sábado, 16 de agosto de 2014

Tempore nihil sanat.

¿A caso el cariño puede vivir de recuerdos? No lo creo. Más bien, se puede recordar con cariño, eso sí que lo creo, pero no estoy tan convencido de querer recordar.
Creo que es bueno, porque mis recuerdos están contaminados. Plagados de rencor, infectados, envenenados por un amor retorcido y corrompido. Después de comprender que todo fue solo una ilusión, un sueño que tuve, desperté. Entendí que ese lastimero sentimiento que yo confundía tan alegremente, no era sino sólo una patética ilusión. Qué vergüenza. Dudo si debí tomar el taller que abrió mi corazón al mundo, y sobre si debí mostrarlo tan deprisa. No está bien encariñarse de la gente tan rápido, ni ser un libro abierto. Debe uno cuidarse más de la gente que está cerca de uno. La confianza es algo que debe ganarse con el tiempo, mucho tiempo. ¿En qué momento mi confianza redujo su precio a tan sólo un par de meses? Perdí la noción de la maldad inherente a los humanos, incluyendo mi propia maldad. 

¿En qué clase de juego perverso estuve sumergido por más de un año?
Tenía razón al decirme que no era amor, al decirme que todo era un "debraye" en mi cabeza, una idealización de las cosas. Tenía tanta razón... ¿Cómo iba a ser amor, si alguien te dice que lo que sientes hacia su persona no es nada más que una "chaqueta mental"? ¿Cómo iba a ser cariño cuando alguien desprestigia tus palabras de aliento? ¿Cómo iba a ser amistad después de tomar tu recuerdo más doloroso para usarlo en tu contra?

Nunca jamás volveré a hablar sobre eso, ni sobre otros temas que podrían ser usados en mi contra.

Creo que lo mejor que pudo haber pasado, fue el retiro.
Curioso, porque nunca le pensé tanto como en ese lapso de tiempo. Diez días... Se me hacía tan largo... Diario, día con día, un pensamiento de mi mente llevaba su nombre, su imagen, su perfume, el color de su piel, el tono de su voz, su ropa, sus gustos, o lo que fuera. Al menos uno. Pero en ese corto periodo, todo el día le pensé. ¿Qué pasaría después? ¿Se daría cuenta de "algo" que por fin le motivase a destruir el contrato no firmado ni irrevocable de una vez por todas? ¿Y si volviera al inicio, hasta un origen en donde quizás volviera a verme con aquéllos ojos?
Cuantas preguntas me surgían... Y cómo le veía, con ropas blancas y holgadas, meditando en petates o quizás en un jardín con piedras. Mi imaginación volaba, volaba muy muy alto. Pero un pensamiento era constante: Paz. Tenía paz, y eso me alegraba porque es algo que yo nunca pude darle. ¿Cómo sería su regreso? Me imaginaba en la terminal de autobuses, recibiéndole con un fuerte abrazo y dándole su póster de la peloncita en flor de loto, se vería bien en la puerta rota. Habría quedado perfecto con la ocasión. Verifiqué mis tiempos, y la cartelera de las películas de ánime. Tenía ilusión de verle.

El día esperado llegó. El 27 ha sido un número importante en mi vida. Mi primer amor cumple años un 27, un 27 corté con ella, y 27 días duró mi primer noviazgo, 27 días que se extendieron a casi tres años. 

No hubo nada interesante el día esperado. El "frabulloso" día llegó como cualquier otro, y al igual que cualquier otro, mi cabeza se llenó de dudas. Perdí los boletos para ir al cine. Me entristecí, sí, pero no tanto para ser sinceros. Una parte de mí, ya lo esperaba. Luego la disculpa, olvidó lo del cine. "No importa", repliqué, "Aún podemos comprarlas en tepito". Y claro que no importa, porque si importara, habría dicho "¡Ey! ve con alguien más, no llegaré a tiempo". Ya me he perdido de algunas pelis por esperar a verlas en su compañía. Y sí... no importa. Es obvio que no.
Luego rogué al cielo que me diera la fuerza para estar en calma, y la tranquilidad me llegó por fin en la noche. 

Días después recibí otro mensaje. Quería compartir su alegría conmigo, en un viaje acompañado por "seres de luz". Yo quería saber si estaba bien, con quién estaba, en dónde. Y al igual que siempre, hubo respuestas vagas y evasivas. Me llamó horrible por haber expresado a mi manera, mi disgusto por la crema de maní. No le dí mucha importancia, atribuí la sensibilidad al viaje. Pero ¡ah! yo y mi mala costumbre de pensar demasiado... Terminé reflexionando que alguien con su experiencia no se dejaría llevar tan fácil por un viaje, que con o sin viaje me habría llamado horrible, pues siempre escanea hasta lo más intimo lo que digo con tal de encontrar un punto negativo en mí qué mencionar. Cuántas preguntas me surgieron esa noche. ¿Seres de luz? ¿Así le llama a aquéllos que se ponen hasta la madre? ¿Qué luz podría haber en alguien que no duda ni un segundo en emanar palabras poco amables cuando tiene la oportunidad? ¿Y por qué siempre encuentra la oportunidad? ¿Con qué afán sádico la busca en cada momento? ¿Por qué no puede haber un puto día en que nos veamos sin que me mencione algún defecto o error mío de forma tan infatigable?
Y de nuevo rogué al cielo por tranquilidad, y mis plegarias fueron de nuevo escuchadas. Quizás al regresar encontraría más palabras amables.

Más días pasaron, y al cabo de ellos, recibo otro mensaje. Me dio gusto saber que se lo pasaba bien, que hacía lo que le gusta, que nada impide que logre sus metas. Le admiro, porque si yo estuviera en su lugar, si no tuviera responsabilidades que cumplir y dinero con qué viajar, seguramente elegiría estar a su lado. Qué patético y lastimoso.

Finalmente llegó el día del sueño. Ese día, después de otros tantos en silencio, se comunicó. Y tras algunos chascarrillos, me cargué de buena vibra. Hubo bromas acerca de bronceados, y me fui a la cama con la imagen de su piel morena. Cómo me encanta. Y entonces, días después, tuve un sueño. Soñé que enviaba una foto, sin ropa, en la arena de una playa hermosa, y entonces el sueño se convirtió en pesadilla al pensar "¿Quién le tomó la foto?". Desperté, invadido de una horrible sensación de celos. Celos ¡En un sueño! Qué locura... Si, locura es lo que me estaba dando al recordar que de todas las referencias que tenía de esa playa nudista, referencias repletas de sexo, drogas, depravación y perdiciones, su historia fue la única que no contenía eso. ¿Pero y con quién se asoleaba? No pudo estar en soledad todo ese tiempo, forzosamente debía de haber alguien más. Revisé el sitio donde le dije "Hola" por primera vez, y ahí estaba. Como si de una maldita premonición se tratara el puto sueño, ahí estaba. Entonces me dí cuenta de que sólo revisaba ese lugar para cazarle. Que tan frecuentemente me asomaba sólo a revisar si había estado ahí. Ni nuevas fotos, ni nuevos usuarios, ni nada; sólo a eso.

Ahí me di cuenta de que yo estaba mal. De que sueño o no, con o sin alguien, yo no soy nada en su vida. ¿Cómo un espíritu libre y fuerte podría cargar con un lastre como yo? Y no por ser poca cosa, o menospreciarme, simplemente porque somos tan diferentes. Y es que cuando me dijo que no le podía lastimar porque eso implicaría que era más débil que yo, implícitamente comprendí que soy más débil yo porque sí puede lastimarme. Y lo peor de todo es que por más veces que le dije la manera en la cual más daño me hacía, era la que más repetía. Palabras amables, ¿qué tanto le costaba? Y según esa es la forma correcta de hacer las cosas, afilar verdades y clavarlas en el pecho, y entre más sangrienta y dolorosamente se haga, mejor será el resultado. Yo no soy así. No funcionaría, de ninguna manera. Por muchas razones, que radican principalmente en mí. Porque por más que trate de enamorarme de su música, sus costumbres, sus gustos, siempre pensará que mi música, mis costumbres y mis gustos están mal. 
Ese mismo día eliminé mi cuenta. Ese mismo día guardé mis dos cuarzitos en mi baúl pequeñito de tesoros. Por más de un año, religiosamente, cargué con ellos todo el tiempo, pero preferí guardarlos ahora que son dos amuletos que evocan buenos recuerdos, antes de que mi mente trastornada los transforme en talismanes de la desdicha que me invoquen ataduras, caprichos, necedades, esperanzas ciegas... Ahora camino por fin, después de un año, con el bolsillo y el corazón vacíos. Sin cuarzitos, sin esperanzas, sin ataduras, sin pendejadas que yo mismo me inventé. Me siento un poco más liviano.

Ahora, se supone que le vería por fin, pero al igual que los días anteriores, silencio y ausencia es lo que recibo. No pensé mal, solo ignoré. Nadar siempre me trajo y me trae tranquilidad. Qué bueno que por primera vez no le espero, o me habría quedado sin nadar como me quedé sin ver películas o como casi me quedo sin ir a la expo de GOT. No es su culpa, ni la mía. Solo somos diferentes. Quizás por eso me enamoré. Me enamoré, yo, yo sólo. Porque es todo lo que me gustaría tener el valor de ser, es quizás mi complemento ideal y yo... su relación más fea. Construí una casa embriagado por una ilusión, creyendo que recibía la ayuda de unas manos que nunca estuvieron ahí.  Y ahora que despierto y veo que siempre estuve solo, haciéndome chaquetas mentales, contemplando mi retorcida y triste obra, prefiero dejar de construir. Ahora solo dejo que se derrumbe y se me caiga encima. Que cada golpe que reciba en la cara, cada dolor, sirva para despertarme. El tiempo no cura nada, sólo lo carcome, lo envejece, lo debilita y lo reduce a polvo en el espacio vacío. El tiempo convierte todo en recuerdos. Y ahora que mi banana, aquél que significaba algo que no existe, se muere de hambre, de tristeza y de soledad; le ruego me disculpe al verle a los ojitos tristes, pero no puedo cuidarlo yo solo. Y una vez muerto, enterrado su cadáver y asimilado por la tierra, quizás pueda conocer otro banana, uno que esta vez no represente un sueño enfermo y lastimero, sino una amistad viva. Quizás...
Mientras tanto, estoy tranquilo. Trato de prolongar lo más que puedo mi silencio, porque lo último que quiero es quitarle la paz que con tanto gusto consiguió lejos de mí. Lo último que quiero es causar más tristeza. "Aléjate de lo que te aleja de ti mismo", dice un dicho; creo que es hora de guardarme un poco, por el bien de ambos.