lunes, 26 de julio de 2010

Malos Recuerdos

Cierto día de julio, una tarde, para ser exactos, caminaba por la acera un joven de 20 años, de estatura media. Al parecer llevaba algo de prisa y le urgía entregar alguna especie de mercancía o encargo que llevaba en un morral de color café, el cual colgaba de su hombro derecho. Caminaba con premura en una de las calles mas transitadas del centro de la Ciudad de México. Dirigiéndose al zócalo, miraba los edificios enormes y las tiendas que se veían más llamativas, algunos bares y restaurantes del lugar y uno que otro ambulante, de esos que piden limosna por algún espectáculo callejero.

De pronto, mientras caminaba, observó a una muchacha que vestía de dorado, simulando ser una especie de hada. Estaba inmóvil, esperando a que alguno de los transeúntes le arrojara una moneda a la cajita que tenía puesta en el suelo. Portaba una mascara con diamantina y llevaba una varita con una estrella en la punta. Por alguna extraña razón, nuestro personaje tomó una moneda de dos pesos de su bolsillo y la arrojó en el interior de la cajita que estaba en el suelo. Al caer en la caja y hacer ruido, la muchacha se movió congracia, haciendo ademanes con las manos y moviendo su cuerpo lentamente y con finura. Le extendió una bolsita de color negro, para que él tomara algo de adentro. El chico extendió la mano y hurgó dentro de la bolsa.

Al sacar su premio, que era una cápsula como esas de medicina pero con un papelito enrollado adentro, le dio las gracias a la chica y se fue. La muchacha volvió a moverse con gracia y adoptó otra posición de inmovilidad, simulando ser una especie de escultura.

El chico retomó su caminata y, mientras caminaba, abrió la cápsula para ver qué contenía. Era un papelito finamente enrollado. Tomó el papelito y lo desenrolló. El papelito tenía una frase que decía lo siguiente: “Ni siquiera Dios puede cambiar el pasado. Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse; antes al contrario, la hacen más profunda. Los hombres pasan, los recuerdos quedan, como quedan las obras de los que algo hacen”.

Después de leer esta frase, el muchacho se quedó pensativo. Se detuvo un momento para mirar el cielo y después reanudó su caminata.

Mientras caminaba comenzó a pensar en el encargo que tenía: ir a entregarle a uno de los clientes de su padre un anillo antiguo. Era sencillo; conocía el punto de reunión, el precio acordado, el nombre del cliente… nada que no hubiera hecho antes. El despacho de su padre estaba ya a tan sólo unos pasos y unas cuantas escaleras. Entró en el edificio y comenzó a subir las escaleras rumbo al despacho de su padre, donde seguramente el cliente ya esperaba ansioso. Estaba cinco minutos retrasado, pero eso no era problema, además el metro había estado parándose bastante.

Al llegar al despacho estaba el hombre esperándolo, junto con un acompañante. El tipo tenía en la cara un semblante malhumorado, al parecer no había tenido un buen día. Cuando nuestro amigo se presentó ante su cliente, éste último lo reprimió con un regaño.
“La impuntualidad es una muy mala costumbre señor, he estado fuera de casa desde las 10 am, ¿usted cree que tengo mucho tiempo para perder o qué?”, le había dicho el hombre un tanto exaltado. El chico solo se defendió explicando que no tubo un buen día (en realidad estaba bastante estresado). En la mañana había peleado con su padre, salió de su casa estresado, todo el día estuvo en la calle, llovió como a eso de las 12 y se mojó. No había comido, le dolían los pies y esa herida que tenía desde hace una semana le estaba molestando. El metro se detenía constantemente y en el vagón tubo una pelea con un tipo que lo empujó violentamente. Nada que un chico normal de la ciudad de México no esté acostumbrado a padecer, pero hoy era diferente.
Algo en su cabeza se estaba retorciendo y despertando.

Cuando la transacción terminó, después de un intercambio incomodo de diálogos (en su mayor parte regaños e indirectas y expresiones de desprecio hacia el chico por parte del cliente), el chico se despidió lo mas cordial y amable posible, pero el cliente no reaccionó de la misma forma.
Éste le dijo al joven que era un incompetente, inútil y que su padre era solo un pusilánime que no sabían en realidad el importantísimo cliente que acababan de perder por la falta de puntualidad del muchacho. En realidad las palabras del cliente habían sido otras, mucho más agresivas de lo que puede imaginarse. El chico se sintió profundamente ofendido y reaccionó con violencia contestando de forma descortés e irrespetuosa los insultos de aquél que le llevara unos 20 años de edad. No se debe faltarle al respeto a los mayores pero en este caso él empezó.

De pronto el muchacho sintió algo dentro de sí, unas ansias de mirarlo fijamente a los ojos; y así lo hiso. Hubo un momento de silencio, el acompañante del cliente no hacia nada más que mirar. Cuando el lazo entre ellos dos se había roto, el cliente, de extraña manera apaciguado, pidió a su acompañante la pronta retirada. Y así, sin despedirse, el cliente y su acompañante se fueron del despacho.

Mientras el acompañante del cliente conducía la hermosa camioneta, el hombre pensaba profundamente en su pasado…
Se miró a si mismo cuando tenía 11 años, en ese departamento que tanto odiaba compartiendo la vivienda con sus 4 hermanos, su madre y su padre. Su padre… cómo lo odiaba. Recordó la vez en que lo castigó con un cable por no haber llegado a tiempo a casa, después de haber estado jugando con sus amigos en el terreno baldío donde vivía. Le había hecho algunas heridas grabes, que su madre curó con amor después del terrible castigo.

Pensaba en silencio, con la mirada perdida. El chofer del hombre anunció que habían llegado a su casa y éste sin decir palabra bajó del auto y se dirigió a la puerta. La camioneta se alejó, el hombre busco las llaves y abrió la puerta. Entro en su casa y se dirigió a la sala a prepararse un vaso de whisky, lo hiso y se sentó en el sofá, frente al televisor que estaba apagado. No había nadie en la casa, su esposa y sus dos hijos habían salido de vacaciones. Se miraba a si mismo fijamente en el espejo negro formado por la pantalla del televisor. Pensaba en su pasado, pero todo eran malos recuerdos.

Recordó cómo su padre violaba a su madre enfrente de él y su pequeño hermano, los otros dos eran bebes, estaba en la cuna, llorando, gritaban fuertemente al igual que su madre cuando la golpeaba su padre para someterla. Él y su hermano se ocultaban debajo de las cobijas, abrazados, llorando en silencio mientras escuchaban los gritos y el tumulto que se hacía dentro de la casa, a altas horas de la madrugada donde se supone todo debía ser silencio. El ruido de los gritos, los golpes y gemidos obscenos y animales de su padre no eran un sonido común sino que le destrozaban el alma. Su hermano aun era demasiado pequeño para comprender, pero él sabía lo que estaba sucediendo a todo momento. Al día siguiente parecía no haber pasado nada. Su madre, sumisa, hacía la comida con nuevos moretones en la piel y su padre, sentado y encorvado en la mesa, tragando como un cerdo, le sonreía al mirarlo entrar, le tocaba la frente con una ternura hipócrita y le sonreía para darle los buenos días.

Su mente seguía desenterrando cada vez mas y mas detalles, recordó como los bebes gemelos había muerto por negligencia de su padre, cuando los cargaba mientras lloraban y por accidente los dejó caer en la pileta de agua. De pronto sus ojos se abrieron como platos. No, no había sido negligencia, ahora recordaba bien como ése tipo había sumergido a los bebes hasta que dejaba de burbujear el agua. Su madre, al encontrar los pequeños cadáveres, lloró amargamente y creyó ciegamente la historia del perverso hombre, quien le dijo que habían muerto de frío. Él, siendo aún un chiquillo, no dijo nada presa del infinito terror que su padre le inspiraba. Creía que si decía algo, su padre lo mataría.

Se levanto del sofá, con un enorme nudo en la garganta, sin darse cuenta tiró el whisky pero no le importo, parecía estar atrapado en el pasado, subió las escaleras con los ojos inundados en lágrimas y se sentó a la orilla de la cama en su habitación, recordando todo. Recordó cómo su padre lo golpeó una vez que un abusivo en la escuela le había robado el dinero. El terrible hombre lo tomo de los cabellos y azoto su cabeza contra la pared varias veces hasta romperle un diente y la nariz, el chico suplicaba piedad, pero el hombre, encolerizado por pensar que uno de sus hijos era un “marica que no sabia defenderse” lo siguió azotando hasta hacerle perder el conocimiento.

El hombre estaba ahora acostado en la cama, mirando al techo y llorando en silencio mientras su mente descendía en una espiral infinita hacia el pasado, hacia su terrible pasado. Abrió el cajón del buró que se encontraba al lado de la cama y extrajo una hermosa pistola, tan negra y cautivadora como las ideas que ahora rondaban peligrosamente su mente, suprimiendo su sentido común.

Al tocar el arma y mirarla tuvo el peor recuerdo de todos…

Estaba el jugando en el cuarto con sus juguetes, a solas. Su madre había ido a recoger a su hermano a la primaria. Él se encontraba solo, jugando e inmerso en un mar de imaginación y lindos pensamientos. Solo, así le gustaba estar, con sus juguetes, sin pensar en las terribles cosas que taladraban su cabeza a diario. De pronto escucho el azotar de la puerta. Se estremeció horriblemente con el ruido y pregunto temeroso “¿mamá?”, pero ninguna voz le respondió del otro lado. El niño se levanto para asomarse pero antes de llegar a la puerta ésta se abrió violentamente dejando ver la silueta de su monstruoso padre que se tambaleaba. El hombre estaba ebrio y se acerco a su hijo lentamente para acariciarle la barbilla de esa forma hipócrita con la que siempre lo hacía. “Ven… siéntate conmigo hijo” le dijo su padre que se dejó caer torpemente en el piso, aplastando algunos de sus muñecos. El niño dudó un momento pero después la mirada de su padre lo hiso obedecer de inmediato. El niño se sentó, al lado de ese hombre gordo y maloliente.

Su padre lo abrazó, fue el abrazo más abominable que jamás sentiría en su vida. De pronto sintió su mano callosa en su barbilla, acariciándolo como siempre lo hacía, tratando de inspirar una confianza imposible y con la esperanza de rescatar un amor paternal que ahora estaba más que muerto, transformado en odio y aberración. Sin que el niño lo esperara, su padre lo jaló violentamente hacia su cara, dándole un horrible beso en la boca. El niño lo aventó violentamente y trató de salir corriendo pero su padre le gritó y el chico quedó paralizado. Volteó a mirar a su padre y éste cargaba una pistola de color negro en la mano. “No digas nada, o mataré a tu madre y a tu hermano, ¿entendiste?” Fueron las palabras que escucho salir de su horrible boca. El niño, sollozando, se sentó a su lado, y su padre comenzó a besarlo de una forma obscena y nauseabunda. Lo tocaba y trataba de meterle los dedos. Después de un rato lo tenía desnudo en el piso, y el chico lloraba mientras sentía la lengua de su padre dentro de sus intestinos. Al cabo de un rato el hombre horrible tenía al chico montado sobre él.

“Muévete, muévete mas fuerte y gime como la perra de tu madre, sabía que tu no eres mas que un maricón, muévete mas fuerte, ¿te gusta no?”, le gritaba mientras le apuntaba a la cabeza con el arma. El niño lloraba amargamente mientras sentía el terrible dolor de su esfínter desgarrándose. De pronto escuchó un ruido en la puerta: el sonido de las llaves. En ese momento pensó en la vergüenza que sentiría cuando su madre lo viera en esa circunstancia. Su padre quitó el arma de su cabeza y lo arrojó violentamente, después le dio un golpe con la cacha de la pistola en la quijada y le dijo que si algún día decía algo de lo que había ocurrido él lo mataría sin importar dónde y con quién estuviera. El niño sentía deseos de morir en ese instante, deseó que su padre hubiera jalado el gatillo mientras lo violaba pero tenía tanto terror de hacerlo enojar que no pudo hacer nada mas que obedecer sus horribles demandas.

Día tras día, después de ese terrible suceso, el niño buscaba desesperadamente la pistola de su padre por toda la casa con el afán de terminar con su sufrimiento y exterminar de un balazo los recuerdos que lo aquejaban, pero nunca encontró nada.

Ahora, 30 años después, con una pistola en la mano, por fin podría acabar con esos horribles recuerdos. Miraba fijamente la pistola, tan hermosa, tan sugestiva, tan prometedora. Era la solución definitiva a todo su sufrimiento, a años enteros de despertar a media noche con el eco de sus propios gemidos y los horribles sonidos que hacia su padre. Se puso el cañón de la pistola en la cien y jaló el gatillo. Un estruendo se escuchó en la casa y algunos pajarillos que estaban en los cables de alta tensión salieron volando. En ese instante pasaron dos cosas.

Una era que una mujer de 39 años había quedado viuda y un niño y una niña de 9 y 15 años respectivamente quedaron huérfanos, la otra era que en alguna parte de la ciudad un chico sonreía al tener un presentimiento satisfactorio y es que la mirada intimidatoria que le había propiciado a su cliente no había sido otra cosa mas que el despliegue de su increíble habilidad para matar a alguien resucitando sus malos recuerdos.






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Este es el segundo personaje de los que ya había hablado, espero les guste.

Bye!

1 comentario:

  1. amigo mio fue un excelente relato de verdad que esperamos la antologia completa

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