miércoles, 14 de agosto de 2013

Mis letras.

Que mis letras sean el epitafio de mi tumba o la inscripción de mi escalera al cielo.
Que mis letras sean mi soga, mi cadalzo, mi yugo, mi patíbulo y verdugo.
Que mis letras sean mi medicina, mi bálsamo y mi piedra filosofal.
Que sean éstas letras mi espada y mi escudo, y también mi estandarte.
Que sean éstas letras la advertencia a la entrada del infierno.
Que sean éstas letras la puerta al paraíso y el fruto prohibido.
¡Que sean mis pecados y virtudes!
Que sean ellas, mis letras, las que me reflejen.
Que mis letras sean mi espíritu.
Que sean éstas letras mi alma.
Que sean mi cuerpo.
¡Que sean mis letras, éstas letras... que sean mi salvación y mi tormento!
Mi palabra, es entonces, la palabra; mi palabra.


Buenas noches.

martes, 13 de agosto de 2013

Así me hablé a mí mismo.

Hoy mientras venía caminando a mi casa, sumergido en mis reflexiones, como siempre suele hacer mi cerebro toda vez que camino solitariamente, comenzó a dejar que mi espíritu me hablara así:
“Estoy harto de la especie humana. Estoy harto de su arrogancia y su incompetencia, de su apatía y de su mezquindad, de sus vicios y de sus virtudes, de sus mentiras y de su verdad. Estoy harto de ésta raza despreciable y sucia, rezagada y atrasada en siglos de preciosa evolución perdida. Estoy hastiado, entonces, de mí mismo igualmente; de mi arrogancia, de mi incompetencia, de mi apatía, de mi mezquindad, de mis vicios y de mis virtudes. Soy, en conclusión, misántropo; y como tal he de odiar a la humanidad entera.”
Así habló mi espíritu.

Mi alma, indignada por tan infame promesa, tomó control en mi sapiencia y se entronó en mi corazón. Desde ahí, ella respondiole así:
“El odio no es más que un combustible aborrecible. Al igual que el petróleo o la madera. El poder que éste otorga viene siempre acompañado de muerte y destrucción, como la combustión del petróleo trae consigo el negro humo que opaca la virtud del aire. El odio ha engendrado la guerra, y la guerra la enfermedad y la enfermedad la hambruna. Es, entonces, un sentimiento inefable, al igual que el amor, pero no por ello menos ruin y mezquino. Es el amor la ambrosía que degluten los dioses que el hombre tanto busca, y que entre ellos mismos es despreciada y convertida en motivo de humillación penosa, pues quienes aman son tomados por tontos o por locos, por aquellos que están empoderados.”
Así habló mi alma.

Concentrado, mientras caminaba, escuchaba el debatir entre éstas dos partes mías, y entonces profundicé mis sentidos para escuchar aún mejor, pues lo que éstas  dos partes debatían era lo que en verdad pensaba mi cerebro y sentía mi corazón. Entonces escuché a mi espíritu decir:
“Hemos de crear, entonces, una nueva especie. Una especie que indignada, se aleje de su involutivo ancestro. Una especie nueva, que busque y descubra, y cuestione lo descubierto; que esté siempre inconforme de sí misma y se busque superar todos los días. Una especie que repte desde su humillante origen hasta su amanecer, que de su amanecer camine hacia su noble ocaso y que de éste, corra hacia el anochecer revelador de su búsqueda, donde una vez habiendo llegado vuele hacia el horizonte eternamente, persiguiendo la divinidad de la cual provienen todas las especies. Ésta especie es, entonces, el HomoSapientissimus.”
Así habló mi espíritu.

Mi alma escuchaba atenta, al igual que yo. Y después de algunos pasos en silencio, mientras caminaba, mi alma por fin expresó su conclusión. Entonces dijo:
“Hemos de crear, pues, una nueva especie. Una especie que busque atraer consigo a los que alguna vez fueron los suyos. Una especie que infunda en los otros el amor por la curiosidad y la esperanza, una especie que reconcilie a la fe con la ciencia. Una especie que dude de todo lo que hace pero crea que lo que hace le llevará a encontrar la verdad. Una especie que incansable, busque siempre la evolución y dude siempre de ésta, buscando así evolucionar constantemente. Ésta especie es, entonces, el HomoSapientissimus.”
Así habló mi alma.

Entonces, deslumbrado, reflexioné un momento mientras esperaba el alto bajo una llovizna suave y amigable, en ésta tarde de agosto. Miré a mí alrededor y observé cuan equivocado estaba al haber pensado alguna vez que ya no habría evolución. Entonces hable así a mi alma y a mi espíritu, completando la tría prima:
“Renuncio, así, a la especie humana. He de ser pues el primer espécimen de dicha especie nueva. Sin embargo, aún soy más homosapiens que homosapientissimus. Como el primer pez era más microbio que pez, como el primer anfibio era más pez que anfibio cuando emergió de las aguas, como el primer hombre era más mono que hombre al bajar de los árboles. Siendo esta verdad triste un hecho, ¿Cómo he de encontrar mi camino hacia la evolución? ¿Cómo he de ser yo quien, emergiendo penosamente del pantano llamado humanidad, comience a arrastrarse primero, a caminar después, para poder correr y finalmente volar? Soy homosapientissimus, pero aún soy más homosapiens que ninguno, y como tal, aún cargo su apatía, su mezquindad, su verdad y sus mentiras, sus vicios y virtudes. Aún soy, entonces, un homosapiens.”
Así hable a mí corazón y a mí cerebro.

Mientras me guarecía de la llovizna bajo una lona en una tienda de abarrotes, mi cerebro dejó que mi espíritu me hablase, y esto me dijo:
“No has de tener al principio las herramientas adecuadas para dicha empresa. Como el primer pez no tenía aletas, ni el primer anfibio ancas, ni el primer hombre caminaba erguido. Entonces has de fabricar las tuyas ingeniándotelas; como el primer pez se revolvía en las aguas turbias de aquél mar primigenio, como el primer anfibio se arrastró penosamente en el fango antiguo y como el primer hombre se tambaleo penosamente sobre un suelo irregular. Así has de encontrar tú la respuesta a tu pregunta. Muchas veces te arrastrarán corrientes indomables, muchas otras has de atascarte en el lodo y otras tantas has de caerte mientras avanzas. No desistas, pues el primer pez llegó a ser pez, y el primer anfibio, anfibio y el primer hombre, homosapiens.”
Así habló mi espíritu.

Entonces mi corazón dejó que mi alma continuara el discurso. Ella dijo:
“No has de tener al principio la voluntad necesaria para dicha empresa. Como el primer pez no conocía que era nadar, ni el primer anfibio conocía que era reptar, ni el primer hombre conocía que es caminar. Entonces, has de tener fe en tu convicción; como el primer pez quería domar las aguas, el primer anfibio quería conocer la tierra y el primer hombre quería recorrer la tierra. Así has de encontrar tú la fe y la convicción necesarias. Muchas veces tu fe se tambaleará y tu convicción flaqueará, pues aún eres más homosapiens que homosapientissimus, sin embargo tu camino es el correcto pues la intuición así te indica, y en él encontraras nuevos motivos para renovar la vieja fe y las convicciones melladas.”
Así habló mi alma.

Callé. Oyendo el repiqueteo de las tenues gotas en el plástico de mi paraguas, mientras caminaba. Escuche, sin embargo, mi propia voz, que hablaba así a mi espíritu y mi alma:
“La intuición me ha llevado a muchos sitios, y en éstos he hallado muchas mentiras y verdades también, pero una lección en cada uno. Entonces, he de seguir a mi intuición, pues a través de ella, considero, se manifiesta mi deseo de seguir ese horizonte. Sea pues, ésta intuición, la brújula natural que llevo dentro de mí. Que me guíe a través de los mares y desiertos, de prados y de yermos, que me guíe y me guíe lejos, hasta donde me alcance la vida; pues he de avanzar lo más que pueda. Que la brújula que yace en mí, apunte a lo lejos de un horizonte nuevo y bueno, y que las huellas que deje en mi camino sean huellas que alguien más pueda seguir. Que me guíe entonces, con cautela y con paciencia, para no caer en agujeros escondidos o tropezar con trampas insorteables; y para saber qué es lo que voy pisando en mi camino. Que la paciencia sea mi primera virtud como homosapientissimus y que la fuerza sea la segunda. He de avanzar, entonces, hacia lo desconocido; sin mapa, sin guías y sin referencias. Solo la intuición en mí.”
Así hablé a mi alma y a mi espíritu.

Luego, díjome así el espíritu:
“Has de aprender aún muchas cosas, y entre tantas, aprenderás la transformación; pues la intuición te ha llevado a ser Ingeniero Químico, y como tal, has de familiarizarte con el arte de la Alquimia, aunque fuere por mera cita cultural. Sin embargo, la intuición te ha llevado a investigar, ¡Bendita sea tu curiosidad! Ahora gracias a ella, sabes que al igual que existieron en su tiempo predicadores, alquimistas y locos; hoy existen Comunicólogos, Ingenieros y Filósofos. Pero les ha sido arrebatada la visión del buen futuro que tu buscas revelar. Entiende entonces que debes ser paciente, que primero has de transformar tus ideas y prejuicios, has de transformar tus vicios en virtudes y tus virtudes en vicios, has de conocer y de conocerte, de transformarte en la piedra filosofal que pueda transformar a los demás. No desesperes, pues tu Magnum Opus tomará quizás más de una vida; aun así conoces el símbolo del Ouroboros y como hombre de ciencia, sabes que todo lo que ocurre en el universo es un proceso, no un suceso.”
Así habló mi espíritu.

Mi alma, que escuchaba atenta la conversación, intervino de ésta manera:
“Has de aprender muchas cosas aún, y entre tantas, aprenderás a dudar y a rectificar; pues la intuición te ha llevado a ser hombre de Ciencia y también hombre de fe. Has de dudar entonces todo el tiempo de tu fe y de tu ciencia, buscando siempre dar un paso más allá; y a cada paso has de rectificar tu fe y tu ciencia. Eres ahora el brujo que sobrevivió a la hoguera, el predicador que calla su mensaje, que duda del mismo y que lo rectifica. Has de ser entonces más astuto que un diablo y más bueno que un ángel, pues el mundo está lleno de feroces perros que buscan quemar brujos y ahorcar santos.”
Así habló mi alma.

Entonces, justo a una cuadra de llegar a mi casa, respondí así a sus mensajes:
“Soy un moderno alquimista. Soy joven y recién estoy versado en las artes de la Ingeniería Química. He de estudiar la Ciencia Moderna: las Operaciones Unitarias, la Termodinámica y la Matemática; y he de estudiar también la fe antigua: el ocultismo y la espiritualidad. He de conocer las artes negras y la magia más pura, he de conocer la ciencia más buena y la más abominable. He de saber de qué es capaz el homosapiens para poder ser más que ello. He de ser capaz de contradecirme, de rectificarme, de vencerme y de reconciliarme; y por más ambiguo y contradictorio que fuere mi discurso, he de encontrar siempre una verdad en él. He de hacer introspección y retrospección. He de honrar a la ominosa Oscuridad Verdadera, que ha existido antes que la luz arrogante y existirá después de que la luz arrogante se extinga sobre su fútil pabilo, encendido por los hombres. He de honrar a la Luz Verdadera, cuyo brillo disipa las tinieblas de la ignorancia impuesta por los hombres. Pues en el seno de la Oscuridad Verdadera es donde brilla realmente la Luz Verdadera; donde brilla la creación en el centro del infinito mar negro y etéreo. De éstas dos fuentes he de obtener yo mi fuerza. No de la luz arrogante impuesta por los hombres, con su moral retorcida y su falso discurso de amor. No de la oscuridad ignorante, con sus abominaciones criminales y su falsa rebeldía. He de tomar el amor de la luz verdadera y he de tomar la reflexión de la oscuridad verdadera. Con ellas habré de completar la Nígredo en mí, para proseguir a la Álbedo y culminar en la Rúbedo. Entonces, solo entonces, he de preocuparme por unificar ambas fuerzas. Unificarlas en mí.”
Así me hablé a mí mismo.





Bueno, ¿Qué puedo decir? Estaba leyendo “Así hablaba Zaratustra” en el metro y como siempre, mi mente comenzó a divagar a  la más mínima oportunidad. He tratado de rescatar la mayor parte del discurso, sin embargo olvidé en gran medida muchas cosas, mientras comía y saludaba a mis amigos. No me preocupa que no logre mucho en ésta vida (por apatía, pereza, o falta de tiempo; pues aún soy más homosapiens que homosapientissimus), me da gusto saber que en ésta vida encontré una nueva pasión. Gracias.

domingo, 11 de agosto de 2013

El enjambre


Hay en mi mente un enjambre
Un enjambre de ideas y pensamientos
Apacibles, plácidos, dormidos
Que despiertan al más mínimo silencio

Que zumban cual moscardones
Cuando no hay más distracciones
Me susurran al oído fatalidades diversas
Me pintan pesadillas con sus alas asquerosas

Abejas, moscas, avispas y cigarras
Zumban por mi mente, en rededor
Y con sus alas hacen notas musicales
De un escalofriante y fatídico estertor

Me hacen ver, repulsivamente obsceno
El sexo que tendrías con alguien más
Que a mí nunca me has compartido
Y que quizás nunca lo harás

Me hacen oír, trágicamente lastimero
Un te extraño, un te pienso, un te quiero
Que escapa de tus labios mentirosos
A oídos de un amor desconocido

Y en medio de todo ese vendaval
En el centro de tan triste sinfonía
Se revuelca de dolores y agonía
El amor que por ti he de rescatar

Y el enjambre enfurecido
Bate sus alas sin cesar
Me mantiene entumecido
Su malévolo danzar

¡Ay de mí! Que aterido
Busco alejarlo sin parar
Y sin embargo, inútilmente
Tu nombre no dejo de clamar

Y el enjambre, colérico y feroz
Arremete sobre mi pobre corazón
Picando tantas veces tú recuerdo
Con su agujón emponzoñado

Que al tratar de protegerte
También yo he sido picado
Intentando salvarte inútilmente
Terminé también envenenado

Y ahora te odio…
Te odio por todos esos besos fantasmales
Por esas caricias que me fueron robadas
Por esos suspiros que no iban hacia mí

Todos ellos, actos inexistentes
Pero tan vivos, tan nítidos, tan crueles
La maldad que ahora amuralla mi castillo
Me protege del enjambre y su castigo

Pero también me aleja de ti…

Y entonces escucho tu voz de nuevo
No hay más silencio atronador
El enjambre se disipa una vez más
Y regreso contento a tu candor

Te miro ahí, en la pureza plena
Con tu sonrisa de siempre, tus ojos profundos
Tus labios amigables, tus manos tibias
Tu mirada tierna, tu alma cálida

Dulce bálsamo de mí atrofiado corazón
Panacea bendita de mi maldición
Que tu luz disipe las tinieblas de mi locura
Que diezme la terrible tortura…

Mi paranoia se ha ido, como el zumbar
Y con ella el enjambre también se ha recluido
Lejos, muy lejos de tu apacible andar
Que a tu lado yo disfruto con sincera claridad

No te calles, amor mío, no pares de hablar
Aunque de tu boca solo manen mentiras
No permitas que el silencio vuelva mi alma a reinar
Y el enjambre enfurecido me vuelva a torturar

No guardes silencio, no dejes de andar
Comparte tu luz y disipa mi pesar
Que cual antorcha, vida mía, yo he de acercarme
A calentar mi corazón y a curarlo del enjambre

No permitas que el silencio atronador
Invoque de nuevo a la terrible legión
Pues me odio cada vez que pueda odiarte
Después de haberme enfrentado al batallón

Déjame verte una vez más
Déjame besarte una vez más
Déjame decirte una vez más
Que te quiero como un loco sin razón

Y que mi joven viejo cicatrizado corazón
Aún soporta mil embates de criaturas
Pero soy yo, amor mío, quien procura
No volver a escuchar aquél horror

Pues el enjambre aguarda
El enjambre acecha
El enjambre espera
La llamada del silencio de tu amor