viernes, 2 de julio de 2010

Killer Instinct

Sonó la campana de la escuela justamente a las dos de la tarde. Había deseado escuchar ese sonido desde hacía horas que había llegado a la escuela sin muchos ánimos. Esa mañana, por alguna extraña razón, no quería salir de casa.
Recogí mis cosas y las guardé, me colgué la mochila al hombro y salí del laboratorio donde había tenido práctica de Química a la última hora.
Apenas salí del laboratorio cuando fui interceptado por mi amigo Carlos.
Conocía a Carlos desde que íbamos en primer semestre. Con el paso del tiempo se había convertido ya en mi amigo y solíamos salir todos los viernes a un bar o a un billar a festejar el inicio de fin de semana.

Ese día no tenía ánimos de ir a ningún lado, pero estaba dispuesto a salir tan solo por seguir con la tradición.
Al acercarse a mi, me pregunto que si ya nos íbamos, él, yo y otros dos compañeros (Javier y Oscar, creo) que también iban.
Como siempre, le pregunté que a dónde iríamos, al billar, al bar o a alguna casa a echarnos unos tragos.
Lo que me dijo fue que quería cambiar un poco la rutina y que mejor nos fuéramos a un club que estaba casi llegando al bosque de Aragón. Al escuchar eso, sentí una especie de mal presentimiento.
Pregunté que tipo de club era, y me dijo que era un lugar como para ir a tomar, jugar y demás, acto seguido, me dio la tarjeta del lugar.

“KILLER INSTINCT: PARA LOS QUE BUSCAN EMOCIONES FUERTES”

Miré la dirección, el nombre del club, y los costos. Después de eso accedí a ir con ellos.
En el camino avisé a mi madre que llegaría tarde sin dar una hora específica. Me sentía nervioso o incomodo o quizás angustiado, pero el horrible presentimiento no me abandonaba. Supuse que era algo normal, por el hecho de ser un lugar nuevo y salir de la rutina de todos los viernes.
Llegamos como una hora después de haber salido de la escuela. Los cuatro nos bajamos de la estación del metro, tomamos un micro que tardo 15 minutos en llegar, más que nada, por el tráfico en la avenida. Nos bajamos en la calle anotada y comenzamos a seguir el croquis de la tarjetita.

Caminamos muchísimo tiempo tratando de encontrar el maldito lugar, yo ya me había desesperado para entonces. Las callejas de esa extraña colonia estaban inusualmente intrincadas. Eran como una laberíntica maraña de callejones, vecindades y calles. La altura de dichos edificios era inusualmente lúgubre, lo suficientemente altos como para bloquear el paso del sol a las calles, dejando todo a merced de una penumbra siniestra provocada por dichos gigantes, lo suficientemente juntos como para hacer que uno se sintiese atrapado, asfixiado por ese ambiente denso e incómodo, lo suficientemente siniestros como para querer salir de ahí.

Las paredes de esos edificios tenían demasiada mugre, estaban grafiteadas con símbolos que no podía comprender, no eran tags tradicionales ni mucho menos arte, eran garabatos definidos que se repetían, como formando frases, símbolos, dibujos extraños... Y a medida que nos adentrábamos más al corazón de esa colonia, las cosas se tornaban aun más siniestras. Llegó un punto donde me pareció ver en la banqueta una silueta humana hecha de cenizas y hollín, y de inmediato imaginé que habían quemado a alguien ahí. Sentí miedo, y al dar un segundo vistazo, no se si por incredulidad o solo por coincidencia, miré un montón de cenizas sin forma (Pero yo estoy seguro de lo que vi al principio).

Uno de nosotros, mi amigo Miguel, opinó que debíamos largarnos de ahí, según él había visto cómo una persona, o lo que parecía ser una persona, nos vigilaba desde una ventana tapada con tablas y de vidrios rotos.
Al decir eso sentí un escalofrío, pues recordé que en todo el trayecto no vi a una sola persona en la calle, y todo estaba demasiado silencioso y tranquilo (fui un estúpido al no observar que no había un alma caminando por ahí salvo nosotros).

Entramos a lo que era un callejón sin salida, y al final de éste había una puerta de madera muy tosca, con el nombre del club tallado. El nombre del club era “Killer Instinct”.
Al irnos acercando miré asustadísimo las paredes de nuestros costados. Noté muchísimas manchas de color marrón, charcos y demás… “Es Sangre”, me dije a mi mismo en ese momento, mientras sudaba frío y me sentía pegajoso de sudor frío, tembloroso. Miré marcas de manos, chisguetes y demás, creí que lo mejor era retroceder, pero al querer hacerlo me di cuenta de que me perdería en ese maldito lugar, así que decidimos entrar.

“Toca tres veces”. Decía la tarjeta, al reverso. Mi amigo Carlos fue quien tocó tres veces.
Al cabo de unos segundos se escucho un forcejeo en la cerradura y acto seguido la pesada puerta comenzó a moverse, dándonos la entrada.
Un muchacho caucásico, de unos 18 años, de color de ojos claros nos recibió.
“Pasen, siéntense un rato en lo que le llamo al rata para que los deje pasar, ¿no quieren nada mientras? ¿Una chela o algo?”. El muchacho nos trató con una amabilidad reconfortante.
Pasamos a un lugar techado, había un viejo y polvoriento sillón en el cual nos sentamos, al fondo, un patio amplio, una fuente en medio y alrededor viviendas pequeñas. Deduje que era una especie de vecindad abandonada, pues todas las puertas, ventanas y demás estaban selladas con tablones.

Nunca escuche música ni vi gente en el lugar, sentía mucha desconfianza. Después de unos minutos, unos eternos minutos, nos hicieron pasar a un cuarto. El interior de éste estaba pintado de negro, y un foco en el centro del cuarto despedía una luz amarillenta y sucia, dejando al descubierto una mesa con instrumentos perturbadores. Al fondo de la pared había una puerta.
En pocos minutos todos comprendimos de alguna forma lo que sucedía.
“¡Vámonos wey! ¡Vámonos de aquí!” Gritaban todos a Carlos, como si él tuviese la forma de decidir, cuando en verdad ya no podíamos echarnos para atrás, habíamos llegado demasiado lejos.
“¡Elijan la que gusten! El juego empieza en un minuto, si no corren los veteranos los van amatar”, había dicho el chico que nos recibió.
Confundidos, asustados, con el corazón latiéndonos al mil, mi amigo Carlos eligió una barreta de metal, yo un hacha, Javier eligió un machete oxidado y Oscar eligió una cadena. Al cabo de un rato se comenzaron a escuchar tumultos en el otro cuarto, de pronto alguien gritó desde el otro lado “¡Cámara hijos de su puta madre, ya se los cargó la chingada!”. Al escuchar esto recordé en un instante la primera vez que me asaltaron… sentí un pánico abrumador que me tenso todos los músculos y de pronto la puerta fue abierta.

Tres tipos, todos encapuchados con pasamontañas, dos gordos y uno alto y flaco, y de aproximadamente 40 años de edad salieron a perseguirnos, nosotros corrimos despavoridos a la salida, al salir nos echamos a correr a la puerta principal, y pasamos por la fuente que había visto en el patio, ahí también habían manchas de sangre. El tipo que nos recibió nos apunto con una pistola. “¡De aquí no salen a menos que se lo ganen!”, nos gritó.

Rodeamos la fuente, a Oscar lo habían matado ya, le habían atravesado el pecho con una espada samurái. En ese momento empecé a llorar, de pronto me di cuenta de que tras de mi venia un tipo con una cadena, traté de esquivar el golpe que lanzo en mi contra y este acertó en la fuente, la bola de acero desprendió pedazos de roca que me lastimaron al volar y sin pensarlo traté de propinarle un hachazo, pero fallé. Al voltear vi que otro se acercaba por la espalda y eché a correr a un lado, él venía con la espada samurái ensangrentada, mis otros amigos estaban escapando del tercero que intentaba atraparlos, de pronto miré con horror que ese tenía una cierra de cadena, quizás no lo había notado por el miedo.

Me distraje un rato mirándolo cuando sentí un fuerte golpe en las costillas que me hizo dar un grito, la bola de acero me había golpeado el pecho. Tirado, logré acertar un fuerte hachazo en la espinilla de quien me había golpeado, me resulto difícil sacar el hacha de su hueso, pero al fin lo logré con un fuerte tirón. Acto seguido, como pude, me levante y corrí hacia mis otros amigos, que estaban acorralados. Sin notar mi presencia, el tipo de la cierra de cadena alzo su peligrosa arma en señal de victoria, y antes de darles el golpe a mis amigos, atiné un hachazo en su cabeza que desprendió chisguetes de sangre hacia mi rostro.

Medio paralizado, solté el hacha de inmediato, y el hombre dejo caer la cierra de cadena al piso, mutilándose un pié. Calló al suelo mientras se convulsionaba. Quedé en un estado de shock al ver esa terrible imagen mientras sentía todavía las gotas de sangre tibia de mi victima. Uno de mis amigos grito despavorido al ver que del otro lado venía el tipo de la espada, el hombre de la cadena con bola de acero yacía en el piso retorciéndose por el dolor de la pierna.
Corrimos de ese rincón y logramos evadirlo pero momentos después el hombre atinó un fuerte golpe en el costado de Javier. Carlos, envuelto en enojo y desesperación, clavó la barreta de metal en el pecho del tipo de la espada, antes de que este pudiera defenderse.

Aun en el piso, con la barreta clavada en el pecho, el tipo trato de tomar su espada samurái, pero antes de que pudiera hacerlo mutilé su brazo con el machete que tenía mi amigo. Una y otra vez golpee con el filo del machete el hombro del tipo hasta que prácticamente le arranqué el brazo. Corrimos hacia las puertas de ese lugar, y el tipo de la pistola las abrió para que pudiéramos salir. Antes de marcharnos atiné un golpe en su pecho y me disparó, por fortuna no acertó y dejo caer la pistola. Recogí el arma del suelo, sin dejar el machete atrás y salimos corriendo de ese maldito lugar.

Las heridas de mi amigo eran grabes, su pecho sangraba demasiado y no podíamos escapar a con rapidez. Javier no dejaba de quejarse en los hombros de Carlos, quien lo ayudaba a sostenerse. Nuestro horror llegó al punto máximo cuando nos dimos cuenta del ruido proveniente del club. Nos estaban persiguiendo.

En ese punto aferré con gran fuerza el machete y lamenté no traer el hacha conmigo, pero por otra parte tenía la pistola del portero. Nos escondimos detrás de unos contenedores de basura mientras vimos como dos personas corrían hacia enfrente del callejón. Rogábamos por que nada delatara nuestro paradero, por lo menos hasta que se hayan ido. De pronto un ruido provocó que nos estremeciéramos. Era un hombre casi enano, con la cierra de cadena.





*****

Se que le faltan muchísimos ajustes, pero me mantuvo entretenido algunas horas. No si darle continuación o dejarlo ahí jeje

1 comentario:

  1. Yo queria algo con pajaritos y cerditos voladores y cosas lindas.

    No le hago tanto al gore.

    Mucho menos despues de cenar u_u

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