Hoy mientras venía caminando a mi casa, sumergido en mis reflexiones,
como siempre suele hacer mi cerebro toda vez que camino solitariamente, comenzó
a dejar que mi espíritu me hablara así:
“Estoy harto de la especie humana. Estoy harto de su arrogancia y su
incompetencia, de su apatía y de su mezquindad, de sus vicios y de sus virtudes,
de sus mentiras y de su verdad. Estoy harto de ésta raza despreciable y sucia,
rezagada y atrasada en siglos de preciosa evolución perdida. Estoy hastiado, entonces,
de mí mismo igualmente; de mi arrogancia, de mi incompetencia, de mi apatía, de
mi mezquindad, de mis vicios y de mis virtudes. Soy, en conclusión, misántropo;
y como tal he de odiar a la humanidad entera.”
Así habló mi espíritu.
Mi alma, indignada por tan infame promesa, tomó control en mi
sapiencia y se entronó en mi corazón. Desde ahí, ella respondiole así:
“El odio no es más que un combustible aborrecible. Al igual que el
petróleo o la madera. El poder que éste otorga viene siempre acompañado de
muerte y destrucción, como la combustión del petróleo trae consigo el negro
humo que opaca la virtud del aire. El odio ha engendrado la guerra, y la guerra
la enfermedad y la enfermedad la hambruna. Es, entonces, un sentimiento
inefable, al igual que el amor, pero no por ello menos ruin y mezquino. Es el
amor la ambrosía que degluten los dioses que el hombre tanto busca, y que entre
ellos mismos es despreciada y convertida en motivo de humillación penosa, pues
quienes aman son tomados por tontos o por locos, por aquellos que están
empoderados.”
Así habló mi alma.
Concentrado, mientras caminaba, escuchaba el debatir entre éstas dos
partes mías, y entonces profundicé mis sentidos para escuchar aún mejor, pues
lo que éstas dos partes debatían era lo
que en verdad pensaba mi cerebro y sentía mi corazón. Entonces escuché a mi
espíritu decir:
“Hemos de crear, entonces, una nueva especie. Una especie que
indignada, se aleje de su involutivo ancestro. Una especie nueva, que busque y
descubra, y cuestione lo descubierto; que esté siempre inconforme de sí misma y
se busque superar todos los días. Una especie que repte desde su humillante
origen hasta su amanecer, que de su amanecer camine hacia su noble ocaso y que
de éste, corra hacia el anochecer revelador de su búsqueda, donde una vez
habiendo llegado vuele hacia el horizonte eternamente, persiguiendo la
divinidad de la cual provienen todas las especies. Ésta especie es, entonces,
el HomoSapientissimus.”
Así habló mi espíritu.
Mi alma escuchaba atenta, al igual que yo. Y después de algunos pasos
en silencio, mientras caminaba, mi alma por fin expresó su conclusión. Entonces
dijo:
“Hemos de crear, pues, una nueva especie. Una especie que busque
atraer consigo a los que alguna vez fueron los suyos. Una especie que infunda
en los otros el amor por la curiosidad y la esperanza, una especie que reconcilie
a la fe con la ciencia. Una especie que dude de todo lo que hace pero crea que
lo que hace le llevará a encontrar la verdad. Una especie que incansable,
busque siempre la evolución y dude siempre de ésta, buscando así evolucionar
constantemente. Ésta especie es, entonces, el HomoSapientissimus.”
Así habló mi alma.
Entonces, deslumbrado, reflexioné un momento mientras esperaba el alto
bajo una llovizna suave y amigable, en ésta tarde de agosto. Miré a mí alrededor
y observé cuan equivocado estaba al haber pensado alguna vez que ya no habría
evolución. Entonces hable así a mi alma y a mi espíritu, completando la tría prima:
“Renuncio, así, a la especie humana. He de ser pues el primer
espécimen de dicha especie nueva. Sin embargo, aún soy más homosapiens que homosapientissimus. Como el primer pez
era más microbio que pez, como el primer anfibio era más pez que anfibio cuando
emergió de las aguas, como el primer hombre era más mono que hombre al bajar de
los árboles. Siendo esta verdad triste un hecho, ¿Cómo he de encontrar mi
camino hacia la evolución? ¿Cómo he de ser yo quien, emergiendo penosamente del
pantano llamado humanidad, comience a arrastrarse primero, a caminar después,
para poder correr y finalmente volar? Soy homosapientissimus,
pero aún soy más homosapiens que ninguno, y como tal, aún cargo su apatía, su
mezquindad, su verdad y sus mentiras, sus vicios y virtudes. Aún soy, entonces,
un homosapiens.”
Así hable a mí corazón y a mí cerebro.
Mientras me guarecía de la llovizna bajo una lona en una tienda de
abarrotes, mi cerebro dejó que mi espíritu me hablase, y esto me dijo:
“No has de tener al principio las herramientas adecuadas para dicha
empresa. Como el primer pez no tenía aletas, ni el primer anfibio ancas, ni el
primer hombre caminaba erguido. Entonces has de fabricar las tuyas
ingeniándotelas; como el primer pez se revolvía en las aguas turbias de aquél
mar primigenio, como el primer anfibio se arrastró penosamente en el fango
antiguo y como el primer hombre se tambaleo penosamente sobre un suelo
irregular. Así has de encontrar tú la respuesta a tu pregunta. Muchas veces te
arrastrarán corrientes indomables, muchas otras has de atascarte en el lodo y
otras tantas has de caerte mientras avanzas. No desistas, pues el primer pez llegó
a ser pez, y el primer anfibio, anfibio y el primer hombre, homosapiens.”
Así habló mi espíritu.
Entonces mi corazón dejó que mi alma continuara el discurso. Ella
dijo:
“No has de tener al principio la voluntad necesaria para dicha
empresa. Como el primer pez no conocía que era nadar, ni el primer anfibio
conocía que era reptar, ni el primer hombre conocía que es caminar. Entonces,
has de tener fe en tu convicción; como el primer pez quería domar las aguas, el
primer anfibio quería conocer la tierra y el primer hombre quería recorrer la
tierra. Así has de encontrar tú la fe y la convicción necesarias. Muchas veces
tu fe se tambaleará y tu convicción flaqueará, pues aún eres más homosapiens
que homosapientissimus, sin embargo tu
camino es el correcto pues la intuición así te indica, y en él encontraras
nuevos motivos para renovar la vieja fe y las convicciones melladas.”
Así habló mi alma.
Callé. Oyendo el repiqueteo de las tenues gotas en el plástico de mi
paraguas, mientras caminaba. Escuche, sin embargo, mi propia voz, que hablaba
así a mi espíritu y mi alma:
“La intuición me ha llevado a muchos sitios, y en éstos he hallado muchas
mentiras y verdades también, pero una lección en cada uno. Entonces, he de
seguir a mi intuición, pues a través de ella, considero, se manifiesta mi deseo
de seguir ese horizonte. Sea pues, ésta intuición, la brújula natural que llevo
dentro de mí. Que me guíe a través de los mares y desiertos, de prados y de
yermos, que me guíe y me guíe lejos, hasta donde me alcance la vida; pues he de
avanzar lo más que pueda. Que la brújula que yace en mí, apunte a lo lejos de
un horizonte nuevo y bueno, y que las huellas que deje en mi camino sean
huellas que alguien más pueda seguir. Que me guíe entonces, con cautela y con
paciencia, para no caer en agujeros escondidos o tropezar con trampas
insorteables; y para saber qué es lo que voy pisando en mi camino. Que la
paciencia sea mi primera virtud como homosapientissimus
y que la fuerza sea la segunda. He de avanzar, entonces, hacia lo
desconocido; sin mapa, sin guías y sin referencias. Solo la intuición en mí.”
Así hablé a mi alma y a mi espíritu.
Luego, díjome así el espíritu:
“Has de aprender aún muchas cosas, y entre tantas, aprenderás la
transformación; pues la intuición te ha llevado a ser Ingeniero Químico, y como
tal, has de familiarizarte con el arte de la Alquimia, aunque fuere por mera
cita cultural. Sin embargo, la intuición te ha llevado a investigar, ¡Bendita
sea tu curiosidad! Ahora gracias a ella, sabes que al igual que existieron en
su tiempo predicadores, alquimistas y locos; hoy existen Comunicólogos,
Ingenieros y Filósofos. Pero les ha sido arrebatada la visión del buen futuro
que tu buscas revelar. Entiende entonces que debes ser paciente, que primero
has de transformar tus ideas y prejuicios, has de transformar tus vicios en
virtudes y tus virtudes en vicios, has de conocer y de conocerte, de
transformarte en la piedra filosofal que pueda transformar a los demás. No
desesperes, pues tu Magnum Opus tomará quizás más de una vida; aun así conoces
el símbolo del Ouroboros y como hombre de ciencia, sabes que todo lo que ocurre
en el universo es un proceso, no un suceso.”
Así habló mi espíritu.
Mi alma, que escuchaba atenta la conversación, intervino de ésta
manera:
“Has de aprender muchas cosas aún, y entre tantas, aprenderás a dudar
y a rectificar; pues la intuición te ha llevado a ser hombre de Ciencia y
también hombre de fe. Has de dudar entonces todo el tiempo de tu fe y de tu
ciencia, buscando siempre dar un paso más allá; y a cada paso has de rectificar
tu fe y tu ciencia. Eres ahora el brujo que sobrevivió a la hoguera, el
predicador que calla su mensaje, que duda del mismo y que lo rectifica. Has de
ser entonces más astuto que un diablo y más bueno que un ángel, pues el mundo
está lleno de feroces perros que buscan quemar brujos y ahorcar santos.”
Así habló mi alma.
Entonces, justo a una cuadra de llegar a mi casa, respondí así a sus
mensajes:
“Soy un moderno alquimista. Soy joven y recién estoy versado en las
artes de la Ingeniería Química. He de estudiar la Ciencia Moderna: las
Operaciones Unitarias, la Termodinámica y la Matemática; y he de estudiar
también la fe antigua: el ocultismo y la espiritualidad. He de conocer las
artes negras y la magia más pura, he de conocer la ciencia más buena y la más
abominable. He de saber de qué es capaz el homosapiens para poder ser más que
ello. He de ser capaz de contradecirme, de rectificarme, de vencerme y de
reconciliarme; y por más ambiguo y contradictorio que fuere mi discurso, he de
encontrar siempre una verdad en él. He de hacer introspección y retrospección.
He de honrar a la ominosa Oscuridad Verdadera, que ha existido antes que la luz
arrogante y existirá después de que la luz arrogante se extinga sobre su fútil pabilo,
encendido por los hombres. He de honrar a la Luz Verdadera, cuyo brillo disipa
las tinieblas de la ignorancia impuesta por los hombres. Pues en el seno de la
Oscuridad Verdadera es donde brilla realmente la Luz Verdadera; donde brilla la
creación en el centro del infinito mar negro y etéreo. De éstas dos fuentes he
de obtener yo mi fuerza. No de la luz arrogante impuesta por los hombres, con
su moral retorcida y su falso discurso de amor. No de la oscuridad ignorante,
con sus abominaciones criminales y su falsa rebeldía. He de tomar el amor de la
luz verdadera y he de tomar la reflexión de la oscuridad verdadera. Con ellas
habré de completar la Nígredo en mí, para proseguir a la Álbedo y culminar en
la Rúbedo. Entonces, solo entonces, he de preocuparme por unificar ambas
fuerzas. Unificarlas en mí.”
Así me hablé a mí mismo.
Bueno, ¿Qué puedo decir? Estaba leyendo “Así
hablaba Zaratustra” en el metro y como siempre, mi mente comenzó a divagar
a la más mínima oportunidad. He tratado
de rescatar la mayor parte del discurso, sin embargo olvidé en gran medida
muchas cosas, mientras comía y saludaba a mis amigos. No me preocupa que no
logre mucho en ésta vida (por apatía, pereza, o falta de tiempo; pues aún soy
más homosapiens que homosapientissimus),
me da gusto saber que en ésta vida encontré una nueva pasión. Gracias.