jueves, 25 de diciembre de 2008

Villancico de los muertos vivientes.

Mira hacia allá, en la oscuridad
Es Navidad, frío de matar
Y al final despertarán
Ellos al fin regresarán
Y al venir van a reinar
Con el poder del inmortal
Despertarán y comerán
No esperes más, ten ya terror
Los tontos van a su perdición
Al no escapar de su ambición

La tierra se estremece con su retorno y caeremos muertos aquí

Corre, corre, corre, corre a prisa
Corre, corre, corre, más a prisa

Din don din don Es la canción
Ellos saldrán al escuchar
En el panteón han de sonar
Las campanas al retumbar

Mira hacia allá, en la oscuridad
Es Navidad, frío de matar
Y al final despertarán
Ellos al fin regresarán
La locura se impondrá
Miedo y dolor, cuánto horror
Los tontos van a su perdición
Al no escapar de su ambición

Las tumbas se han abierto dejando el paso a los muertos que hambre tendrán

Corre, corre, corre, corre a prisa
Corre, corre, corre, más a prisa

Din don din don Es la canción
Ellos saldrán al escuchar

Horror

(Mira hacia allá, en la oscuridad
Es Navidad, frío de matar)

Ellos vendrán…

miércoles, 17 de diciembre de 2008

La Fiesta


ADVERTENCIA:
ESTA HISTORIA TIENE CONTENIDOS EXPLÍCITOS, NO APTOS PARA PERSONAS DE MENTE CERRADA, SANTURRONES O PERSONAS QUE SE IMPACTEN FÁCILMENTE. SI NO ESTÁS PREPARADO PARA LEER SOBRE ORGÍAS, ASESINATOS, SANGRE Y DEMÁS, NO LEAS.
Sobre advertencia no hay engaño, así que no digan que no se los advertí.

Sinceramente no sé que es más horrible, si saber lo que hice o saber que lo disfruté…
Aquél día, como a las 6 de la tarde, mientras me encontraba en mi casa leyendo, sucedió algo. Era una tarde como muchas otras del mes de octubre: sombría, lluviosa y, hasta cierto punto, triste.
El teléfono sonó, y desde mi alcoba le grité a mi tía que yo respondería la llamada.
Al descolgar el teléfono esto fue lo que sucedió:
-¿Bueno?
-Sí, hola, buenas tardes, disculpe, me podría comunicar con Cristopher ¿por favor?
-Él habla
-¡¿Qué pedo wey cómo has estado?!
-No sé quién eres
-No mames, ¿no te acuerdas de mí? Habla Adrián, imbécil…
-¡Ah, Adrian! ¿Cómo has estado cabrón? Qué pedo, cuánto tiempo sin vernos… tu voz suena más gay de lo que recuerdo.
-Deja de estar chingando y pon atención. El martes te conseguí una megapeda en casa del amigo de un amigo de Rogelio, cómo ves, ¿te lanzas?
-Va, me late, ¿dónde va a ser?
-Es acá por Martín Carrera…
Lo demás no es necesario especificar.

Esa noche no imaginé las cosas que sucederían en aquélla desenfrenada fiesta.
El martes llegó, y me quedé de ver con mi amigo Adrián en una estación del metro a la cual se supone pasarían por nosotros.
Aproximadamente cinco estaciones antes de llegar me llegó un miedo atroz que me hiso dudar varias veces si ir o no. En una estación pensé en bajarme, pero mi amigo me persuadió diciendo que se iba a poner “chido” el asunto.

Cuando llegamos a la estación vi, debajo del reloj, tres tipos de negro, esperándonos.
Recuerdo bien las vestimentas de los tipos, se veían tan normales como cualquier personaje en el tianguis del chopo, salvo que éstos estaban tatuados, quizás demasiado.
Al verlos no entendí por qué sentí miedo, nunca había sentido un miedo tan atroz en todas las veces que había ido a fiestas con desconocidos.
Al bajarnos decidí dejar mis miedos atrás, esta noche era para divertirme, ya había visto todo en las fiestas; ¿qué mas podría pasar? (Maldigo esa pregunta).
Al bajar del vagón y dirigirnos hacia ellos, noté que en el mismo tren, pero en vagón diferente, venía mi amigo Rogelio. Al llegar nos saludamos como siempre, y saludé a los tipos raros sólo por cortesía.

Hice un esfuerzo por entender los símbolos que traían en su cuerpo, pero nunca pude verlos bien sin que se percataran de que intentaba saber que decían o significaban.
Comenzamos a movernos hacia el lugar de la fiesta a cuyo camino no puse mucha atención, mi atención se centraba en los dos tipos.
En un instante se me ocurrió preguntar algo:
-Oye Rogelio ¿y de que es la fiesta?
-Es una ceremonia en mi honor, hace ya un año que estoy bautizado.
La respuesta me sacó un poco de onda.
Al llegar me di cuenta de que era una casa un tanto lúgubre, o al menos eso percibí. En realidad algo no me gustaba, de haber sabido lo que era jamás hubiera entrado.

Un tipo traía las llaves, abrió y nos metimos.
Esto fue lo que platiqué con mi amigo Adrián en voz baja al entrar:
-¿Qué hacemos aquí wey?, vámonos
-No wey, el nos eligió como testigos, igual yo le dije que qué pedo, que para qué nos quería y me dijo que era porque somos sus amigos y nos quería de testigos, según debe haber testigos.
-No mames, no me está gustando esto wey, yo creo nada más me estoy un rato y me largo.
-Si yo igual, nada más nos quedamos a la ceremonia ¿no?
-Si.

Al entrar me di cuenta de que la casa era una especie de vecindad abandonada, pasamos por un angosto y húmedo pasillo, al final un gran patio, y alrededor de éste algunas casas, sólo algunas viviendas seguían ocupadas y todas por gente tan extraña como los que nos llevaron allá.

Entramos a un cuarto, donde estaban todos los invitados reunidos, efectivamente, la música, el alcohol, la botana, todo indicaba que había una fiesta, y decidí tratar de ponerme en ambiente olvidando todos esos temores infundados.
Éramos pocos los que estábamos, pero al cabo de media hora comenzaron a llegar más personas.
Todos bailábamos, tomábamos e incluso socialicé, como normalmente se hace, con algunas chicas guapas que saqué a bailar.

De pronto, mientras bailaba con una de ellas, la música se terminó y toda la atención de los invitados se centró, por un momento, en una chica que llegaba.
Una vez que entró, la música siguió y todo como si nada. Le dije a la chica con quien bailaba que iría al baño y la dejé por un momento, pase a orinar y me di cuenta de que ya estaba un poco mareado. Al salir del baño miré a los dos tipos en el pasillo, hasta el fondo, discutiendo de cosas que no podía entender, de nuevo surgió en mí un temor ignoto. Miré el reloj, y vi que ya eran las 11:30 de la noche, el tiempo había pasado inusualmente rápido. Pensé que ya era hora de irme.

Al llegar a la estancia donde todos bailaban y tomaban quise buscar a mi amigo para decirle que ya nos fuéramos. Al mirar en un rincón lo vi besándose con una chica que no estaba nada mal. De seguro ambos ya estaban ebrios. Decidí quedarme otro rato más, y platicar con la chica que había causado tanta conmoción.
Al sentarme junto a ella, en un gran sofá, miré que era un poco introvertida. Decidí hacerle la plática para conocerla un poco más pues, al parecer, estaba asustada como yo.

Una vez entablando la conversación me di cuenta de que ella era una buena persona, era estudiante, era linda, inteligente, tímida, sincera… era hermosa, y sinceramente me gustó aquélla chica. Su look Emo me agradaba, pues era de esas personas a las que les queda ese tipo de moda, la saqué a bailar y dejamos encargados nuestros tragos con unos tipos sentados a nuestro lado. Admito que el reggaetón, la salsa y la electrónica no me gustan tanto como el heavy metal, y a pesar de que la mayoría de las personas presentes en esa fiesta se veían de ese ambiente musical logré comprender que en una fiesta no es muy usual poner ese tipo de música. En ese momento comenzaba a divagar. Bailé con ella una larga canción de música electrónica, algo más bien como Electrodark.

Al término de la canción, y de platicar mientras bailábamos, nos sentamos en el sofá donde había platicado con ella, tomamos nuestros vasos y fuimos a servirnos un poco más. De regreso con ella hablamos un rato más, de todo; de lo que nos gustaba, como literatura, cine, música, hobbies, etcétera; hasta de lo que hacíamos, como deportes, estudio, trabajo… Sinceramente creo que hubo química entre nosotros. Admito que en ese punto me encontraba algo mareado, y creo que ella también. Al fondo veíamos las luces de colores, la música electrónica y muchos cuerpos moviéndose y bailando, a los rincones algunos chicos agazapados besándose.

Mientras hablaba con ella no dejaba de ver sus labios, eran lindos, carnosos, y el piercing que tenía los hacía lucir aun más tentadores. Supongo que ella se dio cuenta de lo que sentía, se dio cuenta de mi atracción o ¿acaso ella sentía lo mismo?, no lo sé, simplemente, ahí, escondidos en un sofá en un rincón, en las tenues luces purpureas y azuladas de la fiesta, con un fondo musical psicodélico y un aroma a alcohol, tabaco y marihuana, nos besamos.
Había perdido ya la noción del tiempo, y no me importaba. Salimos a bailar de nuevo, y mientras bailábamos nos besábamos espontáneamente. Me daba gusto saber que ella y yo ya habíamos perdido el miedo… Al hacer esa analogía, mientras bailaba con ella, el eco de esa palabra resonó en mi cabeza. Miedo, si, miedo, recordé que tenía miedo y de nuevo me asaltó ese temor desconocido, pero sólo fue un instante, pues antes de caer de nuevo presa del miedo, la chica me besó y logró que se me olvidara todo.

Ignoro cuánto tiempo más bailamos, y al cabo de un rato, pasaron unos chicos repartiendo en unos vasitos pequeños, como los de muestras gratis de yogurt en los supermercados, una sustancia que no reconocí, pero miramos que todos a los que se las daban la bebían sin pensarlo. “Algún tipo de droga” pensé yo… y estaba a punto de prevenir a la chica con quien bailaba cuando miré que de un sorbo había terminado con su porción. Me intrigó saber qué demonios era eso, lo olí y tenía un aroma suave, quizás dulce quizás amargo, y su color era obscuro, podría afirmar que era una especie de melaza negra.
Probé un poco y su sabor, agradable, me es imposible de describir. Ese sorbo, esa única probadita que le di fue suficiente como para hacerme adicto y beber un poco más, después recapacité y tiré lo que restaba antes de no poder resistirme a beberlo todo. Maldito sea ese líquido, pues estoy seguro de que todo lo que pasó fue por el consumo de éste.

Lo que a continuación describo es sumamente horrible, sigo sin comprender por qué lo hago, quizás para desahogarme en este escrito, quizás para prevenirte. Ojalá nunca hubiese ido a ese infernal lugar.

Después de beber el contenido de ese vasito, seguí bailando y comencé a sentirme muy extraño.
Mareado, no por ebriedad sino por la sustancia que había bebido, era extraño, no era un mareo normal, era un mareo inusual, vago, difuso. Seguía bailando con pasos que no pude saber si torpes o ágiles, me sentía muy raro, escuchaba todo en eco, lejano y al mismo tiempo cerca, nítido, indescriptible.

De nuevo miré a la chica, estaba ahí frente a mí, hermosa, bailando, y al ver sus labios no pude resistirme de nuevo a darle un beso, pero esta vez, el beso era más loco, pasional, extremo. Sentí su mano recorriendo mis nalgas, mi entrepierna y yo estaba sumamente excitado. Recuerdo todo a la perfección, pues sé que no estaba ebrio, sino que había sido aquélla maldita droga de origen desconocido.

Nos fuimos a sentar la sillón, y el faje había subido ya mucho de intensidad, acariciaba sus pechos, ella mis glúteos, nos besábamos, y no nos importaba estar entre todos, al descubierto. Al pensar en esto, una parte de mi cerebro, quizás a donde aquél maldito veneno no había llegado, reaccionó con pudor, y miré a mis alrededores para ver si nos observaban, pero fue tal mi atroz sorpresa y al mismo tiempo extraña fascinación, al ver que todos, sin excepción, estaban haciendo lo mismo.
Miré a todos, hombres y mujeres, besándose y fajando los unos con los otros, mujeres con hombres, hombres con hombres, mujeres con mujeres, todos, absolutamente todos. No me importó, y me entregué totalmente a la pasión, a la lujuria. (¿En qué demonios estaba pensando? ¿Qué sucedía?).

Estábamos en el sofá, acostados, besándonos, yo acariciaba sus senos, ella mis piernas, mi entrepierna, mis glúteos, desesperados como si nos hicieran falta más extremidades, hambrientos de carne, de placer, nos comenzamos a desvestir arrancándonos la ropa. Miré sus pechos al descubierto, blancos y con aureolas perfectas, como dos botones en punto de flor, pues la chica ya era señorita. Eran hermosos.
Mientras nos besábamos yo acariciaba sus pezones, estaban erectos, tentadores, y decidí bajar por su cuello para saborearlos. Era tanta mi depravación que incluso la mordía y al parecer a ella le encantaba, pues se retorcía mientras lo hacía, gemía, y se humedecía. No decíamos ni una sola palabra. Ella me estaba acariciando los testículos y yo le mordía los senos, estábamos hipersensibles, pues el más mínimo roce de nuestros cuerpos provocaba sensaciones de placer indescriptibles. Acaricié su vulva con la yema de mis dedos, suave y gentilmente, y noté que estaba húmeda y dilatada.

Me encantaba ver como se estremecía cuando la tocaba, y comencé a hacerlo más fuertemente, le quité las pantaletas y humedecí mis dedos aun más, con saliva. Saboree por un momento su néctar, y caí presa de una indómita pasión, una salvaje lujuria. Me acerque a ella y pude sentir como sus genitales desprendían calor, no pude resistirme y comencé a lamerla. De pronto sentí que alguien se abría paso entre mis piernas, después comenzaron a acariciarme el trasero, me lamian, me seducían, y cuando alcé a girar mi cabeza estaban muchos alrededor, todos haciendo lo mismo, perdidos en un grotesco mar de locura y perversión.
Noté que era un chico como de dieciséis años, que me lamía el trasero mientras se masturbaba, odio admitirlo, pero en ese momento, me volvía loco. Su lengua impetuosa se abría paso dentro de mí, me provocaba contorciones. Él, la chica, y los demás a mi alrededor, todos en una orgía nauseabunda de la cual yo fui partícipe…

El chico me lamía, yo tenía sexo con ella, mientras masturbaba a otro y besaba a otra. En ese instante perdí la noción de mi mismo, pero por alguna extraña razón aun estaba consciente, sabía lo que hacía, y lo recuerdo bien.
Al cabo de cierto tiempo nos encontrábamos haciendo cosas tan atroces que incluso me da asco recordarlo. Recuerdo como me penetraba aquél muchacho, con un afán y desesperación animales, sus embestidas hacían sonar mis nalgas contra su pelvis, y lo disfrutaba, mientras yo, con el impulso que él me daba penetraba a la chica y con mis manos acariciaba la vulva de una mujer y los genitales de un tipo que besaba a la mujer.

Tocaba a los partícipes y las partícipes de dicho acto. Todos estábamos sumergidos en el profundo placer, como si estuviésemos presas de un foso pegajoso de brea. Recuerdo besarlo a él y a ella, y a muchos más, y recuerdo como muchísimas manos, dedos y lenguas entraron en mi ofreciéndome experiencias de placer máximo que nunca antes habría imaginado. Sus dedos, sus lenguas, sus miembros, sus pechos, sus vulvas… todo, que más allá de darme asco, en ese momento, me causaba placer, euforia. Jamás me había sentido tan antinatural, pues no puedo decir tan animal ya que ni siquiera los animales hacen eso.

Todo era extremadamente obsceno.
Sin embargo, el horror llegó a su punto máximo al ver en lo que culminó esa maldita orgía.

Mientras yo era penetrado por el chico y un tipo y yo penetrábamos al mismo tiempo a la chica en el sofá, y era besado y acariciado por tantos que ni siquiera recuerdo bien, logré escuchar entre todos los gemidos y jadeos unas palabras que no podía entender en ese momento, palabras que sin duda tenían un significado solemne y profundo para todas esas personas. Dicho esto, el tipo que estaba detrás de mí llevó a su máximo el alocado frenesí embistiéndome con brutalidad llegando incluso a hacer que yo me retorciera de dolor y de placer al mismo tiempo, y todos se encontraban extremadamente alocados, desenfrenados.

Jamás creí presenciar algo tan espeluznante. El repentino arrebato de locura en aquélla habitación me llevó consigo quizás por inconsciente colectivo y se apoderó de mí hasta el tuétano. Todos nos encontrábamos, de alguna forma, unidos entre sí. Tratando de fusionarnos en uno solo, embistiendo con locura, besando, mordiendo.
Recuerdo como incluso pude meter, dificultosamente, mi mano entera en el interior de la hermosa chica que besaba, sentí ganas de morderla y lo hice, quería comérmela, quería ser comido por ella, por el chico, quería comer de todos, y los mordía, me gustaba que me mordieran y a ellos también. Me acerqué a la chica y la comencé a besar, la mordí y me levante, metí mi mano en ella mientras sentía como un miembro ajeno se deslizaba junto con mis dedos, volví a acercarme, mordía sus pezones, su cuello, la besé de nuevo y no pude resistirme a morderla en los labios más fuerte hasta que escuche un gemido que me hiso estremecer.

Seguí mordiéndola, masticaba y el chico igualmente mordía mi trasero, todos comían de todos. Volví a acercarme a la chica mientras la besaba y ella seguía gimiendo, besé su cuello, lo lamí, lo saboree, lo mordí mientras alguien hacia lo mismo con distintas partes de mi cuerpo, sabía exquisito… Miré como todos hacían lo mismo, perdidos, con los ojos en blanco, otros cerrados, otros mirando morbosamente, siendo participes.

Entonces quedé paralizado por el pánico. Miré como alguien le rajó el vientre, al parecer, con un cúter. Muchas manos abrieron su piel y comenzamos a extraer sus vísceras, comimos de sus vísceras y mientras masticaba algo que chorreaba sangre y fluidos tibios una idea iluminó mi cabeza como el más fuerte relámpago en una tormenta… ¡Le había arrancado el labio y ella lo había disfrutado, le había arrancado un pedazo de yugular por donde se desangraba y ahora yo comía de sus entrañas! Al momento de recibir ese impacto supuse que el siniestro efecto del veneno se terminó o fue inhibido por mi horror.

Miré con repulsión como se empezaban a lamer, a comer unos a otros de formas pasionales totalmente antinaturales. Sentí asco, y al limpiarme con la mano la boca comprobé horrorizado que yo había comido de la chica, y al mirarla estaba ella, muerta, desangrándose por el cuello, por el pedazo de yugular que le había arrancado apenas unos minutos atrás, por la herida que le habíamos hecho y miré su cara, sin el labio inferior, todavía con la mueca de un rostro que disfruta, con los ojos entrecerrados y una sonrisa difícilmente compresible, sin labios, dibujada, apenas sostenible por las contorciones de un orgasmo extraordinariamente siniestro.

¡La habíamos matado! ¡Nos la comimos viva! Y ella y todos lo disfrutamos.

Como pude me escabullí de aquél frenesí, pues todos se apilaban sobre el cadáver de la chica como si fuesen perros hambrientos, arrancándole pedazos de carne, besándose, copulando, peor que animales.
Conseguí mi pantalón, mis tenis y mi playera, y como pude me escapé de aquél frenesí. Iba limpiándome la sangre de la boca, y note que unos tipos me miraron de lejos. Salí corriendo de aquél cuarto. No sabía qué hora era, pero el cielo me decía que estaba próximo el amanecer…

Al parecer seguía bajo los efectos de aquel veneno, pues miraba horribles sombras danzantes en la penumbra de la madrugada, estaba mareado, desorientado, todo me daba vueltas, sentía un miedo horrible, casi paralizante, lloraba y tenía ganas de vomitar. Escuche un  portazo y eran los tipos que me seguían, al parecer no querían que me fuera. Corrí hacia el oscuro y húmedo pasillo que daba a la salida, y al entrar en él me pareció escuchar risas burlonas, todo era horrible.

Topé con la puerta y la abrí, era pesada y se abrió torpemente haciendo un rechinido quejumbroso. Cerré rápidamente y los tipos se retrasaron… llevaba los tenis en la mano y corría descalzo, después, loco y desesperado, los tiré para correr mejor… huí hacia un callejón en un mercado, a traspiés, apenas pude llegar, y me agazapé en un rincón con la basura, escuchaba risas, la cabeza me daba vueltas, todo estaba distorsionado. Las ratas, en esas horas, me aterraban, sus siluetas en la oscuridad me aterrorizaban, eran malvadas, el terrible veneno que me dieron me había vuelto loco. Miré de lejos a los tipos que me seguían, se gritaban cosas, y se separaron en grupos.

Permanecí ahí hasta el amanecer. Una vez que llegó este, me arme de valor para salir de mi escondite, y al caminar descalzo por las calles, con los pies lastimados y el cuerpo mordisqueado, miraba a las personas de forma extraña. Ellas me veían, sus rostros eran monstruosos, susurraban cosas de mí, me veían feo, conspiraba, ¡querían delatarme! Corrí como pude hacia una avenida.
Tome un taxi, y al mirar el rostro del taxista, podrido, agusanado, que me miraba con esas cuencas vacías de las cuales escurrían fluidos malignos, sentí asco. No hice caso, sabía que era efecto del veneno, yo lo sabía. Asustado, el taxista me dijo que si quería ir a un hospital, pues la sangre en mi boca y en mi piel quizás lo hiso pensar que estaba mal herido y había vomitado sangre. Le dije que no, simplemente le pedí que me llevara a casa.

Ahora que escribo esto estoy sumamente asqueado, arrepentido, acongojado, frustrado… ofuscado.
Hace unos momentos seguía sin entender el por qué todo pasó así. Y acabo de recordar las exactas palabras que provocaron que una orgia se convirtiera en lo que terminó. Esto fue lo que dijo la voz mientras todos copulábamos:

“…Él representa la existencia vital en lugar de sueños espirituales, Él representa venganza y no ofrecer la otra mejilla, Él representa complacencia, no abstinencia. Sin distinción de sexo ni edad la carne es carne, la carne da placer, y estamos hambrientos de placer, saciémonos pues, con carne, pues bajo la influencia del veneno de Rametep, somos tal cual somos. ¡Hail Satán!”.

Después de terminar de escribir esto pienso suicidarme, no quiero cargar el resto di mi vida con la ponzoña de aquel veneno desconocido, que más allá del fluido negro que bebí es lo que en realidad yace en lo más profundo de la conciencia humana. No quiero cargar con esa culpa, de haber matado a una linda chica.

No sé dónde habrán quedado mis amigos, pero sinceramente espero que estén bien.