lunes, 26 de octubre de 2015

Tesoro

He notado que cada vez es más fácil molestarnos, que cada vez hace falta menos esfuerzo para tener fricciones; o al menos eso he sentido yo. No me había puesto a pensar que no tenemos muchas cosas en común. Tenemos algunas, pero no muchas; y considero que son menos de las necesarias para llevarnos bien (¿según quién?). Me pregunto ¿Por qué, entonces, hemos llegado hasta aquí? La respuesta más obvia que viene a mi mente es: porque me gustas. ¿Pero qué hay detrás de ello? No sólo es el "me gustas", sino las veces que rogué, que fui, que disparé, que me desvelé escuchando... las cosas que de alguna forma u otra, pretendían rescatar el vínculo que "nos une". ¿Realmente existe ese vínculo?

Quizás soy sólo soy yo el que piensa que existe semejante cosa, pero luego recuerdo las cosas que tu haz hecho, como tolerar tantos errores míos, o interesarte en mis problemas y desvelarte leyéndome, a veces disparando, a veces, también, cediendo un poco. Entonces, como una especie de mecanismo de defensa, mi subconsciente evoca a mi mente las veces en las que me hiciste daño. Una por una, arroja un torrente de imágenes que vienen con sonido y sensaciones, y que poco a poco se vuelve un recuerdo tan vívido que termina por hacerme sentir un poco de la manera en que me sentí en ese momento. Si este es un mecanismo de defensa (al que suelen llamarle rencor), ¿de qué me defiende? ¿De no volver a cometer la tontería de enamorarme de alguien que de ninguna manera saldría conmigo? ¿De no volver a buscar a alguien que con tanta fácilidad "me da una patada"?

Pero está esa otra parte de mí, la parte necia y eternamente esperanzada (y, por lo tanto, eternamente trágica) que se aferra a seguir avivando la llama de un fuego que se apaga cada vez más y más rápido. ¡Y cómo duele! Cómo duele ser un triste pordiosero que ruega por migajas, y que se conforma con las sobras del tiempo que se prefiere invertir en todo, menos en estar conmigo. ¡Ah! Qué grande es el peso que carga un corazón magullado por la embestida de la indiferencia. Y aún así, tiene la estúpida valentía de levantarse a rogar un poco más. ¿Por qué no puedo, simplemente, irme, como tu haz intentado hacer en veces pasadas? ¿Por qué no puedo, simplemente, ser igual de indiferente ante el dolor de una despedida? ¿Por qué no puedo cortar de un tajo el cordón que me une, como tu haz cortado tantos otros cordones que te unían a viejas amistades? ¿Cuál es el secreto detrás de poder prescindir de la gente como un chicle al que ya no se le encuentra sabor? ¿Es a caso la autoestima o la arrogancia? ¿Cuál es la línea divisoria entre esa palabrita inventada por los psicólogos para vender libros y teorías, y el primer pecado, cometido por Lucifer, en la mitología judeocristiana?

Poco a poco, se van desmoronando mis ganas de avivar el fuego. ¿Por qué? Simple: No hay nada que alumbrar, qué calentar, qué cocinar... Estoy echando a las brazas la madera de mi psique, cada día, un madero tras otro se van consumiendo en el fuego que esperé ver alimentado por ti de vez en cuando, para calentarnos ambos. Ya es muy grande la pila de cenizas, muy pequeña la hoguera, muy opaco y triste el brillo, muy frío el ambiente y muy débil mi voluntad de seguir alimentando con mi fuerza un fuego que no tiene lugar en ninguna chimenea, ni antorcha, ni hoguera. Cada "ten un lindo día", cada "cuidate mucho", cada "¿ya comiste?"... se han quemado sin razón alguna. Y de nuevo demuestras la indiferencia cruel que con tanto orgullo llamas desapego.

Pero tu no tienes la culpa. Yo fui quien se equivocó, quién te orilló a no desear estar conmigo, quién no resultó ser lo que esperabas, quién era cristal en vez de acero, quién era miedoso en lugar de valiente. Yo fui la polilla que, encandilada por tu brillo, voló tontamente hacia las llamas para encontrar su perdición. Y ahora, con las alas quemadas, procuro alejarme de ti sin mucho éxito. Porque sentí la calidez de tus abrazos, la cándida sonrisa que mana de tu rostro era capaz de curar cualquier dolencia mía. Ahora ya no sé, porque al recordarla, la sensación agradable de verte sonreírme, se ve opacada por un súbito arrebato de recuerdos.

¿No demostré ser más valiente yo, al intentarlo? ¿No demostré ser más acero que cristal, al resistir los embates de tus pinches intentos por dejarme de hablar? ¿No fui yo quien a pesar de tu pinche egoísmo, siempre te buscó? Y ahora te atreves a llamarme egoísta por tener la estúpida osadía de darte una cucharada de tu propia medicina al no responder cosas "a las que les diste demasiada importancia". ¿Qué se siente? ¿Qué se siente que alguien "que te quiere", sea severo contigo por motivos tan estúpidos? Y entonces recuerdo que tu entorno siempre estuvo marcado por la severidad y la crueldad, y que un claro ejemplo de ello es tu forma tan particular de desenvainar la espada de la verdad incómoda y apuntar siempre al corazón cuando te invade la ira. ¿Y yo qué necesidad tengo de soportar esos ataques? ¿Por qué de una pendejada sacas tu mejor arsenal, listo para hacer añicos?

Cada vez pienso más lógicamente acerca de nosotros, y eso sólo significa que, poco a poco, se me termina el cariño. Cada vez que hay una rencilla me doy cuenta de que esto es un camino sin salida y que no tenemos nada relevante en común, y que aunque lo tuviéramos, encontraríamos la forma de tener fricciones y hacernos daño. He llegado a pensar que nos mal acostumbramos a tener rencillas, que por más que tratamos y por más que nos queramos, no debemos vernos tan seguido porque no reaccionamos bien, ya somos demasiado intolerantes a nosotros. Quizás la única forma de estar bien, es dejar de vernos meses, para reencontrarnos una vez, de vez en cuando, y aún así, estoy seguro de que discutiríamos de vez en cuando. Y según tú, siempre es por mi culpa. ¿En realidad estas tan ciego? A veces, no quiero oír justificaciones, sólo quiero oír una puta disculpa... y sé que eso jamás vendrá de ti, porque, parafraseándote, no viniste al mundo a pedir disculpas y menos a gente como yo.

No voy a responsabilizarme por cómo encausas tus emociones (una forma muy tuya de decir que te vale verga cómo me sienta por tus pendejadas), así que me rindo. Cada que me sienta lastimado, ya no diré nada. Cada que me sienta ofendido, no diré nada. Cada que sienta que haz cometido un error, no diré nada. Porque siempre que dije algo, siempre que dí advertencias de que algo hacías mal; yo era el dramático, el exagerado, el rencoroso, el que está mal... y de ninguna manera te vas a responsabilizar por nada, y mucho menos pedirías una disculpa. Pues bien, que me ahoguen todas esas emociones, pues sacarlas nunca sirvió para un carajo. Me hundiré en ellas como Góllum se hundió en la lava del monte del destino, y al igual que él, aunque me queme, mantendré a salvo "mi tesoro" lo más que pueda; aunque esté hundido por completo en la lava, lo último que se destruirá será ese tesoro.

martes, 18 de agosto de 2015

Una disculpa.

Te ofrezco una disculpa.

No porque crea que me he equivocado, sino porque creo firmemente que aunque estemos haciendo lo correcto, si hacemos sentir mal a alguien, hay que pedir disculpas. No importa si estoy bien, si lo que hago o hice está bien, no hay justificación para hacer sentir mal a alguien.

¿Qué puedo decir? Sé que no era tu intención provocar esto cuando preguntaste "¿Por qué me has abandonado?", pero tampoco era mi intención prolongar -aunque sea una mini madre más- el largo historial de mentiras que acarreábamos. Nunca te abandoné, ni cuando en los tiempos horribles de destrucción y podredumbre nos buscábamos sólo para hacernos daño. No te abandoné cuando me enteré de tu primera infidelidad, ni cuando me enteré de la segunda, ni de la tercera... No te abandoné cuando caí en tu sucio juego, y comencé a vengarme cometiendo los mismos actos horribles para hacerte sentir el dolor que yo sentía, porque sabía que me querías de alguna forma.

De hecho, te odié por todo el daño que me hiciste y que me inspiraste a hacerte, pero ni aún así te abandoné. Siempre estuve ahí, de alguna forma. Quizás no física ni moralmente, pero siempre tuve tu número en mi celular, tu contacto en el hi5, tu correo en mi msn, tu face; nunca dejé en visto un mensaje tuyo, nunca dejé de responder tus dudas, ni tus comentarios, ni tus saludos. No te abandoné.

¿Por qué ya no te hablaba, ni te veía, ni te buscaba? La respuesta que te dí: "¿Para qué?", es algo que tú también debiste haber pensado. Y es que no es mal pedo, pero después de haberte tratado de meter en mi corazoncito como pareja y como amistad, me quedó un muy mal sabor de boca; y yo creo que la gente nunca cambia. Ya tengo los suficientes amigos, ¿para qué arriesgarse a volver al mismo círculo vicioso?

Cinco... no, casi seis años después de nuestra historia, hoy por fin ya no figuras entre mis contactos. Nunca te eliminé porque, si no elimino gente que nomás agrego "por bonita" y ya después me da hueva, ¿por qué habría de eliminarte a ti? Que a veces me hablabas, que a veces comentabas, que a veces y te encontraba en el centro y me saludabas.

¡Ah! Siento un poco de remordimiento porque no suelo ser así, pero cuando te respondí que realmente prefería conservar mi paz mental que volver a intentar llevarme bien contigo, no mentía. Y, repito, no quería añadir una sola mentira más a nuestra historia, por eso te dije la verdad.

¿Fui cruel? Sí, muchas veces. Fui cruel cuando caí en el inútil juego de tratar de darte celos, fui cruel cuando con horrible indiferencia bateaba tus intentos de hacer las pases, fui cruel cuando te invité a mi cumpleaños, me puse pedo y pacheco hasta la madre y te dije que sólo te había invitado para confirmarme a mí mismo que ni en mi estado más deplorable me importaba tenerte cerca. No, no fui cruel, fui un pobre tonto, rencoroso y vengativo. Hoy no he sido cruel, ni vengativo, ni rencoroso; hoy fui sincero.

Dejé de odiarte hace mucho tiempo, y te perdoné la vez que te encontré en el centro y nos abrazamos. En verdad una parte de mí sintió gusto al verte y al saber que estabas bien, y el sentir una emoción positiva después de tanto tiempo me hizo saber que ya todo estaba en paz. Y esa paz duró... duró un buen tiempo de sana distancia y silencio, interrumpido de vez en cuando por saludos fortuitos y comentarios ocasionales que no me inspiraban ni enojo, ni alegría, ni tristeza, ni nada.

Eso es: una sana nada. Nada que perder, ni qué ganar; nada que duela, ni que cause goce, ni que haga daño, ni que cure tampoco. Simplemente un poco de cordialidad facebookera, digna de cualquier persona que figure en mi muro y me agrade mínimamente (lo cual, aunque suene mamón, es un obsequio que no se le ofrece a cualquiera).

Sé que quizás tu intención al hacerme esas preguntas, era encaminar las cosas a, quizás, ir por un café, tratar de salir por una chela, llevarnos bien. Quizás... Pero, como ya he mencionado, valoro mucho la poca paz mental que ahora poseo, como para tratar de volver a conocer a una persona con tan mal historial.

Dije que no creo que la gente cambie, eso es verdad. Pero sí creo en las ganas de ser mejor persona. Sé que un árbol por más que se vuelva silla, no deja de ser madera, que una ninfómana por más monja que se vuelva, no deja de sentir hervores en la sangre, que un alcohólico o un drogadicto no dejarán de sentir la sed o las ansias aunque pasen el resto de su vida sobrios, que un cerdo arrogante no deje de sentir el incipiente pecado de la soberbia en su boca, al dirigirse a su prójimo con palabras amables... Pero también sé que se necesita mucho trabajo para convertir un tronco en silla, un deseo en convicción, un vicio en voluntad y un pecado en virtud. Y no dudo que tú o que nadie, carezca de semejante capacidad evolutiva, simplemente... no me quedaron ganas de confirmarlo después de todo.

Y no, no sólo recuerdo las cosas malas. Fuiste la primera cena romántica preparada por mano propia, completamente en mi honor (aunque fue para remendar una enorme pendejada, es algo que un tauro valora sobremanera), la primera ida al museo de la manita... y muchos otros recuerditos que atesoro y no menciono porque considero especiales.

Lo malo se recuerda mejor, más fácil, porque flota; toda la mierda y podredumbre flotan tarde o temprano y apestan la superficie del agua donde navegan. Una horrible nata de maldad, que ligera, se muestra en la superficie de un espejo negro y turbio en el cual se refleja todo el daño que alguna vez uno provocó en su prójimo y a sí mismo. ¿Qué viste en el espejo de ese lago? ¿Cuántos pedazos rotos míos alcanzaste a distinguir, que tú en algún momento arrancaste de mí?

Pero las cosas buenas... ¡Oh! los buenos recuerdos, ¿cómo olvidarlos? Esos se hunden, hasta el fondo, como pesadas semillas de loto que aguardan en los recovecos más oscuros de la psique. Es difícil encontrarlos, y recordar lo bueno dentro de una "mala historia" implica zambullirse primero en la nata nauseabunda de putrefacción sinuosa que flota en la laguna de mi mente, a la deriva. Encontrarlos es difícil, porque en el fondo mis sombras los abrazan y protegen, porque mi corazón se nutre de ellos y los nutre al mismo tiempo, y un día, cuando todo se ha ido, cuando la nata de podredumbre al fin fue descompuesta en sabiduría, experiencia y perdón; cuando deja de existir como algo tóxico y malévolo y pasa a formar parte de algo que nutre el agua donde aguardan las buenas semillas de los bellos recuerdos... en ese momento florecen.

Y ahora, tras seis largos años, un ciclo se ha cerrado. Te recuerdo con gratitud, porque gracias a ti aprendí que eso de "dar celos" es algo estúpido, que "un clavo que saca a otro clavo" es el peor error que se puede cometer y es preferible estar soltero por largos periodos de tiempo.
Siento un poco de remordimiento, quizás por haber sido tan cínico al responderte cuando preguntaste por qué no nos veíamos ya; pero prefiero ser cínico a ser mentiroso de nuevo, y por eso, cuándo te pregunté: ¿Para qué?, y me dí cuenta que ya no había un "para" ni un "por qué", decidí darte la opción de eliminarme.

Haz decidido, pues, la sana distancia y la apacible lejanía. No espero que no me barras con la mirada si alguna vez me miras en el centro, pero tampoco espero que el reencuentro sea grandioso. Te pido disculpas de nuevo, por la forma en que mis palabras desembocaron en todo esto, pero es que tienes razón: "ya no tiene sentido".

La gente nunca cambia, sólo son la misma cosa en diferentes procesos y diferentes circunstancias, pero en esencia son lo mismo. Yo, vengativo y rencoroso, seré así hasta el ocaso de mis días, pero las flores de loto, cuya cuna alguna vez fue el sinuoso fondo de un negro estanque, con el tiempo saludan al sol en esplendorosa belleza. El estanque nunca deja de ser estanque. Así pues, tú y yo, algún día seremos estanques floridos. Aún me queda mucho por descomponer, mucha parte del estanque que tapizar de flores.

Una mariposa nunca dejará de ser gusano. En eso, quizás, radica la humildad. No existe el "he cambiado", existe el "hago lo que puedo por no ser como antes". Eso se valora más. Tengo amigos que me quieren mucho, los suficientes, creo yo, como para andarme arriesgando a otra amarga experiencia contigo. No dudo que no tengas la capacidad de no ser como antes, pero ya es demasiado tarde (casi seis años tuviste para demostrarlo). Creo en ti porque sé que eres capás de ser diferente, pero, de nuevo, te ofrezco una disculpa por no quedarme a ver. No me gusta dar paso sin huarache, y pues soy ingeniero, tienes un mal historial de eventos. "Si buscas resultados distintos, no intentes siempre lo mismo".

Gracias por todo.

domingo, 4 de enero de 2015

Renglones para una tarde silenciosa #1

No quiero ser un monstruo.
No quiero que la próxima vez que nos veamos,
te tengas que enfrentar a mis demonios.
Demonios que, por cierto, tu has alimentado.
No quiero echarte la culpa, pero me enferma que no aceptes
que también fuiste responsable, como yo, en todo esto.
No quiero que tu segundo nombre
reafirme su significado para mí,
ni quiero rebautizarte, ni redefinirte
con nuevos significados incómodos y tristes.
No quiero que al vernos tenga que usar mis pinzas de 50 m de distancia,
con la armadura anti murciélacobralacranes puesta.
No quiero verte así, me rehúso a mirarte a la cara
con un pentagrama en la frente y colmillos afilados.
Me niego a estrechar tu mano mientras la siga viendo manchada
con la sangre de un corazón hecho pedazos.
No quiero que nuestro siguiente abrazo te haga daño
ni quiero que tus brazos sean serpientes constrictoras.
No quiero que vuelvas a usar mis anhelos y miedos más profundos
para hacerme daño y picar a ver qué sale.
Tampoco quiero encarcelarte para siempre,
ni quiero que por años seas temido.
No quiero pensar que estoy bajo tu lupa todo el tiempo
a la espera de un nuevo juicio y su sentencia.
No quiero que la próxima vez que nos veamos
busques en mí yagas para poner tu dedo.
No quiero seguirle temiendo a alguien que quise,
aunque haya dicho que soy un farsante que buscaba quedar bien.
No quiero pensar que cada larga indiferencia se termina
cuando me hablas para confirmar si aún como en la palma de tu mano.
No quiero verte mientras yo no sane
porque sé que podría ser un mezquino.
Te temo. Y te temo porque sé que eres capaz de hacerme daño.
¿Pero qué no es normal en un humano?
Simples mortales que cometen errores.
Vamos y venimos en las mareas de la vida
y a lo largo de las mismas, lastimarás y lastimaré
a más personas en diferentes épocas y edades.
Y no es nuestra culpa. Somos ciegos en un mundo de tinieblas
buscando cada uno su luz, dando de palos a quien se atraviesa.
Deseo que pronto encuentres tú la luz que tanto buscas.
Te advertí de tu arrogancia titánica, y de cómo me volvía en tu contra.
Te advertí de cómo pequeños detalles eran importantes,
dijiste que no debía darles importancia, pero...
¿Quién eres tú para poner en duda lo que es o no importante para mí?
Quizás ninguno de los dos quiso al otro,
quizás ambos queríamos quedar bien.
Tú tratando de cambiarme sin permiso,
yo tratando de acoplarme a ti, sin esperanza.
Al final, no sé que haya quedado de tu lado,
pero de mi lado hay mucho destruido
y mucho, mucho más por reponer, rehacer, reconstruir...
No quiero traerte a un yermo de escombros quebradizos,
quiero traerte a un palacio de mármol y acero.
Hermoso y digno del recuerdo que conservo de ti,
resistente, duro y frio ahora que sé cómo es la realidad.
Ya no confío en ti, ni creo en ti
después de ver con qué cruel indiferencia
eres capaz de destruir a tus amigos.
En un momento de verdad, te perdí;
en un parpadeo, usaste todo lo que alguna vez te compartí
para sepultarme en una tumba fría y húmeda.
Sólo tres fotografías tenía de ti, después de tanto tiempo,
y esas tres fueron usadas para hacerme sentir culpable.
¿Cómo podría verlas ahora?
Sólo una vez te compartí mi terror más profundo
y bastó una vez para hacerme pedazos con él.
¿Cómo podría compartirte más temores?
Por eso es que aún no puedo verte
no porque te odie, ni porque quiera olvidarte.
Simple temor a que todo se repita...
Te extraño, te extraño mucho, es algo innegable.
Pero es igual de palpable que te temo,
que sé que si te tengo a mi lado no podría sonreír genuinamente
y te abrazaría siendo un hipócrita.
Temo que de nuevo sucumba ante el hechizo
de uno de tus besos en mi frente.
Temo a ser puesto en el estrado de nuevo
buscando tú mis fallas y errores.
Temo que cuando estemos juntos,
sienta miedo de perderte sin tenerte.
Temo que el día en que por fin haya sanado, tú ya no estés ahí.
Pero temo más que nada seguir pensando en ti.
Te extraño, te sigo pensando cada día, al menos una vez.
Y siguen atacando, como avispas, los recuerdos malos.
No quiero seguir viendo al diablo en tus ojos,
ni quiero ser yo el diablo de ninguna historia.
Pero después de ser lo peor de lo peor, según tu boca;
es difícil borrar un estigma tan marcado.
No quiero seguir recordando las fatalidades,
pero temo que al olvidarlas vuelva a repetirse todo.
¿Te quise? Si, con mucha ternura más de una vez te vi conmigo,
en un viaje ahora que ya gano dinero,
o todos los fines de semana haciendo yoga.
Todo sería perfecto.
¿Te quiero? No, no después de recordar a alguien que,
con tan terrible indiferencia cruel, su arsenal completo usó para matarme,
para asegurarse de que jamás retoñara en mí brote verde alguno.
Todo es triste.
¿Te odio? No, no podría odiar a alguien que sin saber,
me hizo feliz más de una noche y me hizo llorar más de una noche.
Todo es confuso.
Lo único que sé es que te extraño, y que esta marea de sentimientos
no acabará pronto, ni muy tarde.
Acabará cuando tenga que acabarse, cuando yo esté listo para verte
sin armaduras, ni pinzas, ni defensas excesivas.
Acabará cuando entienda que no está bien ser un libro abierto,
cuando entienda que el hermetismo esta bien después de todo.
Acabará cuando haya aprendido a no abrir mi corazón
y cuando haya entendido que en esta vida, todos hacen daño.
Hasta entonces, quizás te vuelva a ver antes de sanar,
y con gran esfuerzo para no tratarte mal o ser grosero,
volveremos a reír juntos caminando.
Y aunque me queme por dentro la ansiedad,
aunque siga creyendo a ratos que eres un ángel o un demonio,
no niego que te extraño mucho, que eres una persona importante para mí.
Ahora no hay más que llorar otro poco
y seguir escribiendo también.
Un río de agua salada y letras sin talento
emanan de un cerebro dolorido y triste.
Te agradezco todas las emociones que me haces sentir,
te agradezco el llanto y la risa,
los nudos de garganta y las mariposas estomacales,
te agradezco hacerme sentir vivo y moribundo,
te agradezco tantas humanas sensaciones.
Gracias por eso, y por recordarme,
mediante el goce y la pena,
que mi corazón aún late, que no hay condena
y que el sol se oculta diario, en el ocaso;
pero diario emerge también, en el alba.

Te extraño, y espero verte pronto.

jueves, 1 de enero de 2015

Feliz 2015.

El año 2014 fue una mierda. Tuvo sus momentos chidos, como que por fin conseguí empleo y terminé mi carrera. Lo malo es que todo eso se fue opacando por pendejadas personales que estuve cargando por ¡un año entero!

No puede ser que varias veces a la semana me la haya pasado pensando en estar en un lugar del universo que no me corresponde. Ya estoy harto de estar a la espera de que se cumplan sueños estúpidos. Me encargaré de invertir mi tiempo en cosas más importantes y enfocaré mi mente en protegerme de la gente que dice que puedes confiar en ella y en cultivar mi autoestima. Todos decepcionan tarde o temprano, incluso uno mismo; es por eso que no se puede creer en ¡NADIE!

Despido al 2014, desde mi casa y sin festejo, con un escupitajo y una megamentada de madre. Lo único que me dejó fueron un montón de cicatrices y sueños rotos. ¡Juro que jamás volveré a permitirme sentir cariño por alguien o abrir mi corazón en menos de cinco meses! La confianza es algo que debe ganarse con el tiempo. ¡A la verga confiar los secretos y experiencias de vida! Nunca jamás, ¡EN MI PUTA VIDA!, volveré a ser un libro abierto.

No lloraré al final, por no estar donde quería y con quien quería. Ya he llorado lo suficiente... Ahora, al igual que nuestro planeta realiza el milagro de completar su órbita solar; así yo debo finalizar la órbita de mi cabeza en torno a un asunto que nunca tuvo, ni tiene, ni tendrá futuro. Y ahora que acepto de una vez por todas lo realmente insignificante y poco importante que siempre fui, sólo queda seguir adelante. Me prometo jamás permitir que alguien vuelva a hacerme pedazos la autoestima con el fin de ver que pasa, no volverán a picar para ver que sale porque no tendrán con qué hacerlo. De ahora en adelante seré hermético y no habrá nadie que sepa cómo tocar mi corazón.

Este pinche año de mierda que ha llegado por fin a su ocaso, sólo me agrió. No tengo nada que agradecerle. Solo deseo que quede enterrado en el pasado con todo y las vicisitudes que trajo consigo.

¡Hasta nunca! Maldito año de mierda.

A quienes si tengo cosas que agradecer, es a mis amigos. A aquéllos que estuvieron cerca y al pendiente, aquéllos que notaron en mis ojos la tristeza y la alegría, y quienes la compartieron conmigo. A ustedes les agradezco un año más de maravillosa amistad.

Por todo lo demás, no somos más que partículas insignificantes de polvo que flotan en el infinito universo. ¿Por qué habría de preocuparme tanto? Pero es que ¡Ay! Soy humano, y mi alma... mi pobre alma pendeja y romántica, ¡cómo le gusta hacerse daño!

¡Ah! Quizás si hay algo que deba agradecerle al maldito 2014, y esto es una lección: no se puede confiar del todo en las personas.

Quizás esto me sirva en el futuro. Así que, después de todo, gracias... Pero vete a la verga, pinche año culero.

Así que recibo al 2015 agriado y duro (y por lo tanto, frágil), pero con mucho entuciasmo de que, en el camino, hallaré motivos para encontrar la dulzura que en mí ha mermado y para perder la dureza y fragilidad que adquirí, y poder cambiarlas por tenacidad y resiliencia. Siempre he sido optimista, y es este optimismo estúpido lo que me hace ser perseverante, necio, terco y tozudo. Un día aprenderé a darme por vencido antes de comprometer demasiado mi salud mental, ese día se acerca; pero hasta entonces no dejaré que ninguna cosa me tumbe.