sábado, 10 de diciembre de 2011

Mi Diosa


Hoy te volví a mirar,
Estabas hermosa como siempre
Volví a quererte, a enamorarme
Y sin pensarlo me deje llevar

Deseé con el corazón Besarte,
Abrazarte, poseerte, hacerte mía
Tenerte entre mis brazos, vida mía
Y no dejar que el tiempo nos aparte

Atónito, pasmado me quedé
Observando desde lejos tu belleza
Tu candor, tu calidez añoré
Y recordé aquéllas noches de extrañeza

Donde, embrujado por tu brillo hipnótico
Te besaba con pasión y con ternura
Y en el éxtasis de ese beso frenético
Muchas beses encontré la cruel locura

Intentaba hallar en ti, mi hermosa amada
El dulce néctar de la flor prohibida
Comer de tu cuerpo la ambrosía
Que mi alma con desesperación buscaba

Y noche tras noche te deseaba
Cada vez más, más ciego, más hambriento
No sé si decir que enamorado estaba
Pero estoy seguro de que estaba, sin ti, muerto

Recuerdo tu cabello, dulce amada…
Tu tersa piel, tu dulce pecho, tu perfume
Tu ausencia me mantenía insomne
Buscando, esperando, deseando tu llegada

Desde entonces te busco hasta volver a mirarte
Con desesperado esfuerzo intento verte
Siempre que puedo, recordarte
Siempre que quiero, poseerte

Qué me has hecho, Diosa mía…
¿Qué me has hecho?
Aún te pienso en mi frío y solitario lecho
¡Pues te extraño todavía!

Extraño tus besos, tu calor, tu brillo
Tu pecho, tu piel, tus abrazos, tu cabello
Tu sonrisa, tu voz, tu cálido suspiro
Tu frío corazón, que ha enfriado al mío

¡Oh! Luna, ven a mí, te lo suplico, vida mía
Baja del cielo una vez más, a enamorarme
Ven a mí una vez más a embrujarme
Y termina de congelar mi corazón demente

Abrázame hasta fundirme en tu blancura
Bésame hasta secar mi corazón moribundo
Que aún enfermo y malherido
Sabe cómo amar sin ser correspondido

Hasta entonces latera mientras te vea
Y descansará mientras te sueña
Y yo, Caminaré en la noche hasta que seas mi dueña
Vagabundo, errante, insomne entre tinieblas

jueves, 27 de octubre de 2011

Mi castigo

Si mucha gente dice que yo no soy un monstruo, no entiendo por qué muchos otros se empeñan en hacerme sentir como tal.
Me acusan de actos horrendos que no saben siquiera si he cometido, y si los cometí, no saben siquiera que tan herido estaba para cometerlos.
Me acusan de una moral corrupta y malévola que desearía tener para verter mi Ira corrosiva sobre ellos.
A veces quisiera ser tan mala persona como me pintan... Sólo así sabrían que están equivocados y que puedo ser MUCHO PEOR.

Tengo fe en el Karma, pero a veces tarda tanto... Que mi fe se tambalea, y se convierte en deseos de tomar la espada del Karma y blandirla en mis manos en contra de ellos.(¿Karma por mi propia mano?... ¡VENGANZA!)
Siempre he creído que cada quién tiene lo que se merece.
No debería preocuparme por la ruina de los demás, pero mi naturaleza me ha hecho saber desde pequeño que hay algo de tenebroso en mi joven y humilde corazón. Quizás por que simplemente mi naturaleza es un poco oscura. 

Quizás por que nací 15 minutos antes de la media noche.
Quizás por que presiento que la parte del cosmos que se usó para forjar mi alma proviene de un lugar más allá de los espacios entre las estrellas, donde ningún astro gira y solo existe la oscuridad eterna.
Siempre amé el aroma de los cadáveres en descomposición de los animales que morían bajo el quemante sol, en los parques o avenidas. También adoro el olor del agua sanguinolenta que emana del rastro de por mi casa.
Todo lo relacionado con la muerte y el dolor me atrae bastante.
Por que así es mi naturaleza...

Soy paciente, cauteloso, constante y me agradan los muertos. Quizás por eso mi animal favorito es el Buitre.
Y no solo eso, me gusta la sangre, lo violento y lo siniestro. Me atraen las artes prohibidas de forma apasionante, quisiera aventurarme a aprenderlas.
Tengo mi propia forma de ver a Dios (si, hereje por no ir conforme a las leyes de la iglesia católica).
Tengo, también, un pensamiento bastante libertino, degenerado, pervertido... cualquiera que sea la palabra que usen, mientras no haga daño a nadie más, todo esta bien.
El hecho de que no puedas comprenderme no te da derecho de hacerme sentir mal.
Por eso soy tan preguntón, por que quiero entender tus cosas, tu mundo, tu forma de ver.

Errar es humano, perdonar es Divino, Rectificar es de sabios.
Y yo, al provenir del Cosmos (o de Dios, como quieran verlo, al fin es lo mismo) soy un ser Divino. Por lo tanto puedo perdonar, y lo he hecho... Pero es tan difícil que a veces parece imposible.
También he errado, ¡claro! ¿quién no?
Y he rectificado, o por lo menos lo he intentado.

He tratado, y trato y trataré, de muchas formas, de demostrar que no soy tan monstruoso como me pintan. Hasta entonces, vagaré, errante, entre dos mundos, ya saben...
Rechazado por unas, repudiado por otros.
¿Y todo por qué?
Por que no me comprenden...
Por que no pueden ver más allá de sus narices. Por que están conformes con la jaula en la que viven.
Por que es más fácil ver a un monstruo en lugar de una personita linda y diferente, que con algo de mala suerte, terminará convirtiéndose en un ente ruin, mezquino, cuya vileza será digna de todas las injurias que hacen sobre mí.

¿Es éste mi castigo por ser como soy?

Ser un monstruo...

Y no hay amor para los monstruos. Eso solo en Monsters Inc.

domingo, 12 de junio de 2011

No te mueras


Me encontré ahí… en el filo de la nada
Te extrañaba…
Y al mirar hacia atrás, a través de diez mil sueños
No te encontré… te había perdido

Pareciera que, en un parpadeo, todo se quemó
Todo lo que quería, se esfumó…
Necesito un abrazo
De esos brazos fantasmas que no existen

Amor, ¿dónde estas? Me has dejado solo
Tengo miedo…
Miedo de convertirme en un álamo marchito
De convertirme en un espantapájaros sin sonrisa dibujada

Regalé mi único y frágil corazón
Tan frágil que se desmoronaba con un beso
Tan cálido que podría resucitarme ahora
Un obsequio para descartar…

Y lo encontré… Marchito, moribundo
Enfermo…
¿Cómo permití que hicieran eso?
Tan ciego estaba, tan enamorado, tan tonto…

Y ahora, cada vez más débil, me acerco al abismo
Para caer en el negro vacío, al sordo olvido
Para no ser recordado…
No quiero ser un monstruo depravado

Corazón… ¿podrías perdonarme?
Por ponerte siempre en manos equivocadas
Por dejar que te pateen hasta el cansancio
Por dejar que te mastiquen y te escupan

No te apagues por favor, mi única luz
Sin tu llama, cálida y piadosa, me perderé en la oscuridad
Como se pierden las ánimas en el cementerio
Vagabundas, insomnes, tristes, dementes…

Corazón… ¿qué te he hecho?
Por favor perdóname
Prometo ser más cuidadoso
¡No mueras por favor!

viernes, 29 de abril de 2011

Sin título 1

La mayoría de la gente tiene, como mínimo, una persona por la cual decir "no toda la gente es mala"...

¿Qué pasa cuando la mayoría de esas personas que considerabas "buenas" (Que son pocas) terminan por darte la espalda como los malditos traidores que son?
Se me ocurren tres cosas:
  1. O no se cómo elegir bien en quién confiar (qué tonto...).
  2. O no me han tocado las personas (amigos/conocidos/intentos de romance) correctas (qué salado...).
  3. O de plano no se puede confiar en nadie (qué amargado).

Sea cual sea... Cada vez confío un poquito menos. Lo cual me aterra.
Ojalá pase algo positivo que me haga cambiar de parecer. Hasta entonces:

Toda persona es un posible traidor, por ende no merece ningún tipo de confianza.

Lo peor de todo es que nunca lo aplico...
Siempre existe en mí esa fe ciega e idiota; esa esperanza inmortal pero enferma.

Cuando muere la esperanza, la fe se termina con ella.
Cuando no exista fe en mi, hacia las personas...
Estaré completamente solo.
Estar solo, para mi, no significa estar aislado. Estar solo significa no sentir ninguna compañía, y no existe peor soledad que la que se siente cuando no se está solo.
¿Qué clase de tormento es éste?

Es triste para mi el hecho de darme cuenta de que, poco a poco, dejo de creer en la gente.


Hasta entonces, seguiré buscando a quién cantarle canciones de Disney...
Si, aún creo en el mundo ideal.


"Hay que seguir sin fin, hasta el confín... juntos en un mundo ideal tu y yo..."

Donde quiera que estés... brilla para mi, por favor. Alumbra mi camino. Soy un soñador, navegante de la noche sombría. He cometido errores, pecados... pero diablos... Mi corazón aún late, no está del todo muerto... Y eso es por que el tuyo también late, en algún lugar...
No importa cuánto me tome encontrarte; si es una o dos vidas... Se que hay una parte del cosmos correcta que encaja conmigo. Dónde quiera que estés, pedacito del todo... te encontraré.Quizás ya me he topado contigo, pero hay veces en que las cosas no son lo que deberían ser en su momento.















*******
No soy tan Ruin como piensan, ni tan Mezquino...
Simplemente soy un triste soñador atolondrado, de manos torpes, ojos nublados y corazón herido.

Si... Yo también me enamoré alguna vez... Y si, también sufrí por amor.
Y espero volver a enamorarme. Extraño esa sensación... de cuando cada respiro, cada aliento... cada palpitación ... Decían "Te amo".

Pero como dice un gran escritor:
"...Estúpidos Pendejos Los Que Creen En Amor Sin Sufrimientos
Que Dicen Un Te Quiero Sin Sentir Su Corazón
Aun Hemos De Llorar Litros De Alcohol Y Soberbia
Hemos De Decir Que Aun No Termina En La Cama Esta Guerra..."

Pero ni modo, como siempre digo YO:

Nada llega por esperar demasiado, pero todo a su debido tiempo.

Aunque la espera es bastante... culera jajajaja (Y más algunas cosas que uno se topa en el camino ¬_¬)

viernes, 15 de abril de 2011

Cometa

Eres como un pequeño cometa
Una bolita de hielo cósmico
Cómo de helado de vainilla, pero más bonita
Con un brillo tierno y místico

Que viaja por los confines de mi mente
Que dejas una estela de polvos astrales
Que con tu brillo iridiscente
Descubres en mi, hermosos lugares

Cometa fugaz... Que pasas por mi órbita
Tan cerca y tan lejos, que apenas puedo verte
Pero de alguna forma, cuando mi corazón palpita
Se que si miro hacia el cielo, algún día podre mirarte

Pequeño pedacito del cielo
Que sobre mi se va volando
Que me traes todo el tiempo observando
El negro firmamento que me cubre con su manto

Se que mucho tiempo ha de pasar
Antes de por fin poder mirarte
Hasta entonces me conformo humildemente
Con tu lluvia de polvos celestiales




*******

Se que no es mi estilo, pero qué rayos...
No es una obra maestra, pero es lo suficientemente lindo para mi.
:3

jueves, 10 de marzo de 2011

Sueño 2

Me encontraba sentado en la base de una columna metálica de las que sostienen la tridilosa de la estación, la cual era realmente grande y ominosa, pero estaba prácticamente vacía. Estaba esperando el metro, pero éste no pasaba. Al parecer estaba perdido o me habían dejado plantado. Era una sensación extraña de desamparo, angustia y soledad.

En ese momento comenzó a hacérseme un nudo en la garganta. Decidí que no esperaría más y me iría a mi casa, pero ya era muy noche y dudé que alcanzara a llegar el metro. En ese momento un metro arribó a la estación y lo abordé sin pensarlo demasiado. Mi destino próximo era la casa de InuDemon, un amigo mío a quién casi no veo pero sabía que me daría alojo. Consulté mi reloj, curiosamente no recuerdo que hora era, pero habrían sido aproximadamente las 00:00 o la 1:00 (en horario de 24 hrs). El paisaje que miraba a través de la ventana eran solo un montón de árboles desperdigados en la llanura árida de ese lugar. De pronto sentí una pendiente y me di cuenta de que estábamos subiendo el cerro. Comencé a sentirme bastante asustado pues nunca antes me había pasado eso. Al final el metro se detuvo, y de las bocinas sonó lo siguiente:
“Por favor, desalojen los vagones, éste tren ya no dará servicio”.
Al escuchar eso la sangre me quedó helada. ¿Cómo iba a llegar a casa de mi amigo desde ése cerro totalmente desconocido para mi?

Bajé del metro, junto con todos los demás noctámbulos que vagaban en la madrugada igual que yo. Subí las escaleras de los andenes a la superficie, atravesé los torniquetes y salí a la intemperie. En cuanto el suelo gris de la estación se terminó y comencé a pisar la tierra fría de aquél lugar sentí un pánico atroz. Miré fijamente al frente, tratando de ahondar entre las tinieblas de la noche, medio disipadas por los focos amarillentos del alumbrado publico, pero no pude ver nada.
Aferré con mi mano derecha la navaja que traía en mi sudadera. Cuando voltee a ver la estación ya no había nadie, ni una persona, todo estaba perfectamente solo. Comencé a caminar.
Quizás —pensé— si camino sin rumbo hasta el amanecer pueda encontrar el camino de vuelta, no creo que sea muy seguro quedarme a dormir por aquí.

Así comencé a caminar por el cerro, recuerdo haberme visto entre callejones con paredes de ladrillo mohosas, con techos de lámina negra. Algo así como una zona de pobreza.
En algún momento me vi fuera de una casa, con muchísimo frío. Un señor se asomó y me invitó a pasar, a lo cual accedí. Dentro, su mujer nos ofreció una taza de café, la cual yo acepté gustoso.
Al cabo de un rato me hallé contando mi travesía y mi objetivo de búsqueda, la casa de la familia tal. La señora, asombrada, me preguntó qué hacía tan lejos de mi destino, pues ellos conocían a la familia y sabían dónde estaba la casa. Con singular alegría pedí, por favor, que me dieran la dirección y me dijeran cómo llegar pero el hombre se apresuró a decirme que no me preocupara, que ellos mismos me llevarían en su auto. Tanta hospitalidad y amabilidad me resultó extraña y aferré mi navaja con más fuerza, pero sin embargo acepté.

Después me vi en un automóvil humilde, creo que era un tzuru de color azul cielo, un tanto descascarado. Atravesábamos una zona mas poblada de aquél misterioso lugar, nos detuvimos a preguntar algo y la mujer descendió del automóvil. Mi sorpresa fue enorme cuando me di cuenta de que el hombre cerró la puerta y puso el vehículo en marcha, diciéndome: “A veces tienes que mandar a la chingada las cosas que te hartan, llegando me espera una putiza, pero por lo menos habré descansado un poco”. Yo estaba temeroso de aquél hombre que abandonó a su amable esposa en aquél pueblo, pero me calmó diciendo que volvería por ella y me llevaría a mi destino. Yo siempre empuñé mi navaja.

De alguna manera ahora me vi en una unidad habitacional, al parecer en la cumbre de aquél cerro, pues de lejos podía ver las luces amarillas de la soñolienta ciudad que descansaba lejos, muy lejos.
Así, caminando por el estacionamiento que era alumbrado por focos amarillos, me encontré a VampireLord, un viejo amigo. Me alegró mucho verlo ahí, pues mi soledad se había disipado al reconocerlo. Grité desde lejos y volteó a mirarme, y como siempre, me saludó sarcásticamente.
“Demonios Eduardo, justo cuando pensé que la noche no podía ser mas espantosa”.
Me arrancó una carcajada, y me quedé platicando con él un buen rato, sobre los escalones de una escalera que llevaba a los pisos altos de uno de los muchos edificios.

De pronto, de entre las tinieblas de uno de los pasillos, un hombre se abalanzó sobre nosotros. Traía el cadáver de un perro callejero en las manos, que yacía suelto y triste, con un semblante de asombroso sufrimiento. Me quedé helado al verlo, pero mi amigo actuó rápido.
“¡Agárrale las manos!” Gritó, y con el cuerpo inundado por el pánico, pero gracias al instinto de supervivencia, logre agarrarle las manos. Eran callosas, gordas, repugnantes, con las uñas llenas de mugre. Su rostro era el de un hombre de aproximadamente 45 a 50 años de edad, con los ojos vidriosos y el cabello cano. Mi amigo comenzó a golpearlo mientras lo detenía, pero éste, asombrosamente fuerte, me arrojó contra la pared del estacionamiento y, por un momento, caí al piso, noqueado.

Cuando volví en si, mi amigo yacía en el piso y aquél hombre lo pateaba sin misericordia una y otra vez. Asido por una ira feroz e implacable, tomé mi navaja del bolsillo y la desenvainé. Era corta, de aproximadamente unos 7 centímetros, de hoja delgada, con un solo filo. Corrí hacia él y se la clave una y otra vez en una pierna, jalando rápida y erráticamente la hoja dentro de su pierna hasta que le desprendí algunas tiras de carne. El hombre gritó horriblemente, pero su chillido, en lugar de despertar algo de compasión en mí, despertó una sensación de asco y repugnancia. Una vez en el piso, le clavé la navaja en el pecho y, montándome en él, enfocando mis puñaladas a sus hombros y brazos para que no pudiera moverlos, comencé a arremeter en su contra y una vez que lo había incapacitado tomé su grueso cuello entre mis manos. Comencé a estrangularlo enloquecido por la ira, al mismo tiempo que azotaba su cabeza contra el piso. Un chisguete de sangre brotó al momento de uno de los terribles impactos (Aquí se le ah roto el cráneo, pensé) y azoté y oprimí con más entusiasmo hasta que dejé de sentir sus convulsiones bajo mis piernas y su nuca se sentía ya no como un coco, sino como una especie de masa deforme.
Lo solté y corrí hacía mi amigo, quién, apenas incorporándose, me dijo: Lo mataste.
Corrí hacia una estación de metrobús que había fuera de la unidad habitacional y, con ayuda del buen Yadiel, a quién encontré curiosamente, logré llegar a mi próximo destino.

Ahora me vi en una especie de departamento, era de día y estaba muy bien amueblado, con mí amiga Esme y Sarita llorando inconsolablemente. “¿Qué vamos a hacer?”, preguntaban, y yo, tranquilamente, respondía “Cálmense, nadie tiene por qué saber nada, mientras actúen normal y no digan nada”.
Y una de ellas dijo “Yo ya le dije a mi primo que es judicial, pero dice que para echarnos la mano, debemos ir a la delegación”. En ese momento sentí pánico y rabia, pues sabía que eso no era más que una treta para atraparme. ¿Por qué me es tan difícil evadirlo ahora? Si ya lo había hecho antes. Y al cabo de esa reflexión, me paralicé. Y, efectivamente, llegaron a mi mente los recuerdos de mis otros tres asesinatos: El hombre gordo a quién había estrangulado, el tipo a quién ahogue en un excusado y, finalmente, un sujeto a quién arrojé de un puente.
¿Cómo? ¿Cómo era posible que yo hubiera cometido tres asesinatos antes? No había duda, todos los recuerdos estaban en mi cerebro, pude proyectarme en ellos, revivir los momentos de cólera en los que me veía inmerso mientras ahorcaba con un cable a un hombre gordo, o la rabia que sentía al hundir la cabeza de un tipo en un excusado, que chapoteaba y se retorcía hasta que, lentamente, comenzó a ceder ante el llamado de la muerte. Qué hay de aquél sujeto a quién había empujado con todas mis fuerzas por el borde de un puente y no corrí hasta no haber escuchado el sonido de su cabeza estrellarse contra el suelo.

Mis momentos de silencio se interrumpieron por una voz que reconocí con consuelo. Era mi psicólogo.
“Aquí nadie dirá nada hasta que yo resuelva unas cosas, pero ya casi no tenemos tiempo aquí, yo disparo la siguiente hora”.
Al parecer el cuarto en el que estábamos refugiados era un hotel, que se rentaba por horas, y así, pasamos a otro cuarto sólo mi psicólogo y yo. Me senté en un diván y comenzó a cuestionarme.
“¿Es la primera vez que has asesinado a alguien?”
“No”
“¿Sentiste alguna clase de remordimiento las veces anteriores?”
“No”
“Entonces, ¿por qué lo sientes ahora?”
“No lo sé, supongo que desde que Esme mencionó su familia. Nunca me había importado antes, hasta hoy. Pero no tenía por que importarme, él era un mal hombre
“¿Eres Eduardo G. S.?”
“…”
“¿Quién eres?”
“Yo soy Eduardo”
“¿Quién eres cuando matas a una persona?”
“El asesino”
“¿Qué sientes cuando estas matando a alguien?”
“Poder”
“¿Qué sientes después de haberlo hecho?”
“Indiferencia. ¡No! Creo que siento… Asco, ¿culpa?”
“Ten cuidado, comienzas a quedarte dormido. Tú no eres así, sabes que en el fondo no eres así. Sólo es cuestión de que lo elimines. Limítate a expresar tus enojos, no sigas guardando tus miedos ni tu ira, porque nutres al asesino que te está matando poco a poco y que cada vez se hace más fuerte”.
Y en ese momento rompí en llanto.
“¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer?”
“Vamos a la escuela, ahí tengo unos libros que pueden ayudarte”.
Y sin decir más, salimos del cuarto. Yo entré al baño a lavarme la cara con agua fresca (una costumbre extraña que saque hace poco, cada que me veía estresado). Me miré al espejo. Era yo, pero diferente, ojeroso, demacrado, marchito, triste, miserable, enfermo… un guiñapo. Y con rabia solté un grito a mi reflejo:
¡Mira lo que has hecho de nosotros! No es mi culpa, no es mi culpa, lo juro. Es que han pasado tantas cosas. ¡No seguirían pasando si dejamos de permitir que pasen, ya basta de que se burlen de nosotros!”
Y dicho eso rompí el espejo.

Atravesé una puerta y me encontraba en el pasto de mi escuela, cerca de la cafetería, buscando a mi psicólogo con detenimiento. Era de tarde, como las 18 o 17 hrs. No tuve ningún resultado en la búsqueda. A lo lejos comencé a escuchar el rumor de unas patrullas y sentí un miedo horrible. La culpa… la culpa era el peor de todos los sentimientos. Esa enorme culpa con el peso del mundo entero, que descansaba sobre mis hombros, pues ante los ojos de la humanidad, yo era el peor de los sujetos. Había cegado la vida de 4 personas, quizás profetas, quizás padres de familia, quizás médicos, quizás… muchas cosas. Vidas “que no eran diferentes de la mía” pensaba una parte de mí, y la otra pensaba “que a fin de cuentas, eran igual de insignificantes”.
Y la culpa terminó por colapsarme.
Subí corriendo las escaleras de uno de los edificios y abrí la última puerta, que daba a la azotea de algún edificio con una especie de helipuerto.

Ahora me encontraba en ese lugar, en un edificio altísimo, que a juzgar por el paisaje, era la zona céntrica. Miraba el cielo, en un extremo gris claro, con el sol ahogándose en el horizonte, temeroso, triste, inseguro, débil, patético… y por el otro lado una ominosa oscuridad se alzaba, poderosa, gigante, siniestra, implacable… iba devorando poco a poco el sádico cielo que se burlaba de mí desde el infinito, más allá de los negros nubarrones que lo cubrían. Podía sentir el viento, era un viento fuerte, húmedo y frío. De esos vientos que anuncian la llegada de las tormentas eléctricas, de los accidentes automovilísticos o el deceso de los abuelos. Un viento que enfriaba no sólo mi piel sino mi decadente y moribundo corazón.

Me paré al borde del vacío y miré hacia abajo. Nunca antes el suicidio me había parecido una respuesta tan acertada, pero en ese momento me pregunté a mi mismo “¿Qué pasará si le prendo fuego a la escuela?”. Entonces bajé del último escalón que hubiese descendido en mi vida, y, en la seguridad del techo, miré de nuevo. El sol había dejado un resplandor rojizo en el horizonte, como una especie de último suspiro antes de haber fallecido en los brazos de la lejanía. Y voltee al otro lado, para mirar a la oscuridad entronarse triunfante en el firmamento, sobre los negros nubarrones que ahora dejaban caer su triste llovizna en los techos de la gris y putrefacta ciudad. Miré los destellos de los relámpagos que se formaban en sus entrañas, fuegos fatuos que danzaban sobre mí, que me iluminaban, animándome con singulares truenos, cual tambores. Lejanos, escuchaba los murmullos de los autos, los camiones, las casas, la gente, la pinche gente que se escurría en el laberinto de asfalto como la sabandija que es.

En ese momento mi corazón dio vuelco. Ahora me sentía revitalizado, con ánimo, entusiasta… listo para regresar.

Y la culpa, al igual que el destello rojizo que el sol había dejado en el horizonte, se desaparecía junto con todos mis demás remordimientos poco a poco en lo más lejano de mi corazón, consumido ahora por la infinita oscuridad que se alzaba sobre mi, como una especie de titiritero, cuyos hilos manejaba desde el abismo más profundo y que yo, imposibilitado a luchar, me veía preso de su siniestro control. “¿Y ahora que hago?” Me pregunté a mi mismo, a lo cuál me respondí “Busca el almacén de reactivos peligrosos”.
En ese momento di la vuelta, entusiasmado, pues ya tenía la imagen de mi escuela ardiendo en llamas, una imagen tan vívida, tan nítida que su resplandor terminó dando paso al resplandor del sol que entraba por mi ventana.

Y desperté…

Mi corazón estaba agitado completamente, y así como el sol al ocultarse en el horizonte de algún sitio, emerge en el horizonte de otro; así la culpa emergía del horizonte de mis sueños hacia mi realidad.
Desde que me levante hasta ahora, que me desahogo en éste escrito, sentí la culpa.
Me pasé todo el día sintiéndome como un ruin, cruel y maldito asesino. Reprobé un examen por no haber estudiado, llegué, anoté mi nombre y lo entregué, hice mal mis experimentaciones y todo el día fue un asco pues me sentí como tal.
Y ahora la culpa se va, como el sol se mete al anochecer… y espero, sinceramente, que nunca regrese.

No soy un asesino.

viernes, 4 de marzo de 2011

Catarinas

Estaba esperando el metro en el andén, como normalmente se hace jeje, nadie lo espera en las vías. Total… Estaba ahí esperándolo, era medio día, aproximadamente. Hacía un calor tremendo, de esos calores secos que fastidian a uno y lo dejan malhumorado. Cargando mi mochila y mi maletilla del gimnasio, y después de haber caminado 15 minutos de mi casa al metro, comprendí que no estaba de muy buen humor para hacer ejercicio, ir a la escuela y, después, hacer tarea. Bajé la maletilla para quitarme la mochila de mí sudada espalda, ya saben, para permitir que se oree un poco y no de oportunidad a que se forme la mancha de sudor. Miré al piso…
Vi un insecto moverse “peligrosamente” en el borde del andén, un poco después de la línea amarilla. Como amante de los insectos, sobre todo de los artrópodos, me acerqué a mirar qué era.
Resultó ser una pequeña Catarina (o mariquitilla). Le puse la suela de mi bota industrial (las llevaba puestas ése día, vaya que son pesadas) para que trepara sobre ella. El diminuto escarabajo trepó hasta estar casi en las agujetas. Y ahí me quedé… mirándola durante un largo rato. Tan largo fue que ni me di cuenta de que un metro se me había escapado, solo cuando vi que se alejaba.
En ese momento, cómo siempre sucede cuando no traigo mis audífonos, me comporté como un loco; y le hablé:
“Mmm… por tu culpa he perdido un metro, pequeño coleóptero, mas te vale cumplir con mi creencia y traerme buena suerte”.
Y la seguí mirando. Su andar vacilante sobre mi enorme y negra bota, de aquí para allá, de allá para acá, me tenía casi hipnotizado. Una persona me miró, luego miró mi bota y terminó mirándome de nuevo. La Catarina no era muy extraña, tenía un color rojo pálido, casi naranja, con las típicas manchas negras y blancas. No era tan linda como las de color rojo vivo, pero el hecho de ser una catarinita la hacía bella.
Otro metro llegó, y con él una sorpresa.
Abordé el vagón, sin fijarme siquiera si estorbaba o no la salida, cuidando de no ahuyentar a mi inquilino. Así pues, las puertas se serraron a mi espalda y me recargué para seguirla mirando.
Pronto me percaté de que alguien me miraba fijamente, y al mirar quién era me alegré.
Era Andrés, un viejo amigo mío de la secundaría, a quién tenía mucho tiempo sin ver.
Platicamos en el trayecto de mi viaje, que a final de cuentas resultó siendo el suyo también. Nos pusimos al tanto de las cosas más relevantes hasta entonces. Siempre cuidando de que la Catarina estuviera bien.
Así fue el 1 de marzo de 2011.
Ayer, 2 de marzo, iba sentado del lado de la ventana, en el trole. Saqué los 120 días de Sodoma, de marques de Sade, y justo cuando estaba a punto de leer obscenidades una pequeña Catarina se posó en el vidrio de mi ventana.
“¿Qué cosa me anuncias?” pregunté.
Al día siguiente, o sea 3 de marzo, mi amigo Toño, a quien también tenía mucho tiempo sin ver, me llamó al teléfono diciéndome que habrá fiesta en casa de Andrés.
Ése mismo día vi también a una persona sumamente especial, pero no como yo hubiera querido.
Y como bien dice un dicho: “para querer a alguien hay que quererse a si mismo”.
Recuerdo que de pequeño tuve una Catarina de “mascota”. Extraño mi niñez…

sábado, 19 de febrero de 2011

Frase

"Darle tiempo a las personas, la mayoría de las veces, es un desperdicio. Darle tiempo a tu trabajo, la mayoría de las veces, es una inversión"
Eduardo Guevara Salazar

jueves, 3 de febrero de 2011

Ésto surgio en una conversación del 1/2/2011, mientras platicaba con alguien muy especial

*mmmm
*el amor...
*a los 18 años me enamoré
*y a los 18 años me rompieron el corazón
*y es como una tasa
*se rompe y la pegas
*y sirve igual
*pero ya no es igual
*las grietas quedan
*y cada vez que se rompe hay mas y mas grietas
*y entre todas esas veces
*pequeños pedacitos, microscópicos que se generan al impacto, se pierden en el viento
*cada vez es mas difícil juntar los pedazos y unirlos
*por qué?... porque ya no concuerdan
*se van degradando, con cada impacto
*y la tasita deja de servir
*se escurre todo lo bueno y bonito de ella
*por las fisuras
*hasta que poco a poco
*te quedas vacío
*después de tantas cosas
*uno se...
*insensibiliza?
*se vuelve frío?
*algo asi
*y cometí la estupidez
*de tratar de llenar ese hueco
*con sexo
*de pronto me di cuenta
*de que cuando estaba en sus brazos yo era alguien especial, pero fuera de ellos solo era un extraño indiferente a su persona (Qué equivocado estaba... yo solo quería amor)
*descubrí que lo que hacía estaba mal
*llene mi tasa de inmundicias
*que no se escurrían
*sino que se quedaban ahí
*pudriéndose
*y ahora
*hace 5 minutos
*reviso una estúpida cuenta
*y confirmo UNA VEZ MAS
*que nunca me quiso, que tiene a otro con quien juega al igual que jugo conmigo, a quien ahora ama... no lo sé
*pero
*yo solo fui un chicle que masticó para entretener el hambre mientras llegaba el plato fuerte
*cuando ya no me encontró sabor
*me escupió desde su boca
*y ahora, cada vez mas podrida, la inmundicia que yo mismo eché en mi tasa
*se disuelve, despide fluidos malignos que se escurren entre las grietas poco a poco
*desapareciendo el terrible contenido
*pero la peste
*diablos, esa maldita peste que ha quedado
*estoy seguro de que no se ira en un tiempo
*y todo liquido que vierta en ella
*siempre tendrá un dejo amargo y nauseabundo
*y se seguirá escurriendo, pues aún esta agrietada
*la tasita solo puede ser reparada por un alfarero
*y qué mejor alfarero que el tiempo, pues él mismo elaboró y le dio forma al universo
*poco a poco
*salgo de mi terrible metáfora
*y me doy cuenta de que hablo contigo...

viernes, 14 de enero de 2011

Sueño 1

El oráculo me había pedido que esperara en su choza. Era un lugar completamente oscuro, la puerta estaba cubierta por una especie de cobija. Las ventanas estaban cerradas y en los marcos había botellas de todo tipo y guajes que contenían quién sabe qué fluidos. Estaba sentado frente al recipiente donde ardía el carbón y ella del otro lado. Éste estaba debajo de un agujero sobre el techo, el único punto dónde entraba la luz del sol, iluminando intensamente la olla de barro que se hallaba sobre las brazas. El oráculo, una anciana de cabello inusualmente largo, canoso y trenzado, sin dientes, de piel morena y ojos brillantes, con una sonrisa amable y apacible, me pidió que arrojara lo que llevaba en mi mano.

Abrí mi mano y miré. Tenía empuñado un racimo de florecillas rosas con morado, unas hierbitas aromáticas, cabello que al parecer era mío, una lagartija muerta y un pedazo de tela. Los arrojé a la olla. El oráculo comenzó a hablar en un idioma que yo no conocía y movía los brazos al ritmo de sus cánticos. Veía como su cabello se movía y sus ropas largas y pesadas dejaban ver sus flacos y pellejudos brazos alzados al cielo, en dirección al sol. En ése momento, cerré los ojos, pues sabía de alguna manera que lo que estaba ocurriendo merecía mucho respeto. Respiré hondo. En ese momento ella me habló: “Piensa muy bien qué es lo que más quieres, y entonces el camino te será iluminado”. Y pensé… Sinceramente no recuerdo bien en qué estaba pensando, pero el sentimiento era tan fuerte que unas lágrimas se me salieron con los ojos cerrados. En ese momento el oráculo me pidió que abriera los ojos y que la mirara fijamente. De alguna forma que no podía comprender, de la olla que se encontraba sobre las brazas emergía un denso humo blanco que no asfixiaba, al contrario, tenía un olor agradable, como a incienso, pero sin ser incienso.

La miré fijamente a los ojos, lo mejor que podía ver a través de la densa columna que se elevaba hacia la luminosidad del sol. Enfoqué, trate de mirarle los ojos, pero el humo era tan denso que me lo impedía. De pronto, entre el humo y el fuerte sonido del latir de mi corazón, tuve una visión. Mi madre, mi hermana, que de alguna forma ya no estaban conmigo, las vi vestidas de blanco moliendo el maíz en un metate, había un tejaban hecho de palma, sobre la tierra, a la luz del medio día, como lo hacía mi abuela materna. ¿Dónde estaban? Las veía pero no sabía dónde estaban… Y de pronto, mi visión se interrumpió por un estrepitoso grito. Presenté mis respetos al oráculo y salí corriendo de su choza, pues conocía la voz de quién gritaba.

Corrí a toda velocidad de la choza dónde me encontraba. Bajé rápidamente los escalones de carrizo hacia la orilla del río, sin importarme que estuviera descalzo y con una especie de taparrabo. Agudice mí mirada lo más que pude, sabiendo que no serviría de mucho sin mis anteojos. A lo lejos, entre un montón de enajenados religiosos, la vi. Estaba hermosa, como siempre, con un vestido blanco adornado con grecas rojas. Mi novia estaba siendo raptada por unos sujetos vestidos con zarapes de color café claro, o beige. La llevaban cargando y la subieron por la fuerza a uno de sus botes, se alejaron entre la densa vegetación que crecía sobre el río, algo así como un profundo y traicionero manglar. Yo estaba destrozado en llanto, cuando vi que correr no serviría de nada, pues ellos ya estaban lejos.

No sabía dónde podría encontrarla, pero sabía quién si me podría decir dónde conseguir ayuda.

El sol, hermosamente brillante, que se trasminaba por el forraje de las hojas, había sido tapado por densos y enormes nubarrones grises, que dejaron caer una pertinaz lluvia sobre el pueblo. Recuerdo que desde siempre me había gustado ver llover, pero sin mojarme. Cuando mi madre se sentaba conmigo a ver la forma que hacían las gotas al caer en el río, escuchando el rumor del agua que chapoteaba.

Cuando llegué a la choza del oráculo, sin decir una palabra, ella comenzó a hablar y me dijo que fuera en mi búsqueda a conseguir lo que había visto con los ojos de mi corazón. En ése momento yo lo único que quería era recuperarla, pero confié ciegamente en lo que el oráculo me había dicho. Salí entonces de su choza, admirando por última vez el lugar dónde me encontraba.

El pueblo era relativamente grande. Chozas construidas con carrizo y hojas de palma elevadas sobre el río que era tan ancho como 10 avenidas juntas. Éstas estaban comunicadas por una maraña de puentes hechos con sogas y tablas. Algunos puntos tenían escaleras en ángulos inclinados hacía una pequeña isla artificial, sujetada de alguna manera para que no sea arrastrada por el río, dónde había canoas, botes y unos extraños transportes cuyo nombre no puedo recordar. Estos transportes no eran de madera como los otros. Estaban hechos, al parecer, con hojas y troncos similares a los del árbol de plátano. Estaban construidos en dos partes y eran enormes.

El agua, cristalina, corría lenta y peligrosamente debajo de las casitas. El río era tan profundo que no alcanzaba a distinguir el fondo. Las plantas acuáticas se contoneaban con el ritmo de la corriente y los lirios, hermosos, se paseaban de aquí para allá, contradiciendo por completo el sentido de la corriente del agua. Veía abejas, abejas no necesariamente amarillas con franjas negras, sino de todos colores metalizados con las franjas siempre negras. Eran verdes, azules, rojas, rosas, naranjas, amarillas, y todos los demás colores, que volaban al ras del suelo lodoso de las orillas de las islas-muelle.

El aroma que impregnaba el pueblo era húmedo pero tenía un perfume exquisito que no podré olvidar: el perfume de la naturaleza. A las orillas del río crecían ahuehuetes, Árboles tan anchos y altos que resultaba impresionante pensar que no se hallan caído durante más de mil años. Su denso forraje hacía que la luz del sol o la lluvia cayeran de forma suave y amable sobre el pueblo, así nunca pasaban demasiado frío o demasiado calor.
El croar de las ranas, las libélulas, el chapoteo de los peces, los niños, las mujeres… Todo me resultaba tan familiar.

Bajé rápidamente por una escalera hacia una de las islas-muelle y ahí, sin saber por qué, por simple corazonada, desate uno de los extraños transportes que eran construidos en dos partes. El oráculo me gritó desde su choza, me dijo que esos transportes no se navegan con remos, sino con el corazón. Tomé la otra parte del extraño bote y zarpé, no sin antes subir un remo conmigo, por si lo necesitaba.

Una vez sobre él me di cuenta de que no era un bote como yo pensaba, pues no tenía uniones ni otro tipo de manufactura. Era una enorme hoja, una hoja del tipo lanceolada, con la forma de una canoa y tronquitos delgados de algún árbol similar al plátano en los bordes, me dispuse a encerrarme. Tomé la otra parte de la hoja-canoa, que tenía la forma de una especie de caparazón hecho de la misma hoja y con los mismos bordes de tronco flexible y la acomodé sobre mi, era extraordinariamente ligera y lo suficientemente grande como para caber acostado y sentarme.

Así, iba en una especie de cápsula hecha de hojas enormes amarradas con troncos inusualmente flexibles. Recuerdo escuchar el sonido de las gotas de la lluvia sobre la hoja de la cápsula. El transporte era cálido, como si hubiese alguna especie de vapor dentro de él. Tan cómodo estaba, acostado sobre la hoja que era tan delgada como para dejarme sentir el masaje del oleaje del río, que comenzó a darme sueño. Comencé a dormirme, pensando firmemente en lo que vi a través del humo: Mi madre y mi hermana. Y me quedé dormido a la deriva.

Desperté por el calor y la dulce luz verde que me daba en el rostro, cuando abrí los ojos vi que la hoja de la parte superior brillaba con un color verde intenso, supuse que estaba en alguna parte donde no había árboles sobre mí, y era medio día. Cuando quité la parte superior de la cápsula lo primero que miré fue el cielo. Un cielo azul y hermoso se alzaba sobre mí, algunas nubes blancas estaban desperdigadas en lo alto, pero sin tapar el sol. Acomodé la parte superior de la cápsula sobreponiéndola en mismo sentido de la hoja-canoa, quedando así la concavidad de ambas en el mismo sentido.

Estaba navegando sobre un enorme río tapizado con florecillas rosas, de un tamaño tal que cabrían fácilmente tres o 4 en la palma de una mano, similares a las margaritas. Tan denso era el tapetillo de flores, que incluso podría pensar que no había agua debajo de ellas, sino que navegaba sobre ellas. ¿De dónde habían caído? No miraba árboles por ningún lado, solo unos enormes peñascos que se alzaban a mi derecha, y a mi izquierda miraba unos extraños manglares. En la cima de los riscos veía árboles… de ahí caerías todas esas florecillas, supuse. En ese momento, mientras la corriente me arrastraba, miré una bifurcación del río hacía lo profundo de esos riscos. Tomé el remo y comencé a dirigirme hacia ése lugar.

Cuando entré no podía creer lo hermoso que era. Sobre las paredes de aquellos enormes colosos, crecían buganvilias, que formaban un hermoso arco el cual se alzaba sobre mi cabeza. El río, aún tapizado de florecillas rosas, no mostraba ninguna buganvilia. Pensé que ese arco florecía perpetuamente y jamás perdía su flor. Seguí remando hacia el frente, adentrándome cada vez más en ese extraño pero hermoso lugar. El arco de buganvilias seguía frente a mí, sin perder su densidad. El sol se trasminaba por el follaje de dichas plantas, dándole una tonalidad purpúrea e hipnótica. De pronto el arco se había terminado, y mire la luz blanca del sol, una orilla en lo que parecía ser una playa y una casa. Remé con rapidez hacia ese lugar. Cuando salí del arco de buganvilias me encontré en un punto rodeado por el acantilado. Sus enormes paredes corrían de mi derecha a mi izquierda. Navegue hacia el frente para arribar en una playa de arena blanca. Cuando bajé del bote sentí por primera vez en mi vida lo que es tener arena en los pies, “tierra firme” decían mis antepasados. Y en el centro de aquél lugar rodeado por la fortaleza de roca, se encontraba una casa, una casa hecha de adobe y techo de hojas de palma. En el patio, el cual estaba cubierto por un tejaban de hojas y paja, estaba una mujer cocinando a la leña.
Me miro desde lejos y yo me dirigí hacia ella. Camine con cierta inseguridad sobre la tierra, pues era la primera vez que lo hacía, mirando siempre hacia atrás, con el afán de no perder de vista mi hoja-canoa, que se encontraba en la playa.

“No te preocupes”, me gritó la señora, quien vestía de blanco y usaba un enorme rebozo, “Aquí no hay nadie más que pueda venir a robarte”. Me acerqué a ella, y como si me estuviera esperando, tomó un tecomate y me sirvió un poco del guisado que preparaba en la olla de barro. Me senté con ella a comer, en silencio. Me dio tortillas hechas en un comal de barro y salsa en molcajete. Al final, me preguntó qué buscaba. Le conté de mi extraña visión en el humo y me dijo que ella sabía dónde estaba mi madre y mi hermana. Acto seguido se levantó y se dirigió hacia un cuarto de su casa de dónde salió cargando un extraño bote. Corrí a ayudarla y me lo entregó. El transporte era pequeño, tenía toda la forma de una tina de baño, hecha de madera. En la parte trasera un extraño artefacto similar a un berbiquí.

“No te servirá de nada el transporte que usaste para llegar hasta aquí, a donde vas necesitas esto” Me decía mientras caminaba al otro lado de la casa, rodeándola. Ahí miré algo que aun no puedo creer, era otra playa pero no a orilla de un río común, sino un río de arena, un río de arena ligeramente rosada. “Un bote de arena te servirá para viajar sobre ella, pero ten cuidado”. Por curiosidad, sumergí un pie en esa arena rosada, quemaba, como si estuviera muy caliente y me jalaba hacia adentro, rápidamente lo saqué, tomé una roca del suelo y la arrojé, la roca, del tamaño de mi cabeza, se hundió lentamente en la corriente de la arena rosada. Supuse que era de color rosa por la sangre de quienes habían caído en ese río traicionero, quienes fueron molidos lentamente en sus profundidades, lijados hasta los huesos por la corriente de los pequeños granos de arena. Qué muerte más horrible, pensé.

Le dí las gracias a ésa extraña mujer y me subí en el bote de forma rectangular. Tomé el artefacto que estaba detrás y, como una especie de motor impulsor, lo giraba para impulsarme en la dirección que requería. Y así navegue a través de los peñascos, saliendo del lugar en el que estaba, pero ésta ves no por debajo de un arco de flores, sino simplemente con las paredes enormes a mis costados y en lo alto la línea azul del cielo y el quemante sol. Cuando salí de entre los riscos me quedé impresionado. Frente a mi se alzaba, en medio de ese enorme río-desierto de color rosa que corría hacia el horizonte, una extraña ciudad hecha en su totalidad de barro. Me dirigí hacia ella y entré por una de sus avenidas. Era una especie de Venecia, con canales en lugar de callejuelas, y arena en lugar de agua, una arena que corría incesantemente haciendo un sonido que me ponía de nervios. Un implacable sssssssssssssssssssssss inundaba la ciudad, era el sonido de la arena corriendo.

De pronto, el mecanismo que manipulaba para dirigirme se tronó, haciendo que mi mano se rasgara con uno de los fierros del mecanismo. Al no poder girarlo más, la corriente comenzó a arrastrarme, alejándome del muelle hacia dónde me dirigía para subir a la ciudad en la arena. Desesperado, comencé a ver cómo el bote de arena se desbarataba, dejando entrar arena entre las comisuras de las tablas que lo formaban. Miré por accidente las gotas de mi herida caer en el río de arena, la cual las absorbía con una especie de sed maliciosa, tornándose su color rosa un poco más intenso. Sentí miedo, y sin pensar, salé te mi bote hacia el río de arena, sintiendo como me quemaba y me hundía en ella, pataleaba y manoteaba en dirección al muelle, creí que no podría llegar, cuando la arena me llegaba hasta el cuello, pero logre agarrarme de la orilla con la mano herida y me sujete fuertemente, la corriente me jalaba, pero pude agarrarme con las dos manos y por fin salí de ese horrible río de arena. Miré a lo lejos mi bote, que desaparecía lentamente bajo la arena.

Una vez ahí, mire la ciudad. La gente caminaba como si no me hubiera visto. Sentí un poco de coraje al darme cuenta de que nadie quiso ayudarme. De pronto tuve un presentimiento. Comencé a correr por las aceras de ese lugar, pasando por los puentes sobre el río de arena, hasta llegar a un callejón sin salida. Al final de éste, había un jardín con un altar en el centro. Un altar que tenía un nicho, en el cual descansaba un búho de plumas verdes. Cuál fue mi sorpresa al mirar que mientras contemplaba el extraño altar mi hermana se acercó a dejar una ofrenda. Cuando nos miramos me reconoció de inmediato, la abracé con mucha alegría y le bese la mejilla.
“¿Dónde está mamá?”, le pregunté, y ella dijo que vendría pronto.

En seguida le explique a mi hermana lo que había sucedido en mi pueblo, en aquél extraño lugar sobre el agua, dónde habían raptado a mi novia. Ella me dijo que mi madre era el oráculo de aquél espantoso lugar. Cuando me dijo eso no podía creerlo. Seguía sin saber por qué habían ido a ésa ciudad en la arena, pero era algo que podría preguntar después. En ese momento mi madre llegó. Mi hermana se dirigió a ella, diciéndole que yo había venido. Cuando las vi juntas, mi hermana hermosa, vestida de blanco y mi madre, chaparrita, con su mirada siempre tierna y amable, lloré, y corrí a abrazarlas. Le conté a mi madre lo sucedido y toda mi travesía y ella, con gesto serio me dijo que estaba esperando que esto pasara. Tomó un libro de su morral, un libro que cuando abrió, tenía en todas las hojas granos de maíz pegados, de muchos colores, sobre los cuales estaban las letras que formaban su contenido. Ella me dijo que tenía que prender el incienso en el centro del altar, pero que el búho no me dejaría a menos que le demostrara merecerlo.

Mi madre me entregó una hoja seca de milpa, y la encendió. Me acerque al altar y el búho chilló amenazante, sin moverse del montículo de incienso que había bajo sus garras. De alguna forma miré a mi hermana y vi que tenía un alacrán trepado en la mano, lo alejé con un manotazo pero no vi donde cayó. Enseguida un fuerte dolor se apoderó de mi brazo, miré mi mano y vi al alacrán pegado a ella, con el aguijón clavado en mi carne, colgado de su cola, moviendo las patas y las tenazas. El búho alzo el vuelo y se paró en mi brazo, clavando ligeramente sus uñas en él. Agachó la cabeza y se tragó al alacrán. Enseguida prendí el incienso y mi madre comenzó a leer el contenido de su libro. Una columna de humo, similar a la que vi en la ciudad sobre el río, se alzo frente a mí, y miré a través de ella. De nuevo tenía una visión. Era mi padre, a quien extrañaba, en una especie de cueva, junto a mi hermano menor. En ese momento le suplique a mi madre que me ayudara a encontrarlos, que me acompañara, pero me dijo que los poderes de la naturaleza no debían ser usados de esa manera, que la única forma de encontrar a alguien es con el corazón, así como la había encontrado a ella y a mi hermana.

Después me imaginé en una de las ruinas de tlatelolco, contemplando el cielo gris de la ciudad, estaba vestido como normalmente es, Preguntándome qué rayos significaba lo que me había dicho mi madre, y cómo había llegado de la ciudad sobre la arena hasta tlatelolco y, al no encontrar respuesta, desperté.





*****

Anoche soñé ésto. Me pareció uno de los sueños más realistas que he tenido. No es la primera vez que sueño con los ríos enormes, con las abejitas de colores o con los lugares parecidos a pueblitos de provincia.
Creo que ha sido uno de los mejores sueños que he tenido.
Saludos!!!