos de mi sombra horrenda o si la verdad es tan triste que no quiero creerla. No sé. No me gusta pensarle así, no me gusta imaginar que algo tan dulce y que a mí me hacía tan feliz, pudiera ser así. Pero una cosa es cierta, después de todas las palabras, me siento como un comodín. Me siento como esa carta que pudo usar cualquier vez que quisiera. La que estaba ahí cuando los ases y los reyes no salían de la enorme baraja que se moría de ganas por ser sostenida en su mano. ¿Qué ganaba diciendo la verdad de la forma más cruel que podía? ¿En verdad pensaba que funciona? ¿En verdad creía que mostrarme de semejante forma mi falta de autoestima, algo bueno pasaría? ¿Y si en verdad hay algo ahí? Un deseo incansable de afirmarse y reafirmarse constantemente que tiene poder y alta autoestima, señalando y juzgando a los demás de forma justificada gracias a la filosofía. La gente que tiene “el alma bien” y juzga a la que “no la tiene tan bien”. Quizás esa parte no murió al hacer limpieza, y sobrevivió, y se adaptó, y se disfrazó. Ahora esa soberbia titánica se justifica a sí misma mediante saberes antiguos y se reserva el derecho de señalar y de juzgar, e invisible y haciéndose pasar por “verdad que sana”, esta venganza agriada traiciona subconscientemente su noble deseo de dar amor y rodearse de personas buenas, alejando a la gente que esa “ceguera blanca” cree que no se merece, mediante palabras corrosivas y destructivas. Gente débil, alma pobre, vacía, podrida, oscuridad cerda… Palabras poco gentiles que difícilmente provendrían de un alma noble, o del dulce sueño que yo tenía en mente. Al ver la foto… al verme a mí mandando un picorete, comprendo que realmente lo único que hacía, era el ridículo. Nunca me había visto tan estúpido en una foto. Después de todo, en el fondo, la loncherita todo el tiempo guardó "oscuridad cerda".


Odio pensar tanta mamada, tantas cosas malas de alguien a quien quiero tanto, pero de no sacarlo, seguirá carcomiéndome el cerebro hasta volverse una creencia verdadera. Sé que todo eso no es más que solo palabras y teorías pendejas emanadas en un momento bajo, que al igual que el eco de un viejo y desafinado cello, se desvanecerán en mi memoria. Pero los buenos recuerdos… Las buenas palabras, esas resonarán en mi mente como el timbre agudo y prolongado que emiten los cuencos de cuarzo. Un dulce tintineo de paz y tranquilidad que ahora opaca el ronroneo cruel de las notas del cello amargado. Ya pasará…
¿Qué fui / soy realmente en esa historia? Es algo que nunca sabré realmente.
¿Qué puedo hacer para recuperar lo bonito? No mucho, supongo. Mi cuate también quería ir, yo quería ir. Iremos juntos, y si renuncié a la compañía de mi motivo original para asistir a ese concierto, con tal de no amargarle la velada; menos se la haré amarga a mi amigo, que sin deberla ni temerla, me hará compañía en una noche que seguramente para mí será difícil, no triste ni amarga, pero si… difícil.


Y ahora realmente no sé si pueda enmendar mi error. Le pregunté si volveríamos a vernos, y su respuesta fue “en algún momento, existe la posibilidad”. Pero realmente debí preguntar si aún le restaban ganas de verme. Si en algún lugar, aún había deseo de que nuestro próximo encuentro no se reduzca a una simple posibilidad de toparnos en la calle, sino de decir “hey, hay que vernos”.
Supongo que gracias al desapego libre y sin remordimientos, su felicidad no se verá opacada por un pendejo más entre todos los de la fila. Sin embargo a mí me esperan meses de duelo, de celos, de insomnio, de falta de apetito…



¡Ay! Realmente lamento todo lo que hice… Lamento no haber sido el amigo que querías, ni el amante que merecías, ni siquiera fui el alumno que te habría gustado tener. No fui nada de lo que esperabas de mí, y me siento tan culpable...

Por favor perdóname, presiento que para ti todas mis disculpas carecen de sentido, pero en verdad me arrepiento de haber echado a perder esta etapa tan bonita de nosotros con una pinche oración de menos de veinte palabras. En verdad no esperaba que reaccionaras así, no lo hice con afán de ofenderte, simplemente se me salió, ¡lo siento! En verdad lo siento, lo lamento. :(

Sé que es inútil pedir que las cosas sean como antes, y realmente entendería que ya no tengas ganas ni de verme, ni de hablarme, ni de saber nada de mí. Sólo quiero que sepas cuán arrepentido estoy de haber hecho pedazos lo poco bueno que llegaste a pensar de mí, y que agradezco tu enorme paciencia para con mi infantil cabezota. Agradezco las noches juntos, los besos, los apapachos, el piojo, el desayuno y la cena compartidas, las descargas de música, los libros, las risas con tu mami, todo. Agradezco todo, de verdad.
 

Y supongo que ahora que ya no tengo nada que perder, debo confesar que en algo importante si mentí. Mentí sobre el Yoga. Mi primer prioridad no era mi espalda ni tampoco mis rodillas (eran la segunda), mi primera prioridad del por qué practicar Yoga eras tú. Quería una excusa para por fin poder verte todos los fines de semana sin pretexto, sin espacio para plantones o llamadas que nunca llegan. Estaba seguro de que al ser algo que amabas, serías constante y sin falta me recordarías los viernes por la noche (innecesariamente, porque lo recordaría) la clase del fin de semana. Creí que al estar un poquito más juntos, quizás lograrías ver un poco más de mis virtudes, opacando poco a poco mis defectos que tan celosamente guardabas a la mano para echármelos en cara al menor paso en falso que diera. Creía que serías la persona indicada para trabajar mi pecho oprimido, porque tú ya estabas dentro de él. Pero realmente no pensé que quizás tú juzgarías severamente a quien te dijera que hace Yoga sólo porque quiere estar con quién le enseña. No pensé que al ser mi primer motivo ese, no aprovecharía como debiera tus gentiles enseñanzas. No pensé que quizás, obnubilado por mis sueños, jamás habría aprendido algo de la forma en que realmente debería haberlo hecho. Lo lamento. También mentí sobre el interés con respecto a algunas cosas que quizás ni me importaban pero sólo por venir de ti, trataba de entender (Y no es la magia ni la espiritualidad, me refiero a cosas como geopolítica y esos menesteres satánicos). Creía que podía ser más compatible contigo si me esforzaba por adoptar cosas que te gustaban. No pensé que en el proceso, mi autoestima también se iba a la mierda. No pensé que podría ser malo darle tantísima importancia a tus comentarios. No pensé muchas cosas, y por no pensar, cometí estupideces que derivaron en todas las discusiones que hemos tenido. Lo lamento. Sólo en esas cosas quise quedar bien, pero nunca mentí cuando te dije que te quería.

En verdad lamento ser tan infantil y tan estúpido.

Lo lamento en verdad u_u.



Estas letras, al igual que todas las demás, al igual que mi blog entero, y que mis cuadernos, se perderán en el río del tiempo. Un simple paquete de datos de algunos bytes que se irán a la infinidad del internet, para que ojos curiosos de personas que googlean algo y entran aquí por accidente, siquiera lleguen a echar un vistazo. Ojalá tuviera el valor para decírtelas de frente, pero temo a tu reacción, a que te sordees y de nuevo me interrumpas y justifiques tus maneras de hacerme daño con la verdad, mediante la filosofía. Soy cobarde, pero no porque tema a que me hagas daño, porque realmente dudo que puedas decir cosas peores, y si sí… ps miedo octillones.

El verdadero motivo por el cual todo queda en esta tumba cibernética, es porque no quiero molestarte más con mis chingaderas. No quiero que te estrese el ver la notificación de que tienes un mensaje mío. Ya no quiero ser una decepción constante. Esperaré en el silencio a que el tiempo pase, aunque ya sabes que me muero de ganas por estar contigo como un pinche muégano abrazado, pero no te gusta, porque emano radiación y peso mucho.



Lamento todo lo que hice, pero nunca lamentaré haberte dicho que te quería, porque no mentí.

domingo, 19 de octubre de 2014

Mala copeando


Debí saber que algo saldría mal desde el primer momento. Yo sabía, de alguna forma, que las cosas se tornarían así en alguna parte, pero no hice caso. Incluso se lo dije en aquellas conversaciones primigenias de los primeros días. Yo sabía que iba a terminar haciendo que me detestara. Y heme aquí, de nuevo arrepentido y triste. ¿Para qué? De nada sirven las disculpas ni las ganas de cambiar, si uno siempre está bajo el ojo del juez, siendo atendido por los oídos de un psicoanalista obsesionado por encontrar el trasfondo a todas mis palabras, errores, defectos, miedos, inseguridades...

¿En qué pensaba? No lo sé, más bien no pensaba. Solo trataba de dejarme llevar, por primera vez en mi vida, sin reflexionar demasiado en lo que podría pasar. Y así es como sucedieron las cosas: Me enamoré de una persona libre y sin ataduras, mi primer error, siendo yo alguien completamente esclavizado por sus miedos y atado a las tinieblas. Me enamoré de alguien desapegado y sin remordimientos, mientras que a mí me aterra la soledad. Me enamoré de una persona que por más que haya querido, nunca podría fijarse en mí. Tan alta y poderosa (como me lo recordaban sus constantes afirmaciones sobre su grandeza y mi pequeñez), no pude sentir otra cosa sino cierto sentimiento de inferioridad. ¡Y cómo lo alimentaba! Con insoportables letanías de cómo debía de ser, cómo debía de comportarme, cómo debía de actuar. Eso es algo que en un caso normal, se apreciaría de forma positiva. Es decir, un consejo no se da si no te lo solicitan. Sin embargo a mí se me aconsejaba al menor movimiento, al menor error, al más leve paso en falso, siempre había argumentos para cagarme y decirme que estoy mal, y que hago mal, y que todo yo estoy mal. Y ahí seguí, supongo porque en alguna parte trataba de encontrar la buena intención en todo eso. ¡Y la hallé! Pero ya cuando en mí se había fraguado un sentimiento horrible de asco y repulsión a sus palabras. Ya no le pediría consejo alguno cuando sienta que la cago, porque ya me dio todos los consejos que podría darme un sacerdote en una pinche iglesia.

Siempre que, estando a solas, me daba cuenta de que cometí alguna pendejada, no era mi voz la que escuchaba reprendiéndome a mí mismo, sino la suya. Incluso ahora casi puedo escucharla, hablando sobre lo inútil que es escribir aquí, que no se gana nada, que qué patético es, bla bla bla... ¿Por qué me pide no darle importancia a ciertas cosas? Cuando le dio toda la importancia del universo a un estúpido comentario que se me salió. Se me ha solicitado callarme y no dar importancia a avionazos, silencios, indiferencias... Cosas que para mí son sumamente importantes, y acepté. Se me ha solicitado no expresar mis sentimientos, porque son recriminaciones, berrinches o dramas inútiles, y medio lo intenté. Se me ha solicitado aceptar sin tratar de modificar nada, y es algo que intento hacer. ¿Pero cuando yo pido lo mismo? "Fuck you!" es la respuesta.

Se queja de que le doy demasiada importancia a un avionazo, pero le da demasiada importancia a un pendejo comentario. Total, "Ekiz, así soy yo". Y claro, aprovechó para escupirme la letanía bíblica de mis defectos, otra vez. Las cosas pasan por algo, no existen las casualidades, ahora ya sé lo que piensa de mí porque no estaba borracho, yo sí.
Lo malo es que no me he insensibilizado un poco al discurso, ya casi me lo sé de memoria y sigue doliendo como dolió la primera vez. ¿Cómo no iba a acomplejarme? Cuando a la única persona a quien realmente quiero gustarle en el mundo, siente repulsión por mí. ¿Cómo no iba a sentirme tan mal? Si a cada momento se me escupe encima un río de todo lo malo, ruin, despreciable, patético, inseguro, acomplejado, imbécil que soy. ¿Cómo espera que no me ponga colérico y cruel? Que diga cosas horribles que quizás no quiero decir, que sienta deseos de alejarme de una vez por todas y dejarle en paz, cuando me repite hasta el cansancio que prácticamente soy un cáncer en su vida que debe ser extirpado. La relación que le hizo notar que su peor relación fue un sueño en laureles.

Es obvio que no le importa lastimarme. Yo no puedo lastimarle, porque eso implica que es más débil que yo, y pensar eso es casi un pecado mortal. ¿Por qué entonces, si sabe que yo soy más débil y que por ende si puede lastimarme, que sus palabras tienen un efecto más terrible en mí, sigue haciéndolo? Quizás, porque no le importa. Quizás porque ya ha sido lastimado lo suficiente y de alguna manera inconsciente busca hacer sufrir a otros con la misma severidad que la vida tuvo con su destino, porque le ha funcionado y cree que así funciona para todos. Pero, si ni la vida misma ha sido tan severa conmigo ¿Por qué siente que tiene el derecho de venir a serlo?

Yo sé que en lo más profundo de su corazón, quiere verme sufrir, quiere verme retorcerme de dolor en mi propia inmundicia, en mi momento más bajo y oscuro, anhela con todas las fuerzas de su alma saber que de alguna manera la vida me ha puesto una putiza satánica con la que tanto ha soñado. ¿Lo sé? No, realmente no lo sé. Pero pareciera, se siente que piensa que sólo puedo aprender con el dolor como maestro, y lo peor de todo es que quiere encarnarlo y enseñarme. Me entristece mucho ver que a estas alturas, creo eso... creo en verdad que le gustaría que sufriera, "para que aprenda".

Me rasuré para nada, y tan incómodo que es. Pude haberme afeitado el pecho con rastrillo si quisiera, y aún así puedo verle dándome la espalda, de nuevo, en cuanto se harte de observarme. Como una puta que no hizo bien su trabajo y de quien espera deshacerse rápido, como un chicle mascado hasta no hallarle sabor, al darme la espalda, me escupía desde su boca al piso. ¿Cómo chingada puta madre no me voy a acomplejar?

Pero no es mi culpa, no es completamente mi culpa. Muchas veces actué -o no actué- tratando de pensar en la forma en cómo le afectaría. Y por eso nunca me atreví a comprarle una playera de su color favorito, porque cuándo se lo pregunté pensó que le haría vudú, o a volver a tener la iniciativa de querer robarle un beso en público, porque me regañaba, o a posar mi brazo sobre su hombro, porque al parecer era una inmensa loza ciclópea megapesada que le trituraba los huesos. Y así, poco a poco, fui perdiendo las ganas de hacer o no hacer cosas, por temor a sus reacciones. 

¿Pero qué hay de mí? Creo que nunca imaginó que darme la espalda de tajo podría ponerme un poco triste, que empujarme contra la pared por ser una enana roja quemándole la piel pudo haberme hecho sentir mal, que preferir comprar libros sin avisarme pudo haberme hecho pensar que mi compañía es menos agradable que la de una bolsa de mandado, que al llegar a su casa y decirle “ya estoy aquí”, refunfuñe y me diga si no hay nadie más que me abra, que decirme a cada momento mis defectos, que observarme todo el tiempo con los ojos de un juez y escucharme con los oídos de un psicoanalista, pudo haberme hecho desear ya no contarle nada. Y sin embargo seguí, porque le quería. Seguí pensando en regalarle cosas, como un pingüino emperador bebé que ví en plaza lindavista, para navidad; cosa que hace poco me confirmó que le gustaría. 

Qué patético. Ahora sé que realmente tiene razón al decir que no me quiero. ¿Por qué habría de rasurarme por alguien que no acepta mi cuerpo como es? ¿Por qué habría de luchar por tener la atención sexual de alguien a quien obviamente no le gusto? ¿Por qué habría de cambiar mis hábitos para agradarle a alguien? ¿Por qué iba a tratar de olvidar las cosas horribles que me ha dicho, cuando piensa en todos mis defectos mientras le abrazo desnudo? Y de nuevo la vista de su (sexy) espalda. El silencio, la pared como único pinche refugio, y ahí estoy, metido hasta la puta orilla, con un brazo entumecido por el frío, la espalda dolorida, pero todo sea por no quemar con mi radiación solar la espalda que con tanto entusiasmo me abre indiferentemente, todo sea por no posar sobre su frágil cuerpo el pesado brazo de un gigante egoísta que le aplasta, todo sea por fingir que no estoy ahí para que pueda sentirse a gusto. Todo sea por buscar su aceptación. Qué pendejo. Ahí estoy escuchando toda la puta semana a Trust para no llegar tan frío al concierto, qué pendejo soy.

Y todavía me dice "Quiérete", después de haberme hecho sentir como la basura más despreciable.
No he puesto en duda su cariño, si alguna vez lo dije, mentí inspirado por la ira. Y no lo pongo en duda porque no soy nadie para poner en duda el cariño de nadie. Sin embargo, afirmó más de una vez que no le quiero, después de todas las pendejadas que he hecho, insiste en que soy un farsante que busca quedar bien. ¿Qué clase de farsante se desvela viendo documentales sobre cosas que realmente no le importan? Pudiendo buscar una reseña, dar una opinión vaga y salirme de pedos. ¿Qué clase de farsante busca empaparse de su música para tratar de estar mejor compenetrado?  Pudiendo decir, simplemente, no me gusta. O mejor aún, decir "the most boring video ever" o "me da hueva, ni lo escuché". ¿En verdad no se nota mi cariño? Ni porque nos hemos desvelado, ni porque nos hemos puesto a chillar juntos... 

Ahora comprendo por fin que si soy bien recibido es sólo por pequeños ratos buenos de alegría que en momentos de suerte puedo llegar a ofrecer, no porque realmente represente algo importante o trascendental en su vida. Ni espiritual, ni erótica, ni intelectualmente hablando, me lo ha dicho, me lo ha demostrado y confirmado. No cree en mí, mintió al corear conmigo la canción, porque lo que realmente cree es que soy un maldito cerdo egoísta que miente y que solo quiere quedar bien. Eso es lo que realmente cree de mí.

¿Mi autoestima? Si, está por los suelos, pero no porque yo completamente la haya dejado caer, más bien es porque estando tan cerca de mi corazón, le di demasiada importancia a sus comentarios sobre la forma en que me ve o me escucha o me siente. Entre más se quejaba de mí, más inseguro a su lado me sentía. Entre más mencionaba mi pobreza espiritual, menos ganas de contarle mis intenciones tenía. Entre más me recordaba lo horrible que soy, menos ganas tenía de compartirle lo que soy. Y el constante sentimiento de ser un gusano al lado de un ser cuasi divino, no es algo que yo haya querido para mí mismo. Es algo que se dio con las circunstancias, con sus comentarios y mi reacción ante ellos, y que poco a poco fue siendo nutrido por mi neurosis. ¿Dónde quedó aquél chico que con tanto entusiasmo y seguridad en sí mismo le hablaba por Skype? Se murió con su primera crítica. ¿Y por qué tubo tanto poder esa crítica? Porque provenía de alguien muy muy muy importante. Por eso el gran impacto de sus actitudes. Todas ellas.

El deseo de estar ahí por recordar la primera vez que me puso el cinturón térmico, o nuestro primer beso sincronizado con mi cuarzo rosa que me puso en la cabeza mientras escuchábamos “Song of the stars” estando pachecos, o la carrera bajo la lluvia después de ver la de “topo”, son sólo algunos pocos ejemplos de las muchas cosas que me inspiraban a seguir ahí y que nunca olvidaré. Pero estando ahí, el increíblemente incansable entusiasmo con el cuál era criticado al primer paso en falso, la forma tan cruel (no sincera, son mamadas, no era sinceridad, era crueldad) de decirme mis defectos… Yo dije muchas cosas horribles también, pero no porque me salieran naturales, sino porque era una reacción al pinche coraje e impotencia de sentir “chingada suerte, ¿ora qué hice?” Al parecer lo más terrible fue decirle “telemita”, y mis constantes errores pendejos de olvidar el nombre de la gaviota o su color favorito no ayudaban. Pero así como le parece que mi forma de darle importancia a los avionazos es exagerada, yo considero que fui juzgado y castigado de forma muy severa por no acordarme de esos detalles. ¿Cómo no se iba a aprender el nombre de todos mis amigos si me la paso contándole todo, y repitiéndole los nombres hasta el cansancio? Y aunque llegó a confundir o a olvidar el nombre de alguno de mis amigos, yo jamás, JAMÁS -lo juro por pinche Dios-, me ofendí. Simplemente se lo recordaba y ya. Y sin embargo sólo una puta vez me ha dicho el nombre de sus amistades, que hasta tuve que copiar en una hojita porque sabía que jamás los volvería a mencionar. Tanto pinche hermetismo, tanto secreto, tanto silencio, dios… no soy adivino.

Qué pendejo soy.
Y ahora cargo nuevos estigmas, tan solo porque las palabras provenían de su boca, pues si hubiesen sido proferidas por otra persona, al igual que un pedo, hubieran apestado un rato y luego se habrían ido. Pero no, ahora yo completo apesto, yo soy la peste, soy el acomplejado, el poco hombre violado, el cerdo farsante que quiere quedar bien, el inseguro… Así ¿cómo no espera que me sienta mal o que mi autoestima se haga mierda? Si la persona que más quieres, te dice semejantes cosas para grabar con un puñal en tu pecho las letras sangrantes de un estigma nuevo cada vez. Así que no pidan chingaderas. Mi autoestima era tan alta como la de cualquiera, el pedo es que quizás es más sensible y la puse en las manos de alguien a quien obvio le vale verga, porque no soy realmente sensible, solo soy un pinche dramático, según su percepción.

Y está bien, a fin de cuentas. Yo sé que el día en que me muera, metafóricamente hablando, y deje de existir en su vida, no seré más que un puñado de cenizas arrojado al viento. Sus poderes de desapego sin remordimientos me quitan toda la importancia que podría tener a cada segundo que pasa, haciendo de mi nombre no más que un eco en el negro vacío. ¿Y yo? Seguramente me tiraré al drama, y duraré meses en duelo, deambulando en un sheol horrible de tristes recuerdos.

Ni modo, creo que por eso tengo tantos amigos, porque no puedo ser desapegado, porque a pesar de las peleas horribles, siempre busco la forma de estar ahí de pinche rogón. Patético.

¿Cómo pude ser tan estúpido? Al creer que de verdad tenía oportunidad. ¡JAMÁS EXISTIÓ! Todo lo que diga es solo para calmarme, yo sé en el fondo que jamás tuve oportunidad, y sin embargo me subí a una motocicleta con los ojos vendados y a toda velocidad. ¿O quizás si la hubo pero pienso esto porque estoy muy triste? Prefiero pensar lo segundo. De cualquier manera ya me ha dejado MUY en claro, que nel pastel.

¿Entonces qué hago ahí? Si ni para novio le gusto, ni como amigo sirvo, ni como amante rifo, ¡ni como pinche mueble!, ¿a qué me aferro? ¿A los recuerdos? ¿A su cariño? ¿A MIS PINCHES SUEÑOS? Sería traicionarme a mí mismo si no me aferro a mis sueños.

Ahora más que nunca me siento como una simple distracción agradable para sus ratos de ocio. Pero como bien ha mencionado, gente que se muere por mamarlo, por mimarlo y por quererlo, sobra. Y por ende, yo también salgo sobrando.

Es momento de plantearme seriamente el regreso a las terapias, la predisposición genética de mi abuela y mi madre, me hacen excelente candidato a la depresión galopante, de esa por la que se mató Robin Williams y yo la neta siento que aún tengo cosas por hacer.

No me arrepiento de lo que dije, porque viéndolo bien, si se prefiere un trozo de hule que cumple con su chamba, a una persona que se queja todo el tiempo.

Me tranquiliza saber que estará bien. Que sin pedos se largará al concierto, cuando yo en su lugar hubiera tratado de arreglar las cosas. Que sin mí, será siendo igual de grandioso y poderoso que siempre. Que a diferencia de mí, podrá comer sin pedos y hacer sus cosas sin distraerse.


Mi vocesita interna me dice que le quiero, pero su estruendosa voz diciéndome farsante que solo quiere quedar bien, la acalla y la ahoga en un mar de tristeza que me hace nudos la garganta. Son las pinches doce y en todo el día sólo he comido medio plato, ni me he bañado, me siento tan sucio y tan triste y tan inútil…
Quizás realmente no me quiere, quizás sólo quiere a alguien cercano y le caga que ese alguien haya sido yo, por eso busca cambiarme y por eso le caga tanto no poder hacerlo. Quizás por eso hay tolerancia cero cuando olvido un nombre. Quizás por eso en cada discusión, por absurda que sea, termina sacando toda la letanía bíblica de mis defectos, del por qué no me pela y de por qué le doy tristeza.

Cuando se lastima a un ser amado, se busca ofrecer una disculpa, aunque uno esté correcto. Yo lo hice muchas veces. Y solo una vez se disculpó, la vez del plantón, sólo porque, citándolo, “no tenía argumentos para debatirme”. Ps chingá, aunque los tuviera, si te lastimo, a ti, ser despreciable al que digo quererlo, esté bien o no, al menos, me disculpo.
Pero ayer supe que eso jamás pasará. Mentiría si digo que no me importa, pero no puedo hacer nada. Sólo puedo estar ahí, recibiendo todo eso que le inspiro.

¿Realmente soy así? No. Creo que nunca me había portado tan “gusano”, como esta vez. Quizás porque nunca, hasta esta vez, me habían tratado como tal.

Cuestión de enfoques, supongo.

Que se divierta, y ojalá que la persona con quien vaya al concierto sea el mamador olímpico dotado súper macho que yo no pude ser.

¿Le odio? No. Pero si así fuera, sólo sería un farsante que busca quedar mal, porque en el fondo, realmente, le quería.

Así que no importa si le odio o le quiero. A final de cuentas, piensa de mí lo que le da su chingada gana. Ahora que sé todo lo que realmente soy, lo que realmente soy detrás de ese pinche güini, como un osito de felpa relleno de arañas y escorpiones venenosos, no me queda otra cosa que esperar el último juicio, el último psicoanálisis y la última condena. Como un niño que disfruta golpeando un perro para demostrar su superioridad al ver como regresa moviendo la cola después de la putiza, un día el perro trató de morderle la mano, y al perro le fue peor, como nunca. ¿Cuándo huirás de casa, pobre perro pendejo? ¿Cuándo?

Es muy triste darme cuenta que cada que me siento como ese perro, también regreso moviendo la cola. Supongo es un síntoma de que ya debo pararle a mi mame.

Mientras tanto, haré como si no pasara nada, y no expresaré nada porque todo se quedará en un drama inútil. Después de todo, siempre estoy mal yo, siempre estuve mal yo, siempre me equivoco yo, siempre.

Mejor gordito y bonito, saludando y sonriendo mientras me pudro por dentro, porque ya no quiero hablar más, ni discutir más, ni nada, quisiera ser como una pinche estatua o algo, ya no sé ni qué chingados hacer, me siento impotente, desesperado. Ahora solo tengo que esperar a que me crezca el pelo, a que se me pasen las pinches ganas de quedar bien. Solo queda esperar y esperar no morir en la espera, porque este pinche veneno que me da a tomar y que según es medicina que me dice por mi bien, me está pinches matando. Y así como no olvido los lindos momentos, por desgracia, tampoco olvidaré jamás sus palabras.

“No me quieres, sólo buscas quedar bien”.

¿Quién no quiere a quién? No pasa ni un puto día y ya tenía sustituto para mi lugar en el concierto. Creo que en verdad soy tan poco importante, tan fácilmente sustituible… Me lo ha confirmado. Ni pedo.