Aún me siento triste por lo de
aquélla noche.
Es decir, todo iba tan bien, todo
era tan bonito y después tenía que hablar…
Me arrepiento de haber dicho lo
que dije en ese momento, y aunque sé que mis palabras podrían ser perdonadas,
sé que no serán olvidadas. Lamento haber echado a perder todo, de nuevo.
Sólo no sé… ¿Por qué esta vez le dio
tanta importancia? ¿No se supone que debía uno callarse? ¿No se supone que
debía uno aguantarse lo que nos hiciera daño? Sólo restarle la importancia y no
hacer drama por algo tan simple. Supongo que eso solo aplica para mí, los
avionazos y los espaldazos.
Siento que esta vez mi pase a la
chingada no tiene boleto de regreso. Y lo comprendo, pues muchas veces abusé
del pase de regreso sin medida. Siento que cree que nunca valoré nada. Siento
que cree que soy un cerdo o un mentiroso.
Después de todo, por algo pasan
las cosas. Al parecer no siempre fui yo el acomplejado. Debí notar la forma en
que reaccionaba a la menor insinuación de “quesadilla”. Debí decir que no le
diera importancia a las cosas que decía o hacía yo en broma o publicaba en mi
muro sólo porque me daban risa, y que le molestaban; y debí decir también que
no era ni mi culpa, ni mi pedo que de inmediato se pusiera el saco. Nunca debí
hacerme responsable de eso, ni cargar con eso porque me sentía culpable. Debí de hacerle notar su
complejo de “petite putain” con el mismo énfasis con que me señalaba los míos.
Debí convencerle de que jamás creí eso de su persona, de que nunca estuve ahí por
la garnacha, de que siempre, incluso en nuestro estado más desnudo y pasional,
siempre pensé lo mejor acerca de su persona. A diferencia suya, claro, que
traía mis sombras y mis venenos a la cama con nosotros. Después de todo lo
dicho, dudo realmente hasta qué punto fui importante.
Después de la excelente
explicación sobre el hecho de pedirme disculpas a mí, sobre la enorme fila de
muchachos que se mueren por rosar su piel morena… Creo que después de todo, no
era realmente muy importante. Digo, en menos de 24 horas conseguir alguien con
quién ir… Yo no podría… Yo habría esperado (y esperé, aunque mi espera duró
poco), habría preguntado si había posibilidades de arreglar algo, si se podía
suavizar todo con tal de estar juntos lo mejor posible para ese día que
habíamos preparado. Después de todo, pasé semanas tratando de aprenderme
algunas rolas. Realmente quería ir a ese concierto, a su lado. Y en menos de 24
horas me urge para darle explicaciones, “no creo que sea buena idea” –dije–, “deberías
ir con alguien más, con quién lo disfrutes más” –dije–. Pero en verdad me moría
de ganas por ir. Y ya había sustituto, ya había un buen candidato que en tres
simples pasos se apoderó de mi boleto por mi propia voluntad, pero es que
realmente quería que lo disfrutara. Prefiero que se divierta en compañía de
alguien más, que amargárselo con mi presencia, porque ahora sé que jamás puede
olvidar ni separar de mí todos mis defectos. Pero realmente –en verdad– quería
ir a su lado. No se pudo. Y quizás ahora piensa que soy un maldito cerdo por cobrarle. :(
Ahora mi cerebro me atormenta
de formas nuevas y malévolas. Retumban en mi memoria, como el eco de un trueno,
sus palabras refiriéndose a lo insignificante que soy como para jamás pedir
disculpas, tan poco único e importante, uno más entre legiones enteras que
matarían por haber estado en el lugar que afortunadamente yo tuve. Y no puedo evitar imaginar que se largan a un
hotel saliendo del concierto, a revolcarse como pinches animales, pues, a fin
de cuentas, gente para eso “no tiene pedos en conseguir”. ¡Odio pensar eso!,
odio que su persona se halle envuelta de un halo tan siniestro. ¡No quiero
creer que lo tiene! Yo vi sus ojos, y vi en su sonrisa la calidez de un
espíritu libre y gentil. Sentí en sus abrazos el calor de un alma buena, oí en
su risa la de un infante y yo reí al mismo tiempo. Y corrimos, y gritamos, y cantamos,
y vivimos momentos alegres al son de canciones completamente nuevas para mí,
envuelto por fragancias dulces que emanaban de su cabello. ¡Cómo me encanta su
cabello! Cómo amaba acariciarlo y olerle la cabeza aunque se viera un poco
raro. Yo quiero quedarme con eso, yo quiero seguir recordando eso… Y sin
embargo los malditos relámpagos martillan mi cabeza cual badajos repicando en
las campanas del infierno, acuden a mi mente de forma ocasional, azotándola sin
tregua ni piedad como las olas azotan a los pobres arrecifes. ¡Ah! ¿Por qué no
pude haber cerrado el pico? ¿Por qué tenía que darle tanta importancia? ¿Por
qué me hizo pedazos con su lengua? Y entonces recuerdo lo dicho y lo no dicho.
La vez que le traje el elefantito de Teotihuacán, esperando tres pinches horas
afuera de la terminal de autobuses, llamada tras llamada, sin que hubiera
respuesta alguna, y al llegar a casa ver que se había conectado a esa infernal
página, hablarle por face y al ver el visto saber que estaba ahí, llamar de
nuevo y que no responda, y que quizás harto de la triste y patética insistencia
pendeja y desesperada, me diera la estúpida excusa de decir “el teléfono estaba
en modo silencioso”. ¿Es neta? ¿El teléfono de la casa en modo silencioso? Y le
creí. Y luego los plantones esperando llamadas mágicas que nunca llegan,
cancelando planes, diciendo que No a todo, para que hasta las pinches nueve la
respuesta sea “vine a beber con un amigo”, y eso cuando hubo respuesta… Entonces,
¿qué tanta importancia tenía? Realmente, pensándolo bien, es algo que no
debería afectarme. A final de cuentas, tenía toda la libertad de estar con
quien quisiera.
Me caga la forma tan cruel en que
mi cerebro me castiga amargando mis buenos recuerdos. Porque realmente no sé si
pienso todas esas culeradas para desencantarme o si realmente es algo que
debería ver de una vez por todas. No sé si veo las cosas con los ojos de mi
sombra horrenda o si la verdad es tan triste que no quiero creerla. No sé. No
me gusta pensarle así, no me gusta imaginar que algo tan dulce y que a mí me
hacía tan feliz, pudiera ser así. Pero una cosa es cierta, después de todas las
palabras, me siento como un comodín. Me siento como esa carta que pudo usar
cualquier vez que quisiera. La que estaba ahí cuando los ases y los reyes no
salían de la enorme baraja que se moría de ganas por ser sostenida en su mano.
¿Qué ganaba diciendo la verdad de la forma más cruel que podía? ¿En verdad
pensaba que funciona? ¿En verdad creía que mostrarme de semejante forma mi
falta de autoestima, algo bueno pasaría? ¿Y si en verdad hay algo ahí? Un deseo
incansable de afirmarse y reafirmarse constantemente que tiene poder y alta
autoestima, señalando y juzgando a los demás de forma justificada gracias a la
filosofía. La gente que tiene “el alma bien” y juzga a la que “no la tiene tan
bien”. Quizás esa parte no murió al hacer limpieza, y sobrevivió, y se adaptó,
y se disfrazó. Ahora esa soberbia titánica se justifica a sí misma mediante
saberes antiguos y se reserva el derecho de señalar y de juzgar, e invisible y haciéndose
pasar por “verdad que sana”, esta venganza agriada traiciona subconscientemente
su noble deseo de dar amor y rodearse de personas buenas, alejando a la gente
que esa “ceguera blanca” cree que no se merece, mediante palabras corrosivas y
destructivas. Gente débil, alma pobre, vacía, podrida, oscuridad cerda…
Palabras poco gentiles que difícilmente provendrían de un alma noble, o del
dulce sueño que yo tenía en mente. Al ver la foto… al verme a mí mandando un
picorete, comprendo que realmente lo único que hacía, era el ridículo. Nunca me
había visto tan estúpido en una foto. Después de todo, en el fondo, la loncherita todo el tiempo guardó "oscuridad cerda".
Odio pensar tanta mamada, tantas
cosas malas de alguien a quien quiero tanto, pero de no sacarlo, seguirá
carcomiéndome el cerebro hasta volverse una creencia verdadera. Sé que todo eso
no es más que solo palabras y teorías pendejas emanadas en un momento bajo, que
al igual que el eco de un viejo y desafinado cello, se desvanecerán en mi
memoria. Pero los buenos recuerdos… Las buenas palabras, esas resonarán en mi
mente como el timbre agudo y prolongado que emiten los cuencos de cuarzo. Un
dulce tintineo de paz y tranquilidad que ahora opaca el ronroneo cruel de las
notas del cello amargado. Ya pasará…
¿Qué fui / soy realmente en esa
historia? Es algo que nunca sabré realmente.
¿Qué puedo hacer para recuperar
lo bonito? No mucho, supongo. Mi cuate también quería ir, yo quería ir. Iremos
juntos, y si renuncié a la compañía de mi motivo original para asistir a ese
concierto, con tal de no amargarle la velada; menos se la haré amarga a mi
amigo, que sin deberla ni temerla, me hará compañía en una noche que seguramente
para mí será difícil, no triste ni amarga, pero si… difícil.
Y ahora realmente no sé si pueda
enmendar mi error. Le pregunté si volveríamos a vernos, y su respuesta fue “en
algún momento, existe la posibilidad”. Pero realmente debí preguntar si aún le
restaban ganas de verme. Si en algún lugar, aún había deseo de que nuestro
próximo encuentro no se reduzca a una simple posibilidad de toparnos en la
calle, sino de decir “hey, hay que vernos”.
Supongo que gracias al desapego
libre y sin remordimientos, su felicidad no se verá opacada por un pendejo más
entre todos los de la fila. Sin embargo a mí me esperan meses de duelo, de
celos, de insomnio, de falta de apetito…
¡Ay! Realmente lamento todo lo
que hice… Lamento no haber sido el amigo que querías, ni el amante que
merecías, ni siquiera fui el alumno que te habría gustado tener. No fui nada de
lo que esperabas de mí, y me siento tan culpable...
Por favor perdóname, presiento
que para ti todas mis disculpas carecen de sentido, pero en verdad me arrepiento
de haber echado a perder esta etapa tan bonita de nosotros con una pinche
oración de menos de veinte palabras. En verdad no esperaba que reaccionaras
así, no lo hice con afán de ofenderte, simplemente se me salió, ¡lo siento! En
verdad lo siento, lo lamento. :(
Sé que es inútil pedir que las
cosas sean como antes, y realmente entendería que ya no tengas ganas ni de
verme, ni de hablarme, ni de saber nada de mí. Sólo quiero que sepas cuán
arrepentido estoy de haber hecho pedazos lo poco bueno que llegaste a pensar de
mí, y que agradezco tu enorme paciencia para con mi infantil cabezota. Agradezco
las noches juntos, los besos, los apapachos, el piojo, el desayuno y la cena
compartidas, las descargas de música, los libros, las risas con tu mami, todo.
Agradezco todo, de verdad.
Y supongo que ahora que ya no
tengo nada que perder, debo confesar que en algo importante si mentí. Mentí
sobre el Yoga. Mi primer prioridad no era mi espalda ni tampoco mis rodillas
(eran la segunda), mi primera prioridad del por qué practicar Yoga eras tú.
Quería una excusa para por fin poder verte todos los fines de semana sin
pretexto, sin espacio para plantones o llamadas que nunca llegan. Estaba seguro
de que al ser algo que amabas, serías constante y sin falta me recordarías los
viernes por la noche (innecesariamente, porque lo recordaría) la clase del fin
de semana. Creí que al estar un poquito más juntos, quizás lograrías ver un
poco más de mis virtudes, opacando poco a poco mis defectos que tan celosamente
guardabas a la mano para echármelos en cara al menor paso en falso que diera.
Creía que serías la persona indicada para trabajar mi pecho oprimido, porque tú
ya estabas dentro de él. Pero realmente no pensé que quizás tú juzgarías
severamente a quien te dijera que hace Yoga sólo porque quiere estar con quién
le enseña. No pensé que al ser mi primer motivo ese, no aprovecharía como
debiera tus gentiles enseñanzas. No pensé que quizás, obnubilado por mis
sueños, jamás habría aprendido algo de la forma en que realmente debería
haberlo hecho. Lo lamento. También mentí sobre el interés con respecto a
algunas cosas que quizás ni me importaban pero sólo por venir de ti, trataba de
entender (Y no es la magia ni la espiritualidad, me refiero a cosas como
geopolítica y esos menesteres satánicos). Creía que podía ser más compatible contigo
si me esforzaba por adoptar cosas que te gustaban. No pensé que en el proceso,
mi autoestima también se iba a la mierda. No pensé que podría ser malo darle
tantísima importancia a tus comentarios. No pensé muchas cosas, y por no
pensar, cometí estupideces que derivaron en todas las discusiones que hemos
tenido. Lo lamento. Sólo en esas cosas quise quedar bien, pero nunca mentí
cuando te dije que te quería.
En verdad lamento ser tan
infantil y tan estúpido.
Lo lamento en verdad u_u.
Estas letras, al igual que todas
las demás, al igual que mi blog entero, y que mis cuadernos, se perderán en el
río del tiempo. Un simple paquete de datos de algunos bytes que se irán a la infinidad
del internet, para que ojos curiosos de personas que googlean algo y entran
aquí por accidente, siquiera lleguen a echar un vistazo. Ojalá tuviera el valor
para decírtelas de frente, pero temo a tu reacción, a que te sordees y de nuevo
me interrumpas y justifiques tus maneras de hacerme daño con la verdad,
mediante la filosofía. Soy cobarde, pero no porque tema a que me hagas daño,
porque realmente dudo que puedas decir cosas peores, y si sí… ps miedo
octillones.
El verdadero motivo por el cual
todo queda en esta tumba cibernética, es porque no quiero molestarte más con
mis chingaderas. No quiero que te estrese el ver la notificación de que tienes un
mensaje mío. Ya no quiero ser una decepción constante. Esperaré en el silencio
a que el tiempo pase, aunque ya sabes que me muero de ganas por estar contigo
como un pinche muégano abrazado, pero no te gusta, porque emano radiación y
peso mucho.
Lamento todo lo que hice, pero
nunca lamentaré haberte dicho que te quería, porque no mentí.